viernes, 15 de abril de 2022

Asalto a la democracia



En la revisión de los resultados de las elecciones de marzo en Colombia, la palabra “fraude” se diseminó con bastante ligereza por muchas corrientes y comentaristas. Quienes con tanta liviandad, hablan del tema, no parecen percatarse de la gravedad del asunto. Las democracias tienen muchos defectos y la Colombiana no es precisamente el ejemplo más admirable. Pero lo que es indiscutible es que su sistema electoral ha sido muy confiable y el proceso de votar y contar los votos, sigue una metodología muy estricta, en la que es muy difícil hacer trampa. La Registraduría y el proceso electoral ha sido limpio con muy escasas excepciones, no comprobadas del todo.

Claro que se pueden nombrar ejemplos de trucos diversos: testigos electorales de algunos partidos que no pudieron vigilar, jueces que entregaron votos sin firmar, otros que tapaban papeletas electivas, intentos de rayar votos a la hora del conteo buscando invalidarlos, para mencionar solo algunos que sonaron. Probablemente ocurren otros, pero el sistema tiene muchos chequeos y es muy difícil trampear en una escala que cambie resultados. En la última elección lo que hubo fué chamboneo por inexperiencia en un conteo complejo, y es muy improbable que aparezcan pruebas confirmatorias de fraude.

Se debe exigir responsabilidad con la palabrita. No se puede popularizar, siguiendo el ejemplo de Trump y sus fieles seguidores, pisoteadores de la democracia.

Para protegerla son indispensables unas regulaciones que le darían tranquilidad a todos y callarían a los tramposos.

Lo primero es imponer a los candidatos el compromiso de aceptar el resultado. Es un contrato con los electores. Les oímos sus discursos, pensamos, discernimos y salimos a votar. Tienen que aceptar el resultado. Si tienen dudas del proceso, lo deben haber revisado antes. No puede de ninguna manera aceptarse el cínico engendro que se predica: Si gano, todo bien, pero si pierdo es porque hubo fraude. De hecho, la norma debería producir la exclusión automática, con el solo hecho de un candidato haciendo esa mención. Quien no acepta las reglas del juego, no puede jugar. Eso se aprende en primaria y es elemental.

La segunda es reconocer la validez de la estadística. ¿Cuál es la probabilidad de que un candidato muestre un margen del 10% durante los reportes del primer 90% y en el último 10% todos los votos sean en contra y pierda?. Cuál es la probabilidad de que a última hora lleguen votos de los pueblos de la costa en los que votó el 100% de la población, cuando en todas partes la abstención promedio es del 50%. Estadísticamente ninguna, pero eso ocurrió en la segunda elección de Santos y nadie sacó calculadora.

La tercera es que en una cuenta de millones, la regla no puede ser la mitad más uno. Si la diferencia es muy pequeña, si es posible hacer fraude, moviendo unos pocos votos. Se tiene que establecer un margen de al menos 1%. Si no lo hay, no se puede declarar ganador.

Mientras esto ocurre hay que esperar que el gobierno sea capaz de defender la democracia, ante los muchos indicios que sugieren que cuando pierda, el auto decretado ganador va a gritar fraude, y va a llamar a incendiar el país. Ya tiene experiencia y ha probado que puede.