viernes, 26 de mayo de 2023

Sueños gaseosos

El “fin de la era extraccionista” anunciado con tanto bombo por el Presidente y su Ministra es uno de los disparates que más promoción ha tenido, por la connotación de parecer integrado a los luchadores verdes del mundo.

Tal vez tengan la oportunidad de ver el terrible daño ocasionado por una interrupción transitoria del suministro de gas al suroccidente colombiano. La energía mueve la economía. Sin fuentes de energía, todo se paraliza y el frenazo a todas las actividades tiene consecuencias desastrosas.

Una cosa es tener las sanas intenciones de buscar fuentes renovables de energía y planear una transición ordenada y otra es salir con planes como “ni un contrato de exploración más”. Lo han dicho todos los expertos y los que manejan cifras de la generación y utilización global de energía. Si Colombia deja de extraer combustibles fósiles, a nadie afecta y en nada contribuye al cambio climático. Lo único que ocurre es que disminuye una de las principales fuentes de ingreso del Estado, con la consecuente reducción de su capacidad para la acción social y alivio de la pobreza.

Pero la peor barbaridad es creer que en algo se ayuda dejando de extraer. La contribución real consiste en dejar de consumir combustibles fósiles. Y allí lse observan propuestas contradictorias: Industrializar y desarrollar el campo, dos áreas que generan el 50% del efecto invernadero. ¿Con qué energía? ¿Dónde están los proyectos de campos eólicos? ¿Cuáles son los planes para apoyar las granjas solares? ¿La fabricación de paneles? ¿Cuáles son los nuevos proyectos hidroeléctricos? ¿Dónde está la propuesta del carro eléctrico Colombiano?

No se ha oído ni una sola iniciativa que de verdad contribuya a la transformación de fuentes de energía. La propuesta de comprarle a Venezuela lo que dejemos de producir es absurda y violatoria del compromiso de trabajar por la Nación. No se entiende como no ha merecido juicio político.

El plan es simplemente dejar de usar energía. Abandonar el materialismo egoísta y volvernos sencillos, regresando a nuestra sabiduría ancestral de movernos a pie, cultivar con palas, vestirnos con paja y comunicarnos a gritos. Porque la ambición de llevar vidas cómodas en las que aprovechamos los inventos de la modernidad, va a acabar con la humanidad.

Este discurso irrealista, lleno de falsedades dogmáticas se debe confrontar con la realidad. Aunque es verdad que la mayoría de los científicos que estudian el cambio climático están de acuerdo en que hay algún efecto generado por la actividad humana, lejos están de coincidir con mediana precisión qué tan serio y dramático es el cambio y el tiempo en que va a ocurrir. Así que montarse en la vacaloca del “fin de la humanidad” para empobrecer al país, no tiene sentido. Hay cientos de iniciativas inteligentes y creativas para ayudar a la transición. Lo que tiene que hacer el país es promoverlas con entusiasmo y dedicación y parar la repetición del insensato discurso. En vez de acción efectiva que contribuya a mitigar el cambio climático lo que recibimos es un aluvión retórico con la repetición de preceptos vacuos compartidos con sus colegas suramericanos y que el mundo hace rato, decidió archivar.

domingo, 21 de mayo de 2023

El hombre-arma Colombiano

Los americanos no acaban de entender lo que les está pasando. 131 masacres o “mass shootings” en lo que va del año que suman a las 50.000 muertes violentas por año, relacionadas con armas. Casi a diario sale algún loco armado (gunman) y dispara indiscriminadamente a los que lo rodean, en los más variados escenarios. Siguen siempre sesudos análisis que tratan de explicar tan dramática evolución. Casi siempre se centran en la fácil disponibilidad de armas, pero poco han analizado lo que representa la cultura de violencia. Si miran a Colombia se acercan a entender. Tenemos las armas muy restringidas y sin embargo los triplicamos en tasa de muertes violentas. La respuesta claramente está en la cultura, entendida como la suma de creencias y comportamientos de un grupo social. Algunos rasgos culturales predominantes terminan definiendo justa o injustamente a las naciones. Los japoneses son disciplinados y laboriosos. Los suizos son precisos y organizados. Los Italianos habladores y festivos. La lista es larga, imprecisa, subjetiva y muchas veces inapropiada o incorrecta. Los rasgos más diseminados de los Colombianos los clasifican de violentos y ladrones. Podrá ser injusto pero no son muchos los sitios en este mundo, en donde a uno le clavan un cuchillo por robarle un celular. O donde las pandillas armadas reciban tratamiento de movimiento político.

Tenemos bultos de libros que describen nuestra historia de violencia, sus actores, las causas inmediatas y el tremendo sufrimiento que han generado. Lo cierto es que casi todos aceptamos que “somos violentos”.

Partiendo de las gloriosas guerras que nos dieron la libertad, casi todos los pensadores y expertos en el tema han creado una corriente de pensamiento que valida y justifica la violencia. No poseemos la exclusividad pero sí hemos sido aventajados en su diseminación.

La esencia está en considerar la falta de igualdad, como una injusticia, que todos tenemos el deber de “combatir”. (la terminología siempre es bélica). El derecho a echarle mano a lo que no tengo nos lleva a un país de ladrones. Con la misma lógica se encuentra la justificación moral para secuestrar, torturar, asociarse con mafiosos, colocar bombas, incendiar o destruir.

Se enseña que es válido usar la fuerza y la agresión para lograr lo que en la mente de cada cual constituye la justicia, se sientan las bases para que la violencia se disemine y se perpetúe.

Como toda cultura, su generación (o degeneración), se instaura cuando todos, al describir la realidad repiten “estallido social” “paz total”, “cerco humanitario”, “cese bilateral de fuego” “actores en conflicto” siguiendo el guión de confusión de los violentos. El más abusado es precisamente “violencia”. Todo lo injusto “es una forma de violencia”, y así ya ni siquiera se distingue qué es violencia. Por eso los movimientos de no-violencia, fuertes en casi todo el mundo, aquí no se entienden y poco se diseminan.



Si los vecinos del norte nos estudian, podrán entender cómo han armado con el cine y los videojuegos, una cultura en la que todo se resuelve disparando y los jóvenes aprenden a disociarse matando primero en la virtualidad y luego en la realidad.
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