viernes, 19 de diciembre de 2025

La leccion de un Nobel


Hay quienes exhiben su ignorancia con desparpajo… y además lo celebran. Pocos episodios recientes han sido tan trágicos y tan documentados como la debacle venezolana. Ser vecinos y hermanos nos obliga a algo más que a la lástima superficial: nos exige informarnos. Verlos emigrar por millones —siete millones, para ser exactos— debería bastar para despertar interés, pero aún así abundan los que opinan sin saber y pontifican sin haber hecho el mínimo esfuerzo por entender la tragedia que allí se vive día tras día. Tenemos la obligación moral de conocer cómo un país próspero terminó sometido por un régimen ilegítimo, represivo y corrupto. No se trata solo de la diáspora, sino del infierno cotidiano de quienes aún permanecen allí, atrapados entre la miseria y la violencia estatal.

Opinar sin entender el calvario de María Corina Machado resulta grotesco. Ella y sus colaboradores han sufrido persecución, cárcel, desapariciones, torturas y asesinatos, y aun así han persistido en una lucha pacífica, rigurosa y valiente para denunciar un sistema criminal. El contraste con Colombia es doloroso: aquí se tolera con benevolencia, una oposición armada destructora y asesina, mientras en Venezuela se reprime ferozmente incluso al disidente más pacífico.

Quien quiera sacudirse la cómoda ignorancia debería escuchar el discurso de Jørgen Watne Frydnes, Presidente del Comité Noruego del Nobel. No solo describió con precisión quirúrgica el horror venezolano y la resistencia de María Corina; ofreció una de las mejores lecciones modernas sobre democracia. Explicó que la democracia no elimina la confrontación, sino que la canaliza: permite que todas las ideas —desde las más extremas hasta las más moderadas— se expresen sin miedo, sin censura y sin recurrir jamás a la violencia.

Recordó algo elemental que aquí tanto se confunde: los debates vehementes no son “formas de violencia”; son el funcionamiento natural de una sociedad libre. La polarización no es una falla del sistema, sino su esencia: es el espacio donde se enfrentan visiones distintas sin que nadie tenga derecho a silenciar al otro.

El discurso debería ser lectura obligatoria para todo aquel que confunde discrepancia con odio, crítica con agresión o debate con amenaza. La democracia existe precisamente para que la diferencia pueda hablar en voz alta sin que aparezcan verdugos. 25353

viernes, 12 de diciembre de 2025

Los valores de la bolsa

Los admiradores de Trump hablan de “un hombre de resultados”. Para muchos, si la economía se movió, lo demás son minucias. En el análisis económico siempre se pueden “escoger cerezas”: se muestran solo cifras en el período y contexto que convienen y los fanáticos aplauden sin auditar.
Como lo demuestra constantemente nuestro narciso tropical, el análisis objetivo de indicadores económicos está muy afectado por ideologia y factores externos, que suelen interpretarse a conveniencia. Si se habla del PIB, todos los presidentes recientes han surfeado el mismo rango del 2–3%. Si se mira la Bolsa (el dato que a Trump le infla el ego y la chequera), Clinton y Obama le ganaron. Y si hablamos de déficit fiscal, Trump dejó uno de los más altos de la historia… y ahora con su “bella ley”, le agrega unos cuantos trillones más la deuda sin el menor sonrojo. Pero incluso si concediéramos que sus números deslumbran, la historia muestra que los liderazgos que de verdad han mejorado a la humanidad no se miden en dólares sino en valores. Y ahí es donde Mr. Orange no clasifica.
Para Trump, el único “valor” es el que se embolsilla él y su clan. Ha demostrado una y otra vez que la ética empresarial es un artilugio estorboso. Que la honestidad es asunto de tontos e inocentes condenados a la pobreza. Que la mentira, el engaño y la manipulación no sólo son válidos: son su “ciencia política”. Que el respeto a las reglas de vida en comunidad solo aplica para los seres inferiores. El flota por encima de cualquier ley, moral o Constitución. Su cosmovisión es simple: triunfar es su derecho natural; quien se interponga merece ser humillado, procesado, encarcelado. La democracia existe para coronarlo. Si gana, es prueba de su genialidad; si pierde, es fraude. Estados Unidos es un templo erigido para él, y el mundo un tablero donde solo se juega a “America First”… entendida como “Trump First”. La historia, con escalofriante consistencia, ha demostrado que líderes muy eficaces pero carentes de valores, han resultado trágicos para la humanidad Es difícil creer que en la democracia americana se logre la excepción.
La confrontación con los dos payasos airados al otro lado del caribe, afectados ambos por la misma enfermedad mental será material de futuros textos de psiquiatría. Solo hay que aspirar a que no generen mucho sufrimiento.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Farsa socialista

