viernes, 14 de octubre de 2022

De quien?

En los primeros lugares de la lista de reivindicaciones feministas debería estar eliminar el “de”. Implica que una persona pertenece a otra. Unas culturas eliminan el apellido de nacimiento a la mujer cuando se casa y otras el nombre completo: Mrs Fulanito Smith. Desaparece nominalmente.

Ese “de” tiene implicaciones reales. La pertenencia es fácilmente distorsionada, y lleva a que el macho abuse de su legítima propiedad. Es una tradición muy diseminada y profundamente arraigada. Rima muy bien con esa absurda concepción del amor posesivo, que termina siendo una degenerada rama del materialismo.

“Si no es mía no es de nadie” aúlla con expresión dramática el galán mientras clava el puñal, provocando lagrimones de los espectadores, conmovidos con el aberrado drama.
Podría pasar como una variante admisible de humor negro, si no fuera porque refuerza el machismo posesivo que genera feminicidios en la vida real. El número no importa. Cualquiera es inaceptable y es reflejo de una cultura primitiva, animal, en la que el macho se impone por tamaño y fuerza.

La evolución ha producido muchos mecanismos para preservar y diferenciar las especies. Uno de ellos es hacer a la hembra atractiva y al macho agresivo, quien demuestra en sucesivas peleas, que son sus genes los que merecen transmitirse.
Como tantos instintos animales, la vida en sociedad los ha ido domando en un proceso moldeado por la cultura. Es más culto quien mejor controla sus instintos primitivos y ejerce la gentileza.
Así el gorila que lleva adentro, lo incite a querer apoderarse de las redondeces que lo rodean, un caballero se restringe y logra contener el avance de sus apéndices. Por más que su enfermizo ego lo lleve a sentirse el más agraciado y acuerpado, se limita a esparcir su semilla en donde es bienvenida y no golpea o asesina a quienes deciden no aceptarla.

El mundo del fundamentalismo musulman resolvió, a raíz de una imprecisa traducción del Corán, que lo que había que hacer era taparlas de cabeza a pies con trapos cuyo color, espesor y confección varían según el grado de radicalismo. En Arabia, los barbudos motawas, diligentes funcionarios del Ministerio para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio, se encargan con sus varillas, de asegurar que las mujeres no pequen, mostrando un sensual mechón de pelo o la piel de un tobillo. Azotan en público y encarcelan por cualquier ridícula transgresión. No solo las envuelven, sino que las aíslan de todo contacto con el mundo exterior, restringiendo la educación y la opción de desarrollarse como seres autónomos y pensantes. Una doctrina cuyo principio es el cuidado y protección de la mujer, termina en abuso y opresión, con la persistencia de costumbres espeluznantes como la lapidación.

Por eso es excepcional que hayan hecho conciencia de su oprobiosa situación y se rebelen. El sacrificio de las valientes Iraníes debería generar apoyo universal y ser ejemplo para acabar con usanzas que refuerzan la capacidad de los secretores de testosterona, para apabullar a la mitad de la población que aporta delicadeza y ternura.

Si allá van a ser capaces de sacudirse el velo, acá deberían liberarse del “de” y dejar de pertenecer a alguien.