lunes, 18 de octubre de 2021

Bin Laden y pasaportes



“Doctur, Alhamdulillah.. Bin Laden..number one”, fue el saludo del portero. Seguí con la recepcionista, técnicos, colegas. Todos sonrientes, todos pulgar arriba. Se felicitaban, se abrazaban. Allí estaba el colega que se había ido con su mujer a Estados Unidos, con grandes sacrificios, solo para que su hija fuese americana.

Habíamos pasado la noche en vela, viendo noticieros en forma continua. Primero los aviones incrustandose en las torres y el pentágono. Luego el colapso. Había 100.000 personas trabajando en las dos torres y esa era la cifra de muertos que creíamos haber presenciado en vivo y en directo. El horror de tanta destrucción y muerte nos tuvo, como al mundo entero, en vela, siguiendo minuto a minuto los detalles de lo que parecía el apocalipsis. Recuerdo haberme sentado a describir cómo se iban a complicar los viajes haciendo un estimado de cuántas aerolíneas iban a desaparecer.

Así que hicimos acopio de fuerzas, después de habernos abrazado y llorado y pensamos que tenía que dar ejemplo en mi condición de Director. Convencido de que íbamos a experimentar una catarsis de condolencias, entre todos los que tendríamos el valor de ir a trabajar.

Así que ver la reacción de felicidad y orgullo de todos los miembros del equipo, fue más que desconcertante. Cómo íbamos a interactuar con unas personas que eran capaces de celebrar semejante tragedia.

Alli entendimos lo que era el Islam moderado. Tal vez había musulmanes moderados, en algunos sitios de occidente, pero ciertamente allí, los que nos rodeaban y habíamos considerado amigos, parecían muy distantes. Habíamos salido de Colombia, huyendo de la guerra y ahora estábamos en lo que parecía ser el centro de la caldera mundial. Especialmente cuando oímos que 19 de los terroristas eran Saudíes. (Sauúdi, como lo dicen ellos). Varios colegas occidentales decidieron montarse en el primer avión que saliera del país. Nosotros decidimos cumplir el contrato, y nos faltaban 9 meses.

Independiente del posible riesgo que estuviésemos tomando, lo que más nos sacudía era la realización de cómo una cultura de odio y violencia se puede diseminar y puede invadir y dominar las mentes de personas que parecen llevar una vida civilizada y normal. Y claro, viniendo de una Colombia en guerra no podía faltar el símil con nuestra cultura. Gente, también aparentemente normal, que había aceptado la agresión, la trampa y el odio como parte de la vida.

En la comida de despedida hacían chistes con el hecho de que ellos, los saudíes, habían sido los que tumbaron las torres, pero fueron los afganos los que recibieron las bombas. En respuesta yo manifesté un agradecimiento inusual. Hasta ese momento, en todos nuestros viajes internacionales, habíamos sufrido el pasaporte Colombiano. En todas partes, nos sacaban aparte, nos interrogaban y solo después de comprobar que éramos conferencistas invitados a algún evento, nos soltaban. Después del 911 comenzamos a cruzar fronteras con una fluidez inusitada. Nadie nos volteaba a mirar. Los pasaportes musulmanes eran la nueva peste. Así que les agradecí a nuestros colegas árabes habernos quitado el puesto del peor pasaporte del mundo.