La riqueza y los privilegios que rodean a los “elegidos por el pueblo” desmontan de entrada cualquier sustento moral de su cruzada contra la pobreza. En cuanto llegan al poder, ellos y sus allegados se convierten en parásitos de lujo: mansiones, escoltas, caravanas de camionetas blindadas, aviones y banquetes con los mismos capitalistas que decían odiar.

Quienes aún se asombran por la habilidad que han mostrado para tomarse el poder, deben admitir que lo han hecho con persistencia. No por mérito, ni trabajo, ni conocimiento —eso lo desprecian—, sino por relecturas rancias de un marxismo fósil. Su recurso no es producir, sino fabricar una narrativa de catástrofe que promete un futuro utópico. Pero todo se revela cuando, ya en el poder, superan los sueños del más ambicioso oligarca.
Nunca fomentan el trabajo: al contrario, lo castigan. Obstaculizan al sector productivo bajo el pretexto de aplicar un modelo “generoso”. Halagan al que quiere vivir del trabajo ajeno y castigan al que quiere vivir del propio. Los jóvenes, obligados a ceder la mitad de su esfuerzo al Estado, terminan por desmotivarse, producir menos o emigrar. El sector privado se encoge, mientras los pocos que resisten cargan con más impuestos. Es un desastre, sí, pero no un accidente: es el plan.

Cuando toda la energía de un gobierno se enfoca en castigar al que produce, expropiar al que ahorra y predicar el igualitarismo como dogma, se destruye el motor de la creación de riqueza: el trabajo disciplinado y creativo. Lo reemplazan por el ideal del subsidio perpetuo, financiado por un Estado imaginario que reparte milagros sin producir nada. Los promotores del adefesio se sorprenden con la pobreza generalizada, pero poco les importa porque ellos han logrado posicionarse en el curubito y a “su pueblo” lo mantienen aturdido con el discurso de la dignidad y un futuro próspero que nunca llega.
Los pocos que aún quieren emprender huyen. Los promotores del parasitismo exhiben a Europa como ejemplo, sin explicar que primero fue rica gracias al trabajo, la libertad y la responsabilidad y hoy enfrenta crisis fiscales, sistemas pensionales insostenibles, una fuerza laboral reemplazada por inmigración… y algo peor: generaciones jóvenes educadas en la idea de que esforzarse no vale la pena. Para qué trabajar, si papá Estado está obligado a resolverlo todo.
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viernes, 28 de noviembre de 2025

Sensibilidad social

Es casi un dogma universal: la derecha es insensible al sufrimiento humano y la izquierda la auténtica salvadora de los pobres. El mito tiene raíces históricas: durante siglos las élites acumularon privilegios a costa del trabajo de los desposeídos. Desde los señores feudales hasta los capitanes de industria hubo infinitas formas de abuso. Y no hay duda de que el socialismo clásico puso a las comunidades a pensar en que la mejor manera de vivir en armonía es cuando una gran mayoría logra resolver sus necesidades básicas y todos tienen la esperanza y posibilidad de mejorar sus condiciones de vida.

La tragedia vino cuando se adoptó la violencia como “partera de la historia”: la idea de que solo refundando de golpe la sociedad –la revolución– se obtienen cambios reales. De allí la obsesión recurrente por resucitar la constituyente y la benevolencia hacia quienes usan las armas “para lograr un cambio”.

