sábado, 9 de julio de 2022

Los que se van

Ante el desconcierto de tantos por el resultado de las elecciones es conveniente revisar angustias y reacciones. Lo más importante, ya lo contestó Uribe con su acostumbrada franqueza: hay que quedarse y trabajar. Si por creer que tenemos un país con buen nivel de desarrollo y gran potencial, se perdieron las elecciones, resulta muy contradictorio entrar en pánico y salir corriendo. El país es de todos y si un 25% ha decidido apoyar una visión socialista, eso no quiere decir que ya estamos perdidos en el CastroChavismo.

Hay que saber que las socialdemocracias de muchos países desarrollados han logrado un nivel de bienestar alto aunque no escapan a la ley de los vasos comunicantes sociales y deben lidiar con la pobreza de los inmigrantes.
Por eso hay que apropiarse del derecho y deber que nos asiste como Colombianos: trabajar para genera riqueza y contrarrestar con vehemencia todas las medidas que inhiban la libertad económica.
Cuánta asistencia da el Estado para salud, educación, alimentación o vivienda, es algo que puede debatirse. Bienvenidas todas las medidas que contribuyan de verdad a mejorar oportunidades para los desposeídos o a reducir los niveles de pobreza.

Hay que trabajar para asegurarse que los improbables nuevos recursos no terminen construyendo mansiones y comprando yates para la nueva clase del cambio. Hay que hacer un trabajo serio que demuestre que lograr avances sociales a través de emisión de moneda, genera inflación que termina esquilmando a los más pobres. Es esencial trabajar para que los recursos públicos sean manejados con transparencia y honestidad, usando las múltiples herramientas digitales que han demostrado éxito en otras partes. Dar ejemplo al disentir pacíficamente con las políticas diseñadas para mejorar la imagen del Presidente, si la realidad muestra que el nivel de vida está empeorando.
Hace unos meses hice una predicción de lo que podrían ser los próximos 4 años y que el interesado puede ver en bit.ly/visionesnostrademos

Hasta ahora se va cumpliendo al pie de la letra. El presidente electo ha elegido un lenguaje conciliador y ha tranquilizado a los empresarios y los mercados y posiblemente disminuya la longitud de las colas para visaUSA que ya están a un año. Es razonable que haya tantos que quieran tener un plan B por si el guión del foro de Sao Paulo se comienza a aplicar.

Nada sería tan reconfortante como aceptar, con el paso de los meses, que el burlesco panfleto (pdf que llaman) con mis predicciones estaba equivocado. Que la moderación que estamos viendo no resulte ser una habilidosa maniobra de un maquiavelo consumado, orientada a bajar la guardia para dar el zarpazo con el público anestesiado. Que el temor de un tirano envuelto en capas de democracia, tolerancia y unidad era en realidad paranoia grupal. Que el pausado estadista llamando a los capaces a cooperar no se convierta en el déspota que encarcela, exilia, concentra el poder y acaba lenta y hábilmente con los contrapesos de la democracia. Que el dirigente respetuoso de las instituciones no termine corrompiendo el ejército, cerrando el congreso y persiguiendo a los medios. Trabajar para que nada de esto ocurra implica desempacar.

lunes, 4 de julio de 2022

Medir la mentira

La mentira es uno de los recursos mas valiosos para quien progresa en política. Las democracias que promueven la libertad de prensa y libre expresión, son las mejor capacitadas para pillar a los mentirosos y mantener el relato más parecido a la verdad.

Si se agrega el concepto de la relatividad de la verdad, que “todo es según el color del cristal con que se mira”, y que los hechos pasan por el filtro de prejuicios, los intereses y la ideología, no resulta simple resolver lo que es digerible como verdad y lo que termina en el cesto de las chapuzas. Por eso, es muy raro ver oportunidades en las que se puedan medir las mentiras y reducirlas a números sujetos a sencillas cálculos matemáticos.

La pandemia logró desacomodar al mundo pero nos ha proporcionado una oportunidad única para detectar la capacidad de fraude de los gobiernos, cuando publican sus cifras.

Frank Benford descubrió hace 80 años que toda serie numérica sigue un patrón que determina la frecuencia del primer número siendo decreciente con el aumento del dígito. El 1 es el más alto y el 9 el más bajo y la distribución sigue una curva y fórmula predecibles.

Lo interesante es que encontró que la distribución se daba siempre y cuando la serie fuese espontánea. La Ley de Benford o de los números anormales se ha usado extensamente para detectar fraudes fiscales, electorales, contables y científicos y se considera un herramienta válida en el análisis de cualquier serie de números. Si sigue la Ley de Benford, los números corresponden a la realidad. Si se aleja, son manipulados.

