viernes, 11 de noviembre de 2022

Inflacion

La inflación es el recurso más efectivo que tiene un gobierno para esquilmar a la población.

No hablamos de la inflación inevitable del 2 o 3% que ocurre en todas partes y a la que le dedican libros enteros los más serios economistas. Ni la global que azota al mundo a raíz de las restricciones al movimiento de mercancías y las exportaciones de China por la pandemia, la baja en oferta de granos y fertilizantes por la guerra de Putin y los auxilios entregados por gobiernos a veces manirrotos. Hasta la economía más fuerte, exageró las dádivas y allí está Biden luchando con una inflación sin precedentes.

El atraco a la población lo ejecutan los gobiernos irresponsables, con líderes que atropellan el elaborado equilibrio entre oferta y demanda, logrado tras siglos de ajustes. Inclusive los hay tan delirantes que pueden jurar que se están inventado una nueva economía que involucra la transformación de la naturaleza humana.

La hiperinflación que producen estos promeseros se convierte sin excepción en el más extendido y descarado robo de los recursos de sus compatriotas. Puede considerarse el acto de corrupción más sublime.

Cuando los políticos se apropian de un porcentaje de los contratos, la gente reacciona enardecida. En un acto de infinita contradicción, muchos indignados salen a destruir los pocos bienes públicos que benefician a todos, y que se hicieron gracias a la rara ocurrencia de un contrato honesto. El propósito del político ladrón es, desde luego, mejorar su nivel de vida y el de sus allegados, pero una porción sustancial de lo que se roba lo usa para hacerse elegir de nuevo y perpetuar el ciclo. A través de nombramientos y subsidios condicionados, establece una red de chantajeados que votan para no perder el puesto o la próxima repartición. En la escala de las ciudades, son los alcaldes que empeñan los ingresos futuros de sus ciudades para lograr una base que les garantice el siguiente escalón electoral. Bogotá y Cali son dicientes ejemplos de esa bien concebida maquinaria, que tanto aceite consume.

Ya a nivel de país, toma la forma de un desmesurado aumento del gasto público que no se alcanza a compensar con impuestos acaba-empresas. Se recurre a consumir capital y a echarle mano a ahorros y pensiones del público. Repartiendo plata se crea la ilusión de bienestar, pues se estimula el consumo. Pero al no generar riqueza, se recurre a imprimir papelitos que se van llenando de ceros. Sigue control de precios y la tasa de cambio, inventando varias en un sistema de roscas y privilegios que hacen ver las corrupciones previas como un juego de centavos. Es la fórmula que han repetido “ad nauseam”, las hiperinflaciones de la región: Argentina (197%), Bolivia (183%), Nicaragua (261%) y Venezuela (800%), logrando diseminar la miseria a unos niveles inconcebibles. Por más maligna que pudiese ser la democracia Venezolana, quienes pedían el cambio, no imaginaron nunca un 80% de pobreza, 7 millones de emigrantes en la miseria, y una tasa de homicidios cercana a ganarle a Jamaica el primer puesto mundial.

Nuestra rápida devaluación, va trazando el camino hacia la hiperinflación. Será que necesitamos que nos aplastn los ceros?