viernes, 22 de septiembre de 2023

Cumbres Bochornosas

Hay que celebrar que la humanidad haga cumbres. Se reúnen delegados de distintos países para tratar de ponerse de acuerdo en un tema. Es un estadío muy superior a la estupidez de las guerras, que es como solían dirimir las diferencias las naciones.
Los funcionarios, usualmente conocedores del tema, exponen, discuten, “viatican”, pasean y suelen lograr una declaración que resuelve un conflicto o sienta las bases para que una política se comparta e inclusive se vuelva universal.
Por ese mecanismo se han creado múltiples organismos internacionales que discuten asuntos políticos, económicos, de solidaridad, de agricultura y alimentos, de prevención y atención de desastres y mil temas más. Gracias a esos organismos y a algunas cumbres, se han logrado acuerdos que han permitido que la humanidad progrese a un ritmo nunca antes visto..

Pero así como hay enormes logros, se arman cumbres que parecieran diseñadas para tomar fotos con banderas, darse abrazos, disfrutar banquetes y cantar himnos.
Cuando se lee lo que lograron, parece tan soso que cabe la pregunta ¿Había que reunirse para salir con semejante sarta de tonterías? Ciertamente las podían decir, o seguir diciendo, sin necesidad de cumbres.
La reciente cumbre antidrogas de Cali en la que se abrazaron con tanto cariño AMLO y Petro, cae en esta categoría. Veamos:

“Entre las causas estructurales del narcotráfico está la pobreza y la violencia” Cuando todos creíamos que es con plata que se compran las drogas y es la ambición por dinero la que genera violencia.
Se reconoce “el valor de las convenciones internacionales..” que establecen luchar contra las drogas pero se reconoce el “fracaso de la guerra contra las drogas” por lo que hay que “abordar un nuevo paradigma”, pero “hay que romper los nefastos vínculos entre el tráfico y la delincuencia organizada”. En qué quedamos: se combate o se baila con la droga.

El cuento de la “guerra perdida” usa una analogía tan majadera como diseminada. Las guerras son entre ejércitos y cuando uno gana, el otro pierde y dejan de pelear y allí sí, hay un bando que puede decir que “perdió la guerra”. Pero la lucha contra el crimen no es una “guerra” que se gane o se pierda. Se combate porque el delito, la violencia y el consumo le hacen mucho daño a la sociedad. Si se combate, se reduce. Si se deja de combatir florece, que es lo que está pasando desde que estamos estrenando cambio. La misma absurda analogía se podría usar para todo. Abandonemos la educación porque la guerra contra la ignorancia se perdió. No distribuimos alimentos porque la guerra contra el hambre se perdió. Cerramos los hospitales porque la guerra con la enfermedad se perdió. Vaciamos las cárceles porque la guerra contra el delito se perdió. Acabemos con la riqueza porque la guerra contra la desigualdad se perdió. Prohibamos las Iglesias porque la guerra contra el mal se perdió.Y así, hasta el infinito de la tontería.
Hay otras perlas como “cuidar el medio ambiente.. porque las anfetaminas generan residuos químicos”, pero los campesinos y procesadores de coca “son trabajadores en busca de oportunidades”.
Tiene mucho mérito reunir un grupo que resuma en 10 puntos, tantas y tan pretenciosas sandeces.

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domingo, 17 de septiembre de 2023

Ciudades improductivas

Aunque la necesidad de moverse haya perdido un poco de importancia a raíz de las habilidades digitales que aprendimos durante la pandemia, sigue siendo cierto que la movilidad en una ciudad determina la productividad de sus habitantes, para no mencionar su calidad de vida.
Cuando un porcentaje importante de los ciudadanos pasan muchas horas encerrados en los cajones metálicos que hemos dado en llamar carros, buses o vagones, es obvio que si no le están quitando tiempo al trabajo o estudio, se lo están quitando a la familia, la recreación o el sueño.

La meta de Alcaldes, planificadores y autoridades de tránsito en el medio mundo que le combina inteligencia al poder, es lograr que la gente pase la menor cantidad de tiempo posible cubriendo el pavimento.
Se las arreglan para hacer obras sin interrumpir el tráfico, ni cortar carriles. El metro francés se las ingenia para renovarse entre la 2 y 5 de la mañana y aun así no cortan el servicio del todo. Aquí, cuando se inició la construcción del MIO, bloquearon la Quinta 3 meses sin mover un dedo. Fue el paraíso de los ciclistas. La vía a la Calera en Bogotá lleva meses con un carril cerrado en una vía en la que caben perfectamente los dos. A ninguna autoridad parece importarle lo que ocurre y convierten al sentido común en virtud exótica.
Hacen un costosísimo puente (Cra 8a con suroriental) y le ponen un semáforo a las salida. Desbaratan durante meses para hacer un paso inferior (5a con suroriental) y le ponen reductores de velocidad y semáforo. Construyen un horrendo y claramente inútil puente peatonal y ponen un semáforo peatonal debajo.
Abrumados por la altísima morbimortalidad de las motos resuelven que las vías rápidas llamadas por alguna extraña razón autopistas, tienen límite de 50, apropiado para las zonas escolares que no se marcan ni hacen respetar. Ponen un buen número de policías a controlar un punto en el que todos se vuelven obedientes y arman un enorme trancón. Mientras tanto en las calles de los barrios circulan motos a 120 sin control alguno. Tampoco tienen límite, las absurdas normas que frenan la ciudad y no previenen nada. No hay muchos sitios en el mundo en los que uno encuentre en una calle frente a un hospital, una motocicleta en contravía a 100 con el conductor chateando, ¡delante de un policía! que ni se entera.

Que valioso sería que parte del presupuesto de tránsito se invirtiese en educar a los directivos. Que salgan y vean como funciona el mundo y vengan a aplicar medidas que si prevengan la accidentalidad y mejoren la movilidad. Quienes nos visitan no pueden creer el nivel de precariedad, lentitud y tontería con que nos movemos.

Pero además, agreguemos la obsesión de las marchas. No solo los miles que al marchar no hacen nada, sino los bloqueos e inmovilidad que generan a quienes si quieren trabajar. Ciudad que marcha mucho produce poco. Un buen ejemplo es la pobreza de Cuba, donde gran parte de la población se pasa largas horas todos los días haciendo cola para recibir la miserable ración que les dispensa el régimen. Los caleños lamentan la pobreza generada por dos meses de bloqueos, padecen lentitud en sus movilizaciones y lloran los muertos de las calles.
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