Todos los gobiernos han reportado las cifras de infectados, recuperados y muertos. Si a esas cifras se les aplica la ley, es posible definir la capacidad del país para generar datos creíbles, no sólo en pandemia sino en todas las estadísticas oficiales. Este “numero de la verdad” permite cuantificar los mentirosos. Entre más se acerque al 0, más verdad. Entre más grande, más mentiroso. Las democracias occidentales de Europa y América se mueven entre 0.6 (USA) y 1.6 (Francia), con un promedio de 1.1. Las autocracias disfrazadas como Rusia, Turquía e Irán entre 1.75 y 2.42 con un promedio de 2. Y los impulsores del socialismo de la fallida América Latina se mueven entre 2.42 (Cuba) y 3.9 (Venezuela), para un promedio de 3.2.

El populismo, tan silvestre en nuestra región, consiste en armar un tinglado de mentiras, que crean la ilusión en incautos votantes de un futuro florido y lleno de dicha. Para que no despierten muy rápido y todos a la vez del fantasioso sueño cuando se va convirtiendo en pesadilla, es necesario seguir usando, ya con el poder del estado, la capacidad para engatusar con cifras embusteras.

El virus nos ha proporcionado una inesperada oportunidad para objetivizar las mentiras y hacer matemáticas con el engaño. ¿Cuál ha sido el número de Colombia? 1.3, ubicándola muy cerca de las democracias occidentales confiables. Quienes han construido su realidad guiados por los paladines de la patraña, tendrán oportunidad de comparar si el nuevo reino de la falsedad les mejora las noticias o la vida. Está por verse cuánto se demoran en medir la diferencia.

Corruptible

El libro de Brian Klaas, quien ha estudiado un fenómeno que es mundial, da elementos claves para entender sus orígenes y modus operandi. Plantea múltiples acciones efectivas, ninguna de las cuales consiste en confiar en el mesianismo presidencial. Lleva a entender que la corrupción es culebra de muchas cabezas y reducirla implica trabajar en varios frentes.

Sus datos y análisis demuestran que el poder corrompe. Entre más concentración y duración de poder, más posibilidad de generar corrupción. Es una de las razones por las que las democracias exitosas, cambian el liderazgo y explica el porqué de la creciente cosecha de tiranos criollos, buscando eternizar su cleptocracia en el poder. Por eso resulta muy pertinente estudiar las contradicciones del momento actual. Siendo que la corrupción es el eje central de las preocupaciones, ahora resulta que vamos a aumentar el aparato estatal, recurso infalible para inflarla.

Demuestra también Klaas que cuando un sistema es corrupto, atrae a los más propensos a engañar y hacer trampas. Opera un filtro negativo,como acaba de probarse con las joyas que van a acceder al poder. En la medida en que la gente honesta no se mete en política, porque es una porqueria, son los deshonestos, los que más se estimulan a tratar de darle un mordisco al pastel oficial.

Pero tal vez lo más desconcertante es cómo subyuga el liderazgo de los corruptos. Porque aquí, y en casi todas partes, son elegidos, al menos la primera vez. Por votar por quienes encantan con un discurso y no hacer un trabajo serio de análisis, estudiando con responsabilidad las propuestas y evaluando sus realizaciones anteriores. Un mal liderazgo en ciudades, departamentos o países puede ser el factor más determinante del futuro, y sin embargo se toman decisiones de voto con una superficialidad pasmosa. Se vota por promesas porque son cantadas con entusiasmo lírico o no se vota, entregando toda la capacidad decisoria a una cuarta parte del electorado.

Otro componente importante es el diseño del sistema. Cuando lleva mucho tiempo, como en casi todas las democracias, han tenido los más torcidos la capacidad de ir armando una estructura en la que solo ellos prosperan. El honesto que gana una elección, se enreda en una maraña de normas, costumbres y trampas que no logra entender, y termina asfixiado por el complejo mundillo de expertos que se saben todos los trucos para robar y no dejar huella legalmente válida. El incauto elegido ve con desesperación cómo se restringe en forma creciente su campo de acción. Sus buenas intenciones se enredan en una pegajosa telaraña que lo inmoviliza, y sus proyectos quedan sepultados por un alud de procesos legales.

La perversión está tan instalada y aceptada, que se ha recibido nombre de ingenio: maquinaria. Quien nada con agilidad en el pantano, entiende que el rol central de un elegido, es usar los recursos de todos, para adueñarse de puestos que tienen que “rentar” los votos que lo vuelvan a elegir. Esta “técnica” usada con perversa habilidad, como se demostró en la Alcaldía de Bogotá, resulta un eficaz multiplicador, y gracias al hechizo de la prédica, no se reconoce como corrupción. Lleva al empoderamiento de los corruptos.