viernes, 8 de septiembre de 2023

Luz Pantallas y Mente

Un mito muy diseminado es el daño a los ojos por la luz azul de las pantallas. Se deriva de una práctica muy común en la interpretación de la evidencia científica. Alguien hace un experimento en el que se logra demostrar la muerte de un cultivo celular con la exposición prolongada de luz azul intensa. Quien lo usa para engañar repite sin entender el lenguaje científico, con todos los detalles de la física y la bioquímica del daño. Luego, en un acto de magia, saca del sombrero la conclusión: los ojos sufren un daño irreversible por luz azul y por tanto todo el mundo debe comprar filtros y gafas especiales. El lego oye Ciencia y queda convencido. Cerrada la venta.

Un truco que se repite en muchos campos para promover negocios y servicios disfrazando prácticas inútiles con supuesta evidencia científica.
No hay ninguna base seria para suponer que los ojos sufren daño por la exposición prolongada a la luz de pantallas. Sin embargo, el cuento se vende como pandebono fresco.

El sol, el medio ambiente tiene mucha más luz azul y ultravioleta (esa sí dañina) que la que pueda salir de una pantalla. Lo que sí puede ocurrir es el cansancio asociado a la exposición por muchas horas al trabajo de cerca. La concentración hace que se parpadee menos, los ojos se secan y arden. El esfuerzo muscular del enfoque y convergencia puede llegar a producir dolor y fastidio con visión borrosa. Pero no pasa de ser una molestia pasajera y se controla fácilmente haciendo pausas. También es cierto que se puede alterar el ciclo del sueño, pero para eso los programas de los celulares disminuyen la intensidad y composición de la luz en lecturas nocturnas.

La mitología del daño de las pantallas a los ojos oculta el verdadero peligro, que es el daño a los cerebros. La programación de redes ha estandarizado una estrategia inventada hace mucho en publicidad de televisión y radio. Si el mensaje dura solo 30 segundos, atrapa la atención de la “víctima”. Así, todas las redes han basado su éxito en la brevedad: Twitter (X), Facebook, Instagram y el de más reciente éxito: Tik tok. Pocos segundos son suficientes para enganchar con el siguiente. Mensajes cortos que toquen alguna fibra emocional y “voilá”, los atrapados no se dan cuenta y se quedan pegados a una secuencia de videos, imágenes o mensajes, todos breves y encadenados. El cerebro entra en modo de simpleza repetitiva, lo que representa una reducción de la actividad eléctrica, que tiene algo de similitud con la “paz” que se logra con el rezo o la meditación, pero con un componente adictivo ya que se enlaza a una secuencia que cada vez produce más placer. El adicto puede pasar horas en modo distracción, sin pensar ni producir, emulando los efectos de un porro o cualquier químico que desconecte de la realidad. En la dependencia, se va perdiendo la libertad para decidir cuándo no usarlo o cuándo parar. La secuencia está siendo programada por bots de IA, que conocen al sujeto mejor de lo que él mismo se conoce. Los cerebros hackeados por una inteligencia extrahumana. Lo que a cultos y religiones, le costó siglos de educación y ritos repetitivos, lo está logrando nuestro iluminado apéndice rectangular.

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