domingo, 26 de septiembre de 2021

Buscar la verdad


La verdad no ha sido fiel compañera de la humanidad. Los chismes y mentiras se han diseminado con la rapidez del suspiro y en pocos minutos, la turba enfurecida de la aldea, podía estar quemando la cabaña de la viejita que vivía en el bosque y había sido vista recorriendo vecindarios, volando en su escoba.
La diferencia es que ahora la aldea es global. Y son miles de millones los que pueden usar su imaginación, o expresar sus trastornos mentales, usando recursos que están a la mano de todos. Pero siendo un mundo tan competido, ¿cómo es posible que se disemine tan rápido tanta bobada y mentira?
Hay que entender, como lo explica Harari, que estamos en transición del humanismo al dataísmo. Hasta el siglo 17 la cosa era sencilla. ¿Se quería la verdad de un asunto? Se consultaban un libro sagrado o se le preguntaba a una autoridad religiosa. Todo estaba escrito y resuelto. Luego vino el cientifismo y el humanismo. Reconocimos la ignorancia y resolvimos adoptar la observación y experimentación como método para descifrar la verdad. Y empoderamos los sentimientos humanos, que tienen siempre la razón. Sea que se vote o se consuma, la verdad está siempre donde la mayoría decide.
En el dataísmo son los algoritmos los que resuelven. Si alguien lo duda, vaya a un banco y verá como su crédito lo rechaza un algoritmo basado en el conocimiento de su historia crediticia. El solo hecho de estar vivo puede ser la consecuencia de un algoritmo médico que tomó la decisión del tratamiento correcto, basado en una gran cantidad de datos.
Son los algoritmos los que deciden, para muchísima gente, qué información se consume, qué libros se leen y con qué películas o videos se distraen. Todos viven convencidos de estar tomando decisiones autónomas siguiendo su libre albedrío.
La verdad es que casi todo el que navega por redes, dejándose llevar, está siendo manipulado. Ha sido estudiado y se le entrega la información que está predispuesto a creer. Si lee falacias fantásticas, cada vez le presentarán más de lo mismo. Si consume miedo y odio político, lo alimentarán de ficciones hasta llenarlo de un fanatismo irreconciliable
La pandemia, un fenómeno globalmente asustador, ha sido territorio fértil para la dañina mezcla de tecnología y chapucerías.
Los “deep fakes” (falsos profundos) están poniendo en manos del usuario común herramientas que antes eran solo del cine. Hacen posible, teniendo unas cuantas fotos de la víctima, ponerla a decir y hacer lo que se quiera, en un video perfectamente realista. Así le amargaron la vida a Rana Ayyub, activista anticorrupción y de los derechos de la mujer en India, poniéndola a participar en un video porno. En solo 24 horas el video falso tenía más de cuarenta mil vistas y su vida familiar y política estaba arruinada.
Es cierto que no hay verdad absoluta. Solo podemos aspirar a acercarnos a ella. El camino implica no validar basura, diseminandola con la graciosa irresponsabilidad de un click. La VERDAD estará cada vez más distante en la medida en que no se investiguen las fuentes, y se examine coherencia y credibilidad. Tenemos que hacer un esfuerzo para dejar de ver para creer. La verdad no se encuentra porque no se la busca.


No pagar


Es uno de los rasgos culturales que caracteriza al subdesarrollo. No se pagan las multas, los impuestos, los arriendos, los préstamos ...y no pasa nada. El deudor se suele rodear de abogados que lo adornan con toda clase de derechos y, yéndole mal, recibe una palmadita.
El demoledor video de Bruno Diaz, acongojado por la muerte de su hijo, centra el drama en el no pago, desencadenante de la tragedia. No ahorra improperios contra el senador Gustavo Bolivar, confirmando lo que tantos sospechan: no parece ser una persona correcta y menos decente, como lo anunciaba en grandes vallas electorales.
Ejecutar un contrato, incurriendo en gastos importantes, para entregar una obra o prestar un servicio de calidad, y luego tener que perseguir al contratante, quien recibió el beneficio, porque se niega a pagar, produce una indignación inmarcesible.
Bruno transmite el inmenso dolor que significa perder un hijo, y destaca con crudeza la ira que genera el engaño de quien no paga un contrato cumplido.
Aspiro que lo hayan visto los demás padres de la patria, magistrados y funcionarios. Les sería muy instructivo dedicarle un tiempo a entender lo que vienen sintiendo a diario, y desde hace muchos años los cientos de prestadores del sistema de salud en Colombia. Allí el no pago es “parte de la cultura”, con la que “hay que aprender a vivir”.
Médicos trabajando durante meses, prestando sus servicios con dedicación, sacrificio y enormes esfuerzos, que ven pasar los años. Y no les pagan. Clínicas y hospitales, que se endeudan para comprar insumos, pagar personal y prestar los servicios contratados con las EPS. Y no les pagan.
Hablar de cuántos son los billones de pesos que se le debe a los prestadores públicos y privados, perdió el sentido en Colombia. No ha servido para nada. Quienes tienen en sus manos el poder para resolver esta situación tan inaudita, se pasan interminablemente la pelota.
Demandar no tiene mayor valor. Después de años de arrastrar un proceso, el juez ordena el pago de servicios legítimamente prestados y soportados con facturas e historias clínicas. Y no pagan. Los gerentes reciben 3 días de cárcel (lease casa) cuando incumplen la orden. Y no pasa nada. Siguen sin pagar. Cuando las cuentas se acercan a la década, los médicos asumen que trabajaron gratis, como en otras épocas y las empresas ajustan sus balances borrando carteras irrecuperables.
Es el diseño ideal para promover la corrupción. Se paga para obtener contratos y luego viene la comisión para que los paguen. Obviamente la ejecución del contrato tiene que ser también tramposa, para poder repartir los respectivos porcentajes.
Quienes no “comprenden” el sistema, languidecen en medio de abogados que dilatan los procesos sin fin. Eventualmente algunas EPS terminan intervenidas con lo que se debe proceder a enterrar cualquier esperanza. No queda sino seguir apretando el cinturón mientras se conocen los desproporcionados sueldos y prebendas de directivos, que fueron tan diligentes en llevar sus entidades al desastre.
Si Colombia aspira tener un sistema de salud decente o más aún, una economía y estado que funcionen, es indispensable acabar con la tolerancia al no pago.