En mi oficio médico he tenido el privilegio de tratar con miles de personas de todos los estratos, ideologías y oficios. La relativa intimidad de la relación, me permite afirmar algo obvio pero ignorado: ya no existen los señores feudales, industriales abusivos, como no hay obispos inquisidores. Hoy la gran mayoría de los ciudadanos, con una variada mezcla de ideas de izquierda y de derecha, busca aliviar el sufrimiento y abrir oportunidades.

Los datos son tozudos: los ajustes graduales y progresivos consiguen avances sociales más profundos y duraderos que cualquier revolución violenta. Sin excepción, los países que elevaron el nivel de vida de la mayoría lo lograron con mejoras graduales y diálogo democrático, bajo un Estado fuerte que garantiza orden y respeta la vida y la propiedad. El contraste es evidente: basta comparar las consecuencias de agredir a un policía o matar a un soldado en Colombia con las de hacerlo en Canadá o Singapur.

La preocupación por los desvalidos no es propiedad privada de ninguna ideología. La diferencia la marca la estrategia. O se permanece atado a las fórmulas del siglo XIX —la guerra como vía mágica para refundar la sociedad y acabar con la injusticia— o se entiende que las sociedades actuales son mucho más complejas que esa división simplista de explotadores y explotados. La modernidad exige libertad, instituciones confiables y un Estado que haga cumplir la ley.

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domingo, 23 de noviembre de 2025

Estadolatría

Quedan muy pocos que creen en el comunismo tal como lo concibió Marx y lo aplicaron Stalin, Mao y Fidel. La mayoría reconoce que esas propuestas crearon una gran masa empobrecida dominada por una élite violenta. Sin embargo, gran parte de la filosofía política actual sigue influida por el socialismo. “No creo en el Estado pequeño”, puede sentenciar un reconocido capitalista.
El modelo predominante es una democracia liberal con un Estado fuerte que regula todo y se responsabiliza del bienestar general. “A la manera de las socialdemocracias escandinavas”. Pero no se entiende que, aunque los principios generales sean loables, es el detalle cuantitativo lo que lleva al desastre. Tan simple como que no se puede repartir riqueza que no existe.
Un mito recurrente afirma que, si se repartiera la fortuna de los más ricos, se solucionarían los problemas. En Colombia, confiscar la riqueza de los billonarios cubriría solo tres meses del presupuesto nacional. Este mito imagina la riqueza como monedas de oro en baules , cuando en realidad está representada por empresas que generan empleos y prosperidad. Por ejemplo, las 77.000 personas que viven dignamente gracias a las empresas de Luis Carlos Sarmiento.
“El Estado tiene la obligación de garantizar la salud a todos los colombianos”, escribe una campeona de la libre empresa. Pero, ¿y eso tan bonito cuanto cuesta? ¿De dónde salen los recursos? “Del Estado”, responden Petro, gremios médicos, y hasta los más “neoliberales”. Pocos se preguntan quién es realmente el Estado: son personas que administran recursos confiscados a quienes trabajan y producen. Al no ser fruto de su propio esfuerzo, padecen la propensión a que parte de esos recursos tiendan a deslizarse hacia sus bolsillos, lo que los lleva a querer confiscar cada vez más. (léase reformas tributarias)
Las necesidades son infinitas, pero si todos creen que quien debe satisfacerlas es el Estado, la riqueza se reduce gradualmente al pasar de manos productivas a improductivas. Como no se hace el diagnóstico correcto, el remedio es cada vez más Estado, en un ciclo de pobreza comprobado por Cuba, Venezuela y Argentina. En la obsesión por la equidad se escoge ignorar que en las economías liberales, el ingreso de los pobres es diez veces mayor que en las estatizadas. No se logra entender que el exceso de Estado y la falta de libertad son los ingredientes de la pobreza.
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viernes, 21 de noviembre de 2025

