sábado, 19 de junio de 2021

Cosecha de falacias



Que época tan fértil para la siembra de falacias. Con qué facilidad se cosechan y distribuyen, sin análisis alguno.

He aquí unas, de las tantas que circulan:

“Tan irracionales son los bloqueos y los paros indefinidos como la falta de oportunidades y de esperanzas para la inmensa mayoría de colombianos.” Inmensa mayoría? Todos los estudios muestran que, como en toda sociedad de este planeta, hay un porcentaje de personas que quedan marginadas de las oportunidades. En Colombia es muy alta porque puede llegar a 10% dependiendo de quien y donde y que se mide. Es alta y muchos trabajan para bajarla. Pero equiparar la irracionalidad de los bloqueos y los paros a lo que no ha podido solucionar un sistema lleno de defectos, es buen ejemplo de pensamiento absurdo . No hay equivalencia entre impedir un derecho, y no ser capaz de dárselo a todos. Al que se rasga las vestiduras, con semejante malabar moral, se le debe preguntar: ¿Y cuál ha sido su aporte?

“No hay diferencias entre la carencia de alimentos que surge de un bloqueo y la que nace de la simple incapacidad de adquirirlos porque no tiene dinero para hacerlo”. ¿No hay diferencia entre impedirle a Ud comer y no ser capaz de repartir equitativamente la comida? Hay cientos de iniciativas en este y muchos otros países, para los pocos que se quedan por fuera del acceso seguro a la alimentación. Que no funcionen a la perfección y siga habiendo algunos que pasan hambre, valida cortarle el acceso a todos, para que allí si, el hambre se disemine? La falacia pasa de inmoral a estúpida.

“Tan criminal es bloquear el paso de una ambulancia como lo es que la falta de recursos impida el acceso a servicios de salud”. Esta es la joya de la corona. Poner en el mismo plano impedir la atencion de un enfermo, con las dificultades que tienen todo sistema de salud, para dar atencion oportuna a todos, es tan absurdo como equiparar el asesinato con la muerte natural.

“Tan vándalo es quien destruye infraestructura colectiva cómo quien se roba los recursos para construirla”. ¿Cuánto hay que torcer la lógica, para ser capaz de armar semejante barbaridad? Si la infraestructura está construida, es porque hubo la suerte de que alguien no se la robó. Y si eso se logró, es un beneficio para la sociedad, y se debe proteger, como se deben vigilar y proteger los contratos de construcción. Justificar la destrucción, con la corrupción es un sinsentido.

“La paz no es posible hasta que todo ser humano tenga un lugar en la dignidad”. El mundo entero viviría en guerra porque ningún país, ha logrado tan bonita utopía. Que está muy bien como sueño, pero sumamente torcida, como justificación de la violencia, que ha probado precisamente aplastar la dignidad humana de forma atroz.

“Autoridades ineptas e incapaces…”. No los elegimos nosotros?, los aptos y capaces? ¿Por qué ley de la naturaleza, resulta que de esta conjunción de seres prístinos e inteligentes, salen siempre los más brutos y corruptos a dirigirnos?

La filosofía de todo vale porque nada sirve, hija de la mediocridad y hermana del negativismo es de un simplismo grotesco. Inmejorable ejemplo, el grafiti pintado en una estación destruida: CUIDEMOS LO NUESTRO.

Confusion



Es, sin duda, la esencia de la estrategia del paro. Crear confusión. Un ejército de periodistas y analistas, muchos pagados y contratados, otros… confundidos!, consumen lo que nos han servido en la misma bandeja, para que no seamos capaces de discernir.

Por un lado tenemos un gran grupo de Colombianos, que tienen justificados motivos para estar inconformes: corrupción, ineficiencia estatal, sistema judicial pesado, congresistas y magistrados llenos de privilegios, inequidad, miseria, hambre, pesima educacion, fallas tremendas en el sistema de salud. Cada cual, a su nivel, según su campo de acción y sus intereses, logra compilar una larga lista de quejas, que despliega con orgullo cada que se convoca al deporte nacional más popular: rajar del país.

Quienes hemos tenido oportunidad de vivir en otras latitudes, sabemos que esas listas existen en todas partes. Pero es motivo de orgullo patrio, mantenerlas bien guardadas y airearlas lo menos posible. Por eso, cuando se mide percepción de cualquier cosa negativa, somos campeones.

La gran mayoría de estos quejosos patriotas, creen en la democracia, la libertad económica y el diálogo pacifico para resolver nuestras diferencias. Los más molestos, protestan, marchan, y quieren ejercer presión para que las cosas mejoren más rápido. Esos son los pacíficos manifestantes.

Pero hay también un pequeño grupo que representa un 3% de la población, que cree que la dictadura del proletariado es la solución. Y como no la han podido imponer a la fuerza, usan con habilidad la confusión.

