miércoles, 16 de febrero de 2022

Se acabó

La pandemia se acabó. No es sino mirar el último largo y delgado pico de la gráfica en todos los países. Todos habían tenido serruchos variados, reflejo del apego a la ciencia y la rapidez o efectividad de las medidas. Entre más lentos más ancho el diente y entre más resistencia a la vacuna, más alto. Ahora todos comparten un pico mucho más alto e invariablemente delgado, cortesía de Omicron. Si se hubiese diseñado una variante para solucionar la situación, no lo habrían hecho mejor. Alta contagiosidad y muy baja agresividad. Se acabaron las anosmias y las neumonías, se redujeron dramáticamente los ingresos a UCI y las muertes. Llevaron la peor parte los predispuestos y los antivacunas, quienes a pesar de la evidencia estadística, han sido capaces de concluir que lo ocurrido, prueba su singular sinrazón. Lo cierto es que a estas alturas, prácticamente toda la población tiene inmunidad por la vacuna o la “infección natural”. No se equivocó el funcionario con la prediccion que en Febrero todos iban a estar vacunados, recuperados o muertos. En Colombia, las cifras son dicientes: 40 millones de vacunados, 6 millones de infectados, que probablemente son el doble por lo que es muy seguro asumir inmunidad para casi todos. Podemos entonces celebrar el fin de la pandemia, aunque no haya certeza absoluta de nuevas variantes, como tampoco la hay sobre nuevos virus. Pero si es suficiente para que la humanidad declare el triunfo de la ciencia y acabe con todos los mandatos que generan tanto descontento. Desde luego que la OMS se demorará como de demoró con el inicio. No tiene sentido seguir con las restricciones que aplicadas en forma laxa no sirven sino para incomodar. Que las mascarillas queden para uso voluntario. Verlas tapando la cara de los griposos, será de elemental cortesía. Aumentaremos la frecuencia de lavado de manos y la higiene en general. Aprendimos que las grandes aglomeraciones con gritos y cantos son excelentes dispersores, así que cada cual quedará en libertad de buscar su próximo virus. Pero esos aprendizajes quedan en el territorio de la educación y las buenas maneras. Ya no hay lugar para más leyes y restricciones. No más carnets, no más mandatos, no más distanciamiento, no más aforos.

El balance nos dice que las restricciones tuvieron algún valor para aliviar la presión al sistema de salud y que el prolongado uso de mascarillas probablemente redujo la altura de los picos.
Pero el daño económico ha sido terrible. El mundo entero está indigestado con inflación, consecuencia de medidas anti-covid y de los flujos económicos promulgados para compensar los daños generados por las restricciones.
Y si no se normaliza la situación, tenemos campo para empeorar. La polarización de quienes protestan está llegando a extremos peligrosos. Los más golpeados por la pandemia, los que no han encontrado el camino de la recuperación, tienen razón en estar frustrados y desesperados con la prolongación de tan larga pesadilla.

Las autoridades a todos los niveles tienen que reventar esa burbuja de control social, que los tiene embriagados y abstenerse de seguir decretando prohibiciones. A trabajar y gozar con la recuperada libertad.