El espejo de Chile

¿Podemos mirarnos en el espejo de Chile? Intentemos: ambos países vivieron regímenes duros que, con todos sus claroscuros, dejaron paises relativamente ordenados. Chile estuvo a punto de entrar al “primer mundo”; Colombia también avanzaba en esa dirección. En ambos funcionó la alternancia democrática entre izquierdas moderadas y centros prudentes que no se metían demasiado con la economía. Y en ambos terminó llegando una izquierda más radical, ansiosa de “refundar” la nación, pero incapaz de imponer sus reformas regresivas.
El escenario electoral chileno ofrece una lección de matemáticas políticas: se presentaron ocho candidatos —tres de izquierda, dos de centro y tres de derecha— pero la derecha obtuvo el 52% frente al 28% de la izquierda. Y, por primera vez, alcanzó mayoría en el Senado. No lo lograron porque “se unieron”, sino porque los números les daban.
Podemos imaginar algo semejante aquí: una izquierda que ronda el 30%, y un abanico de candidatos en el otro 70%, posiblemente dividido entre un 40% para la derecha y un 30% para el centro. En segunda vuelta ambos finalistas crecen un poco, y la izquierda pierde.
Por eso, en vez de llorar por la “falta de unión”, deberíamos enfocarnos en los factores que realmente deciden la elección. El primero: que la Registraduría y el sistema de conteo se mantengan limpios, visibles, vigilados. No se necesita unidad para eso: se necesita atención.
El segundo: que los órganos de control contrarresten las dos fuentes estructurales del voto oficialista: el millón de votos comprados por Benedetti en la costa y el medio millón de municipios donde se vota con un fusil en la cabeza.
Y el tercero: entender el poder corrosivo de las redes diseñadas para manipular. Con la estrategia adecuada, se dinamita la campaña que más crece y se construye en tiempo récord el mito de un mediocre —un Rodolfo— fabricado para perder en segunda vuelta. Si las campañas con opción real siguen en la luna, creyendo que se trata de llenar plazas y permitir que la información “fluya libremente”, repetirán la historia: unos buenos muchachos narrando su épica mientras los maquiavelos digitales moldean la opinión pública. No nos hundirá la falta de unión. Nos hundirá la falta de sagacidad para no ser arrasados —otra vez— por una avalancha de noticias falsas perfectamente orquestadas.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Sabrosura socialista

Que la historia la escriben quienes ganan las guerras es algo conocido. Pero podría agregarse que predomina la de quienes escriben mucho.
La intelectualidad política mundial, promueve las ideas socialistas, mientras disfruta de las ventajas del capitalismo. Sus exponentes reciben sin reparos los corrosivos billetes cuando sus libros, obras y películas se venden. Viven sabroso gracias a los sueldos de universidades y fundaciones que han prosperado en el inmundo capitalismo. Son teóricos de las ciencias sociales y les fascina elucubrar sobre modelos organizativos imaginados por grandes pensadores como ellos. Se molestan y ofenden cuando, con cifras y datos, se les demuestra que es la libertad, y no la planeación, la que más contribuye a la generación y mejor distribución de la riqueza. Desprecian e ignoran toda evidencia que haga tambalear los cimientos de su dogmático edificio ideológico.
Para seguir disfrutando de sus cómodas e intelectuales vidas, recurren al doble artificio de la transfiguración del presente y el pasado.
El relato de la actualidad se distorsiona atribuyéndole al mercado fallas que son producto del crimen, la corrupción o el intervencionismo estatal que interfiere con la libertad, limitando las leyes de oferta y demanda. Al capital se lo culpa de todos los dramas de la pobreza y la libertad económica se vuelve sinónimo de egoísmo. Cuando el bien común que promueven termina en farsa, logran corroer la solidaridad.
El segundo recurso, con el que son particularmente virtuosos, consiste en contar la historia de manera que valide su ideología. No se los ve dictando conferencias ni escribiendo libros sobre las horrendas dictaduras de Stalin, Mao, Kim, Pol Pot, Castro, Ceausescu, Hoxha, Zhivkov, Kádár o Honecker. En cambio, son prolijos en los recuentos de los horrores y atropellos de Franco y Pinochet, lo que sin duda afecta su objetividad y credibilidad, especialmente cuando evitan mencionar la transición pacífica del poder que sentó las bases de la prosperidad.
Ante las fallas de la democracia, los críticos piden un cambio de sistema. Pero cuando el cambio comienza a materializarse en forma de dictadura socialista, son los primeros en huir despavoridos.
Hay que persistir en el esfuerzo para lograr que muchos vean su entorno con objetividad y lean la historia con imparcialidad.