Se organizan marchas. Salen los pacíficos cantando con entusiasmo. Al final, entran cuadros bien armados a atacar, destruir, quemar, cuando todavía hay marchantes. La policía hace lo que tiene que hacer: tratar de proteger vida y bienes. Se confunde la reacción policial, con represión a unos jóvenes pacíficos inconformes. Así lo perciben los marchantes. Así lo reportan los periodistas. La misma policía se confunde, de tanto ser acusados de abuso, ya no se defienden ni defienden a nadie.

La protesta auténtica y legítima de miles, se confunde con la barbarie de unos pocos. Ayudan los recuentos y videos mentirosos. Todos caen en la trampa. La sociedad se confunde. “Tenemos que cambiar porque nos van a arrasar”. No distinguen que la violencia viene de unos pocos, contra los que bastaría una efectiva acción policial, como ocurre en todo el mundo. Se proponen soluciones. Recojamos plata para dar empleo. Hagamos fundaciones para ayudar. Regalemos comida.

Como todos estamos confundidos, no se entiende que esas acciones, si bien alivian la presión, son de corto plazo. La gran inconformidad, la de la mayoría de los ciudadanos molestos, se resuelve con cambios estructurales permanentes: sistema tributario que no sea burlado por los más poderosos, participación de los trabajadores en las utilidades de las empresas, cárcel y confiscación de bienes para los corruptos y tramposos.

Creer que con medidas temporales se va a lograr el apaciguamiento de los violentos es una ilusión vacua. La violencia es promovida por los amigos del socialismo del siglo XXI, quienes van a considerar cualquier ayuda, como migajas que caen de la mesa de los ricos.

Resistencia



Todo el que se ha atrevido a opinar en este largo paro ha sido reiterativo en que hay que escuchar a los muchachos de la resistencia. Y la verdad, muchos hemos hecho el esfuerzo por escuchar. Y no hemos podido oír algo medianamente inteligente o útil. Solo lamentos de asistencialismo y estatismo, que mal planteados, han demostrado ser la fórmula perfecta para generar miseria. No es muy probable que de esa juventud inconforme salga el proyecto de reforma tributaria o pensional, que sí podría contribuir a mejorar la equidad en Colombia. Eso requiere inteligencia, disciplina y trabajo, que no abundan, en las mentes rebeldes. Lo que más entusiasmo produce, es hablar de RESISTENCIA.

Claro, siendo que un componente importante de la estrategia es el manejo de la información y las palabras, había que escoger una con glamour francés. La “resistence” a la invasion nazi, que tantas añoranzas de valor y libertad nos despiertan.

¿Pero aquí, qué es lo que resisten? La capacidad para pasar largas horas, haciendo nada, después de haber tumbado semáforos y desvalijado estaciones? Aunque habrá quienes digan que el hecho de que todos los “puntos de resistencia” estén desbaratados, nada tiene que ver con la protesta pacífica.

¿Que resisten? La grandes y continuas dosis de cannabis y alcohol que generosamente les proveen? ¿El impulso de seguir destruyendo?

La verdadera resistencia la tienen todos los que se levantan a diario a tratar de llegar a sus sitios de trabajo. Los habitantes del oriente que pagan para poder pasar la noche en sus casas o llevarle comida a sus familias. Los miles de dueños de pequeños negocios que han quebrado.

Resistencia la de los que hemos sufrido bloqueos de unos pocos patanes que se sienten con derecho a chantajear a toda una ciudad violando el elemental de derecho de moverse libremente. La de los médicos y enfermeras atendiendo el peor incremento COVID del mundo, cortesía de la irresponsabilidad de las marchas.

Resistencia la de las fuerzas armadas que tienen que remover con cortesía a esos niños indefensos una y otra vez de sus sitios de bloqueo, después de recibir ataques con piedras, gasolina y armas de fuego.

Resistencia la de los policías de tránsito que pasan largas horas bajo lluvia y sol reemplazando los semáforos que se cayeron mientras los alegres chicos participaban en bailes y actos culturales.

Resistencia la que hemos tenido todos los que hemos participado en la discusión, ante el alud de escritos y videos que usan los más inverosímiles argumentos para darle validez a tan inutil y dañina forma de entender la participación en democracia.

Resistencia la que vamos a tener los caleños cuando nos pasen la cuenta de los billones que valdrá la reconstrucción de todo lo que un pusilánime jefe de la ciudad no supo defender, pero denuncia, cuando todo está consumado, para hallar unos responsables que están en sus narices.

Resistencia mientras nos imaginamos una utópica justicia que obligue a todos los responsables: los que organizan, los que ejecutan, los que permiten y los que alientan y estimulan la destrucción, a pagar según su capacidad, las enormes necesidades que va a tener la ciudad.