domingo, 16 de enero de 2022

El Castro bueno

“Entonces tú debes ser el Castro bueno, porque todo el mundo dice que yo soy el malo”. Me dio un abrazo de oso en medio de las risotadas de la apretada concurrencia
Estaba en el avión Orbis haciendo la demostración de una técnica quirúrgica nueva. Ya finalizando, el cirujano cubano que me acompañaba hizo un movimiento brusco y reventó el hilo que sostenía el lente. Con pánico vi como se caía el lente dentro del ojo y en ese preciso momento anunciaron “llegó Fidel”. Después de tres días de esperarlo, tenía que llegar en el peor momento. Con la suerte de quien escapa al paredón, resolví la situación con una maniobra que no había hecho nunca y no he repetido, para salir a recibir el abrazo del comandante.

Llevaba varios días viendo pacientes candidatos a cirugía en el avión y me había impresionado la precariedad de los hospitales, la escasez de recursos y el pobrísimo acceso a educación que tenían los médicos, quienes, en voz baja, y siempre mirando a los lados, nos confirmaban el derrumbe del mito de la salud cubana. “Serán pobres y pasarán hambre pero al menos tienen excelente salud y educación para todos” era el socialista consuelo que siempre había creído. La realidad era de hospitales y pacientes en unas condiciones que no había visto ni en los peores momentos de pobreza del Hospital Departamental.
Hablamos durante una hora caminando por la pista de aterrizaje, en compañía del director de Orbis. Quería todos los detalles de lo que hacíamos y cómo lo lográbamos. No podía entender que del capitalismo hubiese surgido una entidad cuyo único interés era educar en forma gratuita. “O sea que el cabrón del Fiodorov me robó” dijo indignado cuando le expliqué que con los 10 millones de dólares que le habían cobrado los rusos por su sala estrella de cirugía en cadena, en Colombia éramos capaces de producir 3 veces más cirugías.

Percibí en Fidel, un interés auténtico y un conocimiento excepcional. Cuando volvimos al grupo: 180 oftalmólogos cubanos y 30 del equipo de Orbis de varias nacionalidades, le oímos un discurso de una hora sobre los ojos y lo que se hacía, bajo su dirección por la salud ocular de los cubanos. Al final, todos, los que habíamos rajado del sistema, los que habíamos comentado la farsa de la prédica oficial, gritamos emocionados: Fidel! Fidel!, Fidel! mientras él trataba de llegar, en medio de abrazos y sonrisas, a su caravana de mercedes blindados.
El hechizo del carismático líder nos incomodó a varios durante un buen tiempo. Cómo era posible que a este hombre que nos había impresionado como auténticamente bueno, fuese responsable de tanta miseria y pobreza? ¿Por qué había tanta distancia entre sus intenciones y la realidad?

Su círculo lo engañaba constantemente. Había una unidad especializada en preparar sus visitas. Pintaban las áreas que él iba a visitar, instalaban camas, equipos y uniformes relucientes, que eran retirados apenas se iba.
Finalizando mi quinta misión me pidieron entrevista para TV. Cuando empecé a responder la pregunta de cómo había encontrado la salud en Cuba, me pararon. “Ud no puede decir eso” Pero es la verdad, respondí mientras levantaban cámaras y me despedían para siempre.




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