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jueves, 13 de noviembre de 2025

Dialogo Molotov

No cesan los llamados de las almas bondadosas y llenas de buenas intenciones. “Seamos capaces de ver al prójimo como un ser humano, aunque piense distinto”, repiten con devoción. Hermoso. Sublime. Pero también profundamente ingenuo. Tal vez sea la ilusión de vivir en un mundo de arcoíris o la ansiedad que provoca el conflicto. No es difícil ver que, si la “ideología” de un grupo parte de la eliminación del otro, el diálogo no tiene mucho futuro.
Es lo que pasa con Hamás e Israel: el propósito fundacional del primero es borrar al segundo del mapa. Y es lo que pasa aquí, cuando quienes predican la inclusión justifican la agresión, y quienes gritan “¡paz!” hacen fila para repartir bala. No hay conversación posible cuando una de las partes valida la violencia como método. No aplica la frase de cajón —“la paz se hace con el enemigo”—, porque aquí no se trata de enemigos que piensan distinto, sino de fanáticos que consideran que el otro no debe existir. Sentarse con ellos a dialogar es como invitar a cenar a quien ya decidió comerse al anfitrión.Eso fue exactamente lo que pasó con el bochornoso “proceso de paz” que acabó en Nobel. Un espejismo vendido al mundo como epifanía democrática, mientras los beneficiarios del perdón se rearmaban y los ingenuos aplaudían.
Por supuesto que toda democracia necesita diálogo y tolerancia. Pero implica un acuerdo básico. Lo primero —y más obvio—: respetar la democracia misma, es decir, aceptar la división de poderes, los resultados electorales sin trampas ni intimidaciones, y renunciar a la tentación de manipular jueces o comprar votos. Quien no cumpla con eso, debería ser proscrito de la política de por vida, sin disfraces semánticos. Y, sobre todo, tiene que existir un compromiso inquebrantable con el rechazo a la violencia. No se puede seguir viendo con benevolencia a los grupos armados “por causas sociales”. No puede seguirse tolerando el crimen ni disimulándolo, quitándole “i’s” a lo ilícito. No se puede seguir predicando humanidad mientras se encubren asesinatos, se protegen culpables y se convocan marchas “pacíficas” que terminan a pedradas contra la policía y a fuego contra los bienes públicos.
Bienvenido el diálogo, la discrepancia y todos los puntos de vista. Pero el primer requisito para hablar es no llegar a la mesa con un cóctel molotov en la mano.

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domingo, 9 de noviembre de 2025

