Para muchos, el eje de todos nuestros males es la corrupción. La condición esencial para cualquier acción que tomemos como sociedad es “acabar con la corrupción”. Con henchida vergüenza patria reconocemos allí el origen de todos nuestros males y pobrezas y si logramos el cometido, nos convertiremos por arte de magia en escandinavos, llenos de prosperidad y con la inequidad social borrada.
Nadie va a negar que la corrupción es un penoso lastre para cualquier país, especialmente si tiene niveles de pobreza aberrantes.
Pero por más lamentos que somos capaces de proferir, la corrupción sigue ocurriendo. Con Presidentes honestos, con Alcaldes de izquierda, con Ministros verdes. A todos se las hacen, con variaciones ingeniosas o descaradas de la trampa y con cifras de todos los tamaños. Cada que estalla un escándalo, proliferan las soluciones con nuevas leyes, restricciones, prohibiciones, que invariablemente serán violados.
Son tantos los desesperados lamentos que muy pocos escarban las raíces.
La más gruesa es la disociación moral. ¿Cuántos no se encomiendan a la Virgen o le piden ayuda a un Santo para que la trampa les salga bien y no los cojan?, y no se dan por aludidos los responsables de la educación moral.
Otra gruesa raíz está formada por un orden jurídico obsesionado con la interpretación literal de la ley. Armamos una impenetrable maraña legal que pretende frenar las incorrecciones, pero la imaginación termina inventando lo que no está explícita y literalmente prohibido. No hay lugar al criterio moral.
Una raíz de amplísima aceptación tiene que ver con la habilidad en los negocios. Quien usa su habilidad verbal o manipula cifras, logrando comprar barato para después vender con un margen muy superior al razonable, es ensalzado como un genial negociante. Si en el camino a la riqueza quedan viudas o huérfanos desamparados o pequeños empresarios arruinados, eso es “the art of the deal”, para citar la biblia escrita por uno de los más conocidos ejemplos.
Una tercera, es la acumulación de poder. Sea con la cantidad de ceros en bancos, o la jugosa cuota de puestos oficiales, la ambición humana ha probado una y otra vez, que comparte podio con la estupidez: no tiene límites.
La cuarta raíz del frondoso árbol de la corrupción tiene que ver con el concepto de porcentaje en los negocios. Casi la regla en el terreno de la ingeniería, las finanzas, la propiedad raíz, el derecho, y endémico en casi todos los pantanos de la contratación. No se paga según el nivel intelectual y la cantidad de trabajo, sino en porcentaje del total del contrato. Un personaje con las amistades apropiadas, facilita un negocio y tiene derecho a una suma enorme que no guarda relación alguna con su preparación o su esfuerzo. Eso es aceptado, está bien y a nadie se le ocurre ponerle un nombre distinto a inteligencia para los negocios.
Mientras no se corten las raíces de la hipocresía moral y jurídica, mientras no se promueva una ética de negocios y mientras no se limite la concentración de poder y se elimine el gozoso porcentaje, el fértil árbol de la corrupción seguirá floreciendo. Y muchos seguirán cobijando sus lamentos bajo sus ramas.
Mientras no se corten las raíces de la hipocresía moral y jurídica, mientras no se promueva una ética de negocios y mientras no se limite la concentración de poder y se elimine el gozoso porcentaje, el fértil árbol de la corrupción seguirá floreciendo. Y muchos seguirán cobijando sus lamentos bajo sus ramas.