viernes, 13 de mayo de 2022

Oclocracia

Cuando una sociedad cree que se está inventado algo muy novedoso, resulta que hace más de 2000 años, los griegos demostraron su futilidad.

Pasamos de tribus aisladas a formar comunidades grandes que terminamos llamando países, y lo primero que ocurrió fue que el jefe de la tribu decidió llamarse rey. Tenía que haber una autoridad central muy poderosa para que la sociedad no entrase en desorden. Pero casi sin excepción el rey y sus allegados se llenaban de privilegios a costa del empeoramiento de las condiciones de los súbditos. Ante esto los griegos inventaron la democracia. Un mecanismo mediante el cual, un extracto de la población, debe velar por los intereses de sus representados, con la capacidad y el poder para dirigirlos. Después de muchos siglos en los que las sociedades se movieron entre extremos de despotismo y desgobierno, un buen porcentaje de la humanidad terminó adoptando el invento de los griegos, con toda clase de ajustes y variantes. Con excepción de Corea del norte y Latinoamérica la ciencia social ha concluido que la combinación de democracia con libertad económica es lo que lleva a los pueblos a la prosperidad y equilibrio social. Pero la codicia y la ambición encuentran la manera de dominar las mentes en la medida en que acceden al poder, lo que está llevando al desprestigio y, según algunos, al fin de la democracia. Si creemos en Polibio, el “padre de la historia”, las democracias degeneran en oclocracias o gobierno de la muchedumbre. Y aquí ayuda la teoría política de magistrados y demagogos, quienes creen que paralelo a la estructura representativa del poder democratico, y en el mismo nivel, está el poder de “la calle”. A la capacidad para perturbar a la sociedad con marchas, bloqueos y paros se le da carácter de “legítima voluntad popular”. La elección de agitadores y violentos al congreso confirma la tendencia. No usarán su posición para el diálogo, sino para agitar la protesta, disfrazada siempre de pacífica, que estará perfectamente orquestada para terminar en destrucción y agresión, llevando al desconcierto y asegurando la culpa para la policía. Hace más de 2300 años Polibio lo describió con precisión. Los “colectivos” que no son representativos, ni elegidos por nadie, terminan imponiendo su voluntad, basados en su capacidad para apabullar una sociedad pacífica. Ya anunciaron que incendiarañán las ciudades, si la votación no les cuadra. La pasividad del estado se garantiza con una campaña que lo ha desprestigiado y caracterizado como represor y violador de derechos humanos.

Cuando se legitima la capacidad de imponer los puntos de vista mediante actos de barbarie, entramos en la oclocracia.Las reglas de representatividad de la democracia no operan. Su degeneración llega al peor punto con el “despotismo del tropel”, que dista mucho de la voluntad popular. Del caos surge el hombre providencial que concentra el poder y se convierte en el tirano. ¿Estaremos condenados a repetir la historia de la anaciclosis que confirmaron Maquiavelo, Robespierre y tantos otros? Asi será si se vota con la emoción producida por discursos demagógicos llenos de fanatismo, promesas imposibles, odios y miedos infundados.