domingo, 6 de febrero de 2022

Refinada Hipocresia


La hipocresía, cuando se ejerce con maestría, se disfraza de virtud. La poesía combina palabras que hacen bellos dibujos en la imaginación. Igual gracia se hace con un lenguaje, que usado con habilidad casi poética, sirve para exaltar las muy variadas expresiones de violencia que abruman a la sociedad. En boca de un criminal en el monte, con camuflado y fusil, tiene un toque de coherencia. Pero cuando un fiel representante de la “Jai”, que vive entre lujos, y nunca ha tenido una pizca de solidario, se declara indignado y ofendido con los “arrogantes y clasistas” que no entienden ni reconocen a los pobres, porque rechazan la violencia y sus símbolos, es cuando el exabrupto toma un cariz virtuoso.

Conocer de verdad las áreas más marginadas de la ciudad, es saber que la inmensa mayoría son laboriosos y honestos ciudadanos. Ni son violentos, ni es cierto que su condición de pobreza los haya forzado a la criminalidad. Son víctimas de los violentos. De hecho son quienes más sufrieron con los bloqueos y quienes siguen padeciendo la política de tolerancia con el delito. Sin duda mucho más que quienes les manifiestan dudosa simpatía desde sus camionetas blindadas.

Si los encopetados pedagogos de la confusión moral hiciesen un sincero esfuerzo por conocer la realidad de la mitad pobre de la ciudad, aprenderían que la gran mayoría aborrece a quienes la destruyeron. Entenderían que la mejor forma de solidaridad no es escribirles panegíricos conmemorativos, ni llevarles mercaditos, sino permitirles vivir y trabajar con dignidad y seguridad. Los vándalos les roban sus pertenencias, les destruyen sus viviendas y les queman la poca infraestructura y servicios que la ciudad les ha proporcionado, cerrando el círculo de pobreza. Difícil encontrar una muestra mayor de insensibilidad y despiste, que graduar a los dos mil de la resistencia (0.06%) como los representantes del Cali más pobre.

Quienes validan y justifican la violencia y el crimen, siempre con un discurso “pacifista”, exhiben además, una ignorancia muy esparcida. Es cierto que, en general, hay una correlación entre nivel de desarrollo equitativo y la criminalidad. Pero los estudios de casos específicos, muestran que la cultura de tolerancia con el delito de una sociedad, que se traduce en laxitud y permisividad de las autoridades, es el factor que más pesa en la diseminación del delito. Y se ha demostrado una y otra vez, que la forma más efectiva de perpetuar la pobreza y afianzar el desequilibrio es crear un ambiente de inseguridad en el que nadie pueda tener confianza en preservar su vida o sus escasas pertenencias. No es sino mirar en la vecindad.

Es desafortunado que los filtros ideológicos impidan revisar la historia y recorrer la geografía con objetividad. Los recursos de la inteligencia, como el impulso tecnológico, y la libertad de empresa en un marco legal confiable, han empujado muchas sociedades hacia la prosperidad, mientras que los que han adoptado la violencia como acelerador del cambio, se despeñan vertiginosamente hacia la miseria y el hambre.

La suerte está echada. Cada cual debe evaluar la coherencia de su discurso y resolver hacia donde está empujando.


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