viernes, 8 de octubre de 2021

Raices de la corrupcion



Para muchos, el eje de todos nuestros males es la corrupción. La condición esencial para cualquier acción que tomemos como sociedad es “acabar con la corrupción”. Con henchida vergüenza patria reconocemos allí el origen de todos nuestros males y pobrezas y si logramos el cometido, nos convertiremos por arte de magia en escandinavos, llenos de prosperidad y con la inequidad social borrada.

Nadie va a negar que la corrupción es un penoso lastre para cualquier país, especialmente si tiene niveles de pobreza aberrantes.

Pero por más lamentos que somos capaces de proferir, la corrupción sigue ocurriendo. Con Presidentes honestos, con Alcaldes de izquierda, con Ministros verdes. A todos se las hacen, con variaciones ingeniosas o descaradas de la trampa y con cifras de todos los tamaños. Cada que estalla un escándalo, proliferan las soluciones con nuevas leyes, restricciones, prohibiciones, que invariablemente serán violados.

Son tantos los desesperados lamentos que muy pocos escarban las raíces.

La más gruesa es la disociación moral. ¿Cuántos no se encomiendan a la Virgen o le piden ayuda a un Santo para que la trampa les salga bien y no los cojan?, y no se dan por aludidos los responsables de la educación moral.

Otra gruesa raíz está formada por un orden jurídico obsesionado con la interpretación literal de la ley. Armamos una impenetrable maraña legal que pretende frenar las incorrecciones, pero la imaginación termina inventando lo que no está explícita y literalmente prohibido. No hay lugar al criterio moral.

Una raíz de amplísima aceptación tiene que ver con la habilidad en los negocios. Quien usa su habilidad verbal o manipula cifras, logrando comprar barato para después vender con un margen muy superior al razonable, es ensalzado como un genial negociante. Si en el camino a la riqueza quedan viudas o huérfanos desamparados o pequeños empresarios arruinados, eso es “the art of the deal”, para citar la biblia escrita por uno de los más conocidos ejemplos.

Una tercera, es la acumulación de poder. Sea con la cantidad de ceros en bancos, o la jugosa cuota de puestos oficiales, la ambición humana ha probado una y otra vez, que comparte podio con la estupidez: no tiene límites.

La cuarta raíz del frondoso árbol de la corrupción tiene que ver con el concepto de porcentaje en los negocios. Casi la regla en el terreno de la ingeniería, las finanzas, la propiedad raíz, el derecho, y endémico en casi todos los pantanos de la contratación. No se paga según el nivel intelectual y la cantidad de trabajo, sino en porcentaje del total del contrato. Un personaje con las amistades apropiadas, facilita un negocio y tiene derecho a una suma enorme que no guarda relación alguna con su preparación o su esfuerzo. Eso es aceptado, está bien y a nadie se le ocurre ponerle un nombre distinto a inteligencia para los negocios.

Mientras no se corten las raíces de la hipocresía moral y jurídica, mientras no se promueva una ética de negocios y mientras no se limite la concentración de poder y se elimine el gozoso porcentaje, el fértil árbol de la corrupción seguirá floreciendo. Y muchos seguirán cobijando sus lamentos bajo sus ramas.

El fin de la corrupcion



Si hay una queja compartida por los ciudadanos en este planeta, es la corrupción. Toda conversación política, caerá siempre en señalarla como el principal problema del país. Entre más pobres, más perciben que su país es el peor. Candidato que haga creer que tiene la fórmula para acabarla, tiene garantizada la elección.

Por su misma naturaleza tramposa, la corrupción es difícil de medir. Lo que se mide es la percepción de corrupción con encuestas. Y resulta obvio que entre más una sociedad recicle el asunto, mayor será la percepción. Y si se percibe como alta, cualquier acto de corrupción se destaca más, empeorando la percepción.

Para darse una idea de lo que esto significa, basta con comparar dos índices: Arabia Saudita con un índice de 53 y en una honrosa posición 52; Colombia con 30 en un deshonroso puesto 92. En el reino de la familia Saud, todo se mueve a través de las omnipresentes manos de los príncipes ultramillonarios, que participan con una buena tajada en todo lo que ocurre. Así es, esa es la ley. Esa es la forma aceptada de funcionamiento del país. A nadie, que quiera conservar su integridad corporal, se le ocurre mencionar la palabreja.

Canadá nos genera admiración a todos y allí también tuve la oportunidad de convivir con sus tentáculos, hábilmente disfrazados. Combinado con un acuerdo social tácito de no tocar públicamente los asuntos que dañen la imagen del país, el resultado es un índice de 77 y un puesto 11.

En Latinoamérica, quejarse del país le gana al fútbol en popularidad. Nos pasamos tanto tiempo rajando del sistema y ansiando un cambio que no alcanzamos a percibir que el problema es cultural. Padecemos una desconcertante tolerancia con la ilegalidad. Paradójicamente cuando la vemos en otros, la magnificamos y la volvemos el eje de nuestras preocupaciones. Nos erigimos en hipercríticos jueces de todo lo malo que pasa “en este país”, en el que todo lo negativo siempre es externo a nosotros y sabemos lavar con el agua bendita de la inocencia todos nuestros pequeños actos de corrupción.

¿Por qué la corrupción es universal? En la medida en que las organizaciones sociales crecen, hay concentración de poder. Esto, unido a la aceptación generalizada del pago de porcentaje en el tamaño de los negocios, lleva a la conclusión muy natural: quien maneja grandes sumas de dinero, tiene derecho a una participación porcentual. Por eso son precisamente los regímenes socialistas, que concentran el poder económico en el estado, los que terminan siendo los más corruptos.

Y qué hacen los políticos con lo que se roban? Un porcentaje desconocido, lo irrigan de nuevo en la comunidad, vía compra de votos, creación de cargos innecesarios y prebendas a la comunidad que les garantiza la reelección para perpetuarse en el poder y seguir el ciclo de la corrupción.

¿Cuál es la salida que se nos plantea? Elegir un personaje que nos promete concentrar más poder económico en el estado y solucionarle los problemas a los desposeídos vía empleos estatales y subsidios, para que lo sigan reeligiendo. La esencia es la misma, pero estará prohibida la palabrita.



Descubriremos la fórmula para acabar la corrupción: le cambiaremos el nombre.