viernes, 6 de enero de 2023

Matar empresas (236)

Un pegante que parece unir a muchos es el odio a los empresarios. Esos ricachones que disfrutan de toda clase de privilegios gracias a que explotan sin misericordia a un sufrido pueblo. Si bien es cierto que hay quienes pueden corresponder a esa descripción, son una minoría en vía de extinción. Y es, para desconcierto de los amargados, el mercado el que los va enterrando. Porque las empresas exitosas son las que logran un equipo humano de trabajo motivado y bien remunerado, lo que les permite, en forma consistente, servir a la comunidad con productos y servicios de valor. Terminan siendo exitosas, prósperas, y representando un importante capital para sus gestores y fuente importante de ingresos para el estado. Quien haya corrido la maratón del éxito empresarial, sabe que su riqueza no vale nada sin la gente. Son los empleados entrenados, motivados, interesados quienes con su arduo y permanente aporte, constituyen la esencia del valor de una empresa. Quien no lo tenga claro no es sino que piense en un banco, un restaurante, una fábrica de zapatos, un hospital. Saquele la gente y que queda? ¿Cuánto queda valiendo? Por eso es tan desatinado sufrir porque un Don Fulano tiene un patrimonio de tantos mil millones. Lo que tiene es un gran número de seres humanos que están llevando una vida digna gracias a las ideas y capacidad de los dueños y directores. La obsoleta idea del Capital como esencia de la injusticia social, tiene países enteros condenados a la ruina. Basados en que basta con echarle mano al capital para obtener la anhelada justicia, se expropian empresas para dirigirlas sin la experticia requerida para hacerlas viables. Aplicando el remedio equivocado, Latinoamérica no cesa de repetir la tragedia.

Las empresas no solo se matan con la estatización. Ferrocarriles, Telecom, Adpostal y la evolución de Emcali y Ecopetrol y Pensiones, son amargos ejemplos. También se matan con impuestos. Las pequeñas y medianas, asfixiando a los emprendedores quienes terminan concluyendo que es más cómodo sentarse a recibir subsidios que arriesgar y trabajar, y las grandes porque se espanta el capital y el talento.

El discurso de odio al éxito empresarial, que está haciendo tan buena carrera aquí y en el vecindario, hace un enorme daño. Es el camino probado y garantizado para frenar la generación de riqueza. Se podría pensar que quienes han logrado con ingenio, disciplina, sacrificio y trabajo algún grado de prosperidad tienen esto claro. Pero impresiona la facilidad con que tantos repiten la historia de odio y resentimiento. No hay que dejarse confundir. Una cosa es tener sensibilidad social, preocuparse y hacer esfuerzos por ayudar a quienes viven marginados y otra es volverse caja de resonancia de sandeces, que empeoran precisamente a quienes supuestamente se quiere ayudar.

Repartir comida y subsidios puede ser una medida de urgencia ante una situación crítica pero el mejor aporte social es crear empresas que le den empleo y unos ingresos dignos a quienes no han logrado subirse al tren de la economía.
El papel del Estado es facilitar el éxito de muchos empresarios, lo que lleva a sociedades prósperas donde los ingresos de todos mejoran.