lunes, 16 de agosto de 2021

Las 3 mentiras

La mentira ha sido siempre un arma útil para arrear el rebaño. Cuando la usan los jefes de estado se convierte en Verdad Institucional. Muchos avezados han mostrado su maestría en tan perversa habilidad, a lo largo de la historia. Todos aprendices, comparados con Trump.

Antes de su reinado, nadie podía imaginar que el líder del país más influyente del mundo, fuese capaz de mentir con tanta propiedad y persistencia. 30.573 se contabilizaron en sus 4 años. Tanto que convirtió la mentira en lustrosa virtud que comenzaron a admirar y seguir millones de personas. Le dio tanto estatus que proliferaron líderes que se han validado repitiendo las más prominentes, o han creado su propia escuela.

En política, el “robo de las elecciones” ha significado patente de corso para todo el que quiere instalar su propia versión de democracia. Aquí, nos han querido vender la versión de la “feroz dictadura”, con la que quedan justificados todos los actos de rebelión violenta. En USA llevó a una turba al capitolio, sacudiendo en forma inverosímil la democracia más sólida que conocíamos.

Otra Gran Mentira, de la misma cocción, es la negación del cambio climático. Ignorar la abrumadora evidencia científica que demuestra que vamos irremediablemente hacia el desastre ambiental. Se juega con la posibilidad de terribles tragedias para la humanidad, haciendo gala de una ignorancia y banalidad, que por más que sean asombrosas no dejan de tener millones de seguidores. Los incendios, las temperaturas extremas, las inundaciones, los huracanes, que ya están ocurriendo, no les sirven de argumento a los encantados con las fábulas.

Como tampoco sirven los miles de muertos de no vacunados a quienes se oponen a las medidas anti covid. Burlarse de las máscaras y el distanciamiento premió a Trump con el liderazgo mundial de muertos y le inyectó gasolina a los creativos argumentos antivacunas, muchos de los cuales compiten con la literatura fantástica: que se cambia el ADN, que esterilizan, que nos convierten en chimpancés, que matan niños para hacerlas, que nos inyectan chips para controlarnos, que es un montaje de las farmacéuticas. Aquí también, cientos de datos de sitios serios y reconocidos, fácilmente consultables, comprobables y coherentes, son reemplazados, incluso en mentes ilustradas, por teorías sin sentido, originadas por personajes y sitios de dudosa reputación, con claro historial de mentiras previas. Es difícil entender como una personas de alto nivel cultural, puede leer y ayudar a diseminar tonterías tan obvias y se resiste a entender principios elementales de salud pública y derechos. Nadie tiene la libertad de decidir qué hacer con su cuerpo si esa decisión va a causar daño y muerte a otros. “Mi cuerpo, mi libertad” implica que mi libertad está por encima de la vida de los demás.

Tres grandes mentiras, cuya diseminación ocupa buena parte del tráfico en redes. Impulsadas desde lo más alto del liderazgo mundial, tienen el potencial de llevar a la humanidad desastres políticos, de salud pública, y comprometer la supervivencia de la especie.

Nunca antes la Mentira había tenido el poder de causar un daño tan profundo y universal.

Las pantallas

Es de alto nivel intelectual dogmatizar sobre los efectos nocivos de las pantallas.

Por un lado están los ojos. Con qué facilidad se disemina el mito de los perniciosos rayos que salen de las pantallas y dañan nuestros ojos. No hay ninguna evidencia científica y cientos de estudios demuestran lo contrario. De las pantallas sale luz que estimula nuestras retinas de la misma manera que lo hace un paisaje. Lo único que está demostrado es que si los niños pasan muchas horas mirando objetos de cerca, pantallas o papeles, desarrollan o aumentan la miopía. Las abuelitas tenían razón. Pero la prevención es fácil y basta con dos horas de exposición al sol y juego al aire libre todos los días.

La preocupación mayor, personificada en el viral discurso del ministro francés de finanzas es el daño mental de “les écrans”. Estimulante la erudición pero equivocada.

“Las pantallas” haciendo referencia al mundo digital y de internet, no son sino un medio. Son tan responsables de las tonterías, que con tanto éxito circulan, como lo fue la imprenta de las fotonovelas, los cómics y tantos otros impresos llenos de basura. Muchos de ellos, libros. Así que el hecho de que un libro sea impreso no quiere decir que abre la inteligencia, estimula la imaginación y nos agrega como seres humanos. Depende del contenido. Igual que las pantallas. Se pueden usar para leer los más clásicos e inspiradores libros, o para pasarse el día viendo volteretas de gatos.

Es cierto que las redes están diseñadas para enganchar al usuario a ver las mismas necedades en forma repetitiva. Lo mismo podría decirse de un buen libro. El escritor engancha con las primeras líneas y mete al lector en su mundo imaginado a través del hábil manejo del lenguaje. Un gran clasico estimula la mente de la misma forma, independiente de si se lee en un papel o en una pantalla.

De hecho, las pantallas tienen grandes ventajas: no se requiere luz especial, se puede graduar el contraste, el tamaño de la letra y la iluminación a gusto y necesidad del lector. El peso es mucho menor que un libro y no hay el problema del curvado en la union de las páginas. Es posible consultar el significado de palabras en forma instantánea y ampliar referencias a medida que se lee. Los libros son transportables, consultables, accesibles. Es posible leer en forma gratuita millones de títulos y se pueden comprar en instantes y a menor precio los autores recientes. Se subraya sin dañar y se extraen fragmentos con gran facilidad.

La añoranza del olor del papel y el ruido de las paginas es comparable a la de los coches de caballos. Más bien desconcierta que haya aún todavía ese afán por imprimir en papel, con todo el daño ecológico que implica, cuando todo se transmite tan fácil por vía digital.

La controversia está mal planteada y si sigue así, la razón tiene las de perder. El camino es estimular a los jóvenes para que usen los medios digitales todo lo que quieran. El esfuerzo no es contrarrestarlos sino educar para hacer ver que dan acceso al mundo del arte, de la literatura y la ciencia. Si se logra enseñar a usar bien “las pantallas” se logrará que cada vez menos, sean dominadas por la superficialidad y las bobadas.