Los salvajes

El primer gran avance de la humanidad se dió por la capacidad para inventar historias, que permitieron la cooperación de muchos individuos. El segundo, dejar de creerlas. Así nació el método científico: observar y comprobar. Lo que se puede reproducir, es real y existe independiente de cuantos se lo crean. La Ciencia superó las explicaciones fantasiosas, y el razonamiento mágico. Gracias a sus avances, los billones que están vivos y llevan vidas cómodas, se permiten seguir creyendo en pseudociencias sustentadas en la pereza mental.
Uno de los campos donde más se nota esta contradicción es la economía. Muchos críticos acérrimos del “odioso mercado” viven felices con sus beneficios. Para justificar esa cómoda esquizofrenia, inventaron un término: “capitalismo salvaje”. Según ellos, los empresarios son bestias sin alma que explotan niños inmigrantes en minas o inmundas fábricas nocturnas. Ejemplos reales, pero marginales, que presentan como prueba de que toda libertad económica deriva en esclavitud.
No importa que esos abusos sean delitos en la mayoría de países. No importa que existan regulaciones, sindicatos, controles. Lo que importa es sostener una moral torcida donde toda empresa privada es sospechosa, y el único comercio puro es el que maneja el Estado. Aquí, el método científico desaparece. No sirve la evidencia de los 30 países más prósperos —todos con economías abiertas y políticas liberales— ni la comparación entre las dos Coreas o las dos Alemanias. Prefieren los mitos.
Cuando una actividad ilegal ocurre en una economía liberal, celebran con morbo: “¡lo sabíamos!”. Pero no alcanzan a ver que esos crímenes ocurren precisamente porque el Estado no cumple su verdadero papel de control del delito y no castiga los abusos porque anda persiguiendo la libre competencia.
El problema no es el mercado, sino los gobiernos corruptos que no cumplen su rol. Son precisamente los países gobernados por socialistas salvajes los que suelen tener Estados colapsados, cooptados por roscas de funcionarios y empresarios amigos, sin reglas claras ni garantías para nadie.
Quienes denuncian al “capitalismo salvaje” como la raíz del mal, lo que en realidad hacen es defender un modelo donde no hay libertad económica, ni innovación, ni incentivos, ni progreso. El salvaje privilegio político… y la pobreza bien repartida.

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sábado, 8 de noviembre de 2025

Revolcar y destruir

Un personaje envanecido que sólo ve el mundo a través del prisma de su gloriosa dignidad. Toda su vida fue agitador y denunciador; jamás constructor. No tiene experiencia organizando, dirigiendo ni integrando equipos con propósito: su currículo es la crítica permanente y la queja. Eso lo dejó en evidencia en la gestión —desastrosa— de Bogotá y del país.

Claro que tiene adeptos. Lo siguen los grupos criminales que protege sin disimulo; los ineptos que comparten su ignorancia sobre economía y gerencia; los vagos y parásitos que creen que la sociedad les debe todo; y unos cuantos ilusos que, entre la maleza, logran pescar alguna promesa con apariencia de buen propósito.

No sorprende lo que ocurre ahora: ha pisado el acelerador del desorden porque siente el final cerca. Sabe que no dejará una obra, ni un avance digno de su nombre; su orgullo se alimenta de la ruina que deja. Su lista de “logros” es, por desgracia, coherente: desbarató la salud, erosionó las finanzas, asestó golpes a las exportaciones, debilitó a Ecopetrol, desestabilizó el Ejército, minó las Cortes y socavó las instancias de control. Su mayor hazaña ha sido aumentar la confrontación para exponer —dice— “las contradicciones” de la democracia que tanto aborrece.

Frente a los límites que le impiden imponer su visión estatista y autoritaria, propone ahora el “poder constituyente”: un eufemismo semántico para seducir a un pueblo sumiso y evitar la palabra “asamblea”, que se comprometió a no convocar. La táctica es elemental y desesperada: intensificar la agitación y el caos.Como el campo ya está en manos de grupos criminales, su plan es revolcar las ciudades. Financia marchas y bloqueos para torpedear la actividad productiva, generar pobreza y sembrar desconcierto —ingredientes imprescindibles de su dieta política. Insulta a potencias y amenaza la financiación de la lucha antidrogas; pone en riesgo la exportación de flores, café, petróleo y carbón; y así sazona su caldo de cultivo: más miseria, más confrontación.

Si no se muestra firmeza en los meses que quedan, el daño será irreversible. Es la defensa mínima de un país que necesita orden, trabajo y sentido común para salir del caos que él mismo cultiva.



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lunes, 3 de noviembre de 2025

El pueblo unido...

..Jamás será vencido!” gritaban, con emoción ruinosa y cadencia desgastada, los miles de manifestantes que el gobierno logró reunir en la Plaza de Bolívar a punta de mucho esfuerzo… y más dinero.
El gran líder ya aprendió —a la mala— que sus convocatorias a “tomar las calles” no llenaban más de un par de cuadras. Haber llegado al poder, así fuese con fraude o con alquimia electoral, le distorsionó la percepción de la realidad: llegó a creerse el Mesías de una multitud fervorosa lista para marchar apenas levantara la ceja. Tuvieron que recordarle sus asesores, con la suavidad que se usa ante un paciente irritable, que las plazas no las llenan con poesía sino con presupuesto. Las marchas, le recordaron, se hacen con planeación… y con plata. Así que desempolvaron la vieja receta de siempre, la que tan buenos dividendos les dio en los gloriosos tiempos del caos callejero: unos pocos energúmenos para bloquear avenidas “pacíficamente”, golpeando y bombardeando a cualquiera que ose pasar; y unos cuantos buses traídos de las zonas más deprimidas, con promesas de paseo, refrigerio y sancocho. El resto es coreografía: un puñado de muchachos estratégicamente ubicados inicia el cántico milenario y el coro obedece, repitiendo una consigna que suena a eco de museo.

Desde la juventud la vengo oyendo en los más diversos escenarios. Siempre me pareció una pieza de la arqueología política, una reliquia que sobrevivió a la extinción de las ideas. Casi nunca la entonan los que realmente son “del pueblo”, ni quienes están unidos por algo más que el rencor: la cantan grupos vencidos por su propia incapacidad de innovar, por su parálisis productiva, por la comodidad de culpar al sistema mientras el sistema les paga el almuerzo. El pueblo? Está trabajando y no tiene tiempo para cánticos insulsos. Unido? No logran apoyo sino es con chantaje a empleados oficiales? Vencido? Las guerras de veras se acabaron hace mucho con las sociedades reguladas por instituciones democráticas. Ya no se trata de vencer sino de cooperar, ver el bien común y progresar. Trabajando duro. Es en eso que está el pueblo.

Lo que sí se logró fué que se contaran. Dos y medio millones. Traducido: un seis por ciento de la masa votante. Esa es, con generosidad estadística, la realidad de la izquierda en Colombia. Con una estrategia de trampas, alianzas non sanctas y un 50% de apáticos, logran ganar elecciones.Tanta gente aún se pregunta cómo llegamos a tener un presidente que parece escapado de un hospital psiquiátrico con megáfono prestado. La respuesta es sencilla: los locos gritan más fuerte, y los cuerdos, a veces, se cansan de discutir. Pero confío en que aún quede lucidez suficiente para despertar y reaccionar antes de que el daño sea irreversible.

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domingo, 2 de noviembre de 2025

IA para el fanatismo

Una niña es detenida en el aeropuerto de Londres mientras intenta volar a Ammán. Tiene 13 años y una convicción sagrada: unirse al Estado Islámico para librar la guerra santa contra la hipocresía de Occidente. Cuando le muestran los testimonios de esclavas sexuales y los horrores cometidos por los héroes que idolatraba, despierta abruptamente. Llevaba meses sumergida en videos de propaganda mística y política, con cánticos celestiales y explosiones inspiradoras. No es un caso aislado: cientos de jóvenes buscan “propósito” en montajes donde el fanatismo se ve épico, casi poético.

El drama motiva a un grupo de lúcidos programadores jóvenes a crear un sistema de inteligencia artificial capaz de sabotear los algoritmos que repiten lo mismo hasta el delirio. Lograron que, junto a los falsos videos gloriosos, aparecieran los testimonios de quienes han escapado y sobrevivieron a la pesadilla, con lo que se ha logrado reducir la migración al espejismo.

El fenómeno es universal. Aquí hemos logrado nuestra versión criolla de alienación con realidad aumentada. Jóvenes –niños, diría Petro– escriben su propio guion heroico, grabado en 4K, para proclamarse “guerreros de la justicia social”. La “Resistencia Popular Bogotá 9.0” se organiza desde cafés de autor, entre laptops relucientes, lino artesanal y pausas para el flat white. Son los hijos de la tierra, dicen, mientras coordinan con indígenas pagados y manipulados y celebran como triunfo haber atravesado el brazo de un policía con flechas ancestrales.

La marcha es pacífica, pero llevan “Capucha, vinagre, papas bomba, molotovs y actitud beligerante, no olviden grabar TODO. Sin video, no hay opresión.”
El guion es conocido: provocar, filmar y editar para que parezca defensa propia. Pero el Alcalde Galán es un tibio que les destruye su épica.
“Compañeros, esto no prende. ¿Dónde está la represión? ¡Queremos gas, no abrazos institucionales!”, “Subí clip con niños llorando.”Como no los golpean, diseminan creativos conceptos: “violencia simbólica por omisión”. Pero eso no es problema: en postproducción se añaden humo y gritos reciclados, “nos estan matando” mientras al fondo, un vendedor ambulante ofrece arepas.

¿Habrá aqui quien programe una IA para conectar a estos hijos de papi y mami, revolucionarios de Telegram con la realidad?
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domingo, 26 de octubre de 2025

¿Narcotraficante?

“No creo que el presidente sea narcotraficante, ni creo que sea una persona involucrada en el mundo de lo ilícito”, dijo el eterno candidato de las medias tintas, pocos días después de la genial revelación de la extirpación de la i, para convertir todo en lícito. La declaración no podía ser más insípida. Porque el punto, tal como lo ha planteado el gobierno estadounidense —y como lo viven millones de colombianos—, no es si Petro es un capo mafioso, sino si ha sido facilitador del narcotráfico. Y los hechos, muchos de ellos admitidos o incluso celebrados por los protagonistas, no dejan mucho margen a la duda. Ahí están el “pacto de la Picota”, discutido y conocido; los quince mil millones de aporte fraudulento que Benedetti aseguró haber puesto; los millones que Nicolás no entregó; el maletín de Laura Sarabia; la financiación de Maduro y hasta el famoso turbante lleno de dólares. No se trata de teorías conspirativas, sino de confesiones a micrófono abierto.

Y las pruebas del cumplimiento de esos pactos están a la vista: excarcelaciones y nombramientos de condenados; rechazo a la extradición de narcos; otorgamiento de estatus político a grupos que se autodefinen como criminales; la llamada “paz total” convertida en festival de impunidad; el tarimazo con hampones; el apoyo abierto a Maduro y los acuerdos fronterizos que permiten el libre flujo de armas, coca y delincuentes. A eso se suma el debilitamiento del Ejército, el rompimiento con Israel y la provocación hacia Estados Unidos para dinamitar la cooperación antidrogas. Todo aderezado con una solidaridad conmovedora hacia los traficantes “atacados injustamente”.

Independiente de la credibilidad de Trump, quien revise objetivamente los hechos concluiría que el actual gobierno colombiano ha sido de enorme utilidad para que la exportación de cocaína crezca y los carteles acumulen más poder, dinero y armas, con las que aseguran su influencia política. En 2010 teníamos unas 40.000 hectáreas de coca. Hoy, gracias al modelo progresista, superamos las 250.000. La producción subió un 53% solo en este gobierno, y las incautaciones, medidas como porcentaje de lo producido, están en su punto más bajo histórico. Con las mismas cifras que el gobierno exhibe con orgullo, queda claro que Colombia lanza al consumo mundial más cocaína que nunca.
Así que, aunque el presidente no sea narcotraficante, sus resultados son dignos de un gran capo. La diferencia es que éste, en lugar de huir de la justicia, da discursos sobre ética y soberanía nacional.

viernes, 24 de octubre de 2025

Guerra sin fin

Tuve el privilegio de vivir cuatro años en el mundo árabe y conocer de cerca su cultura. Mi trabajo me permitió interactuar con cientos de personas de todas las condiciones: desde príncipes billonarios en jet privado hasta beduinos en lomo de camello; desde damas asustadas y sometidas hasta mujeres rebeldes y visionarias. Tuve amigos y colegas sirios, libaneses, palestinos, egipcios, kuwaitíes, saudíes, emiratíes, bahreiníes, yemenitas, omaníes y cataríes. Muchos educados en Europa o Estados Unidos, cultos, equilibrados, con vidas normales y posiciones políticas diversas. Pero todos, sin excepción, compartían un punto de unión: el odio a los judíos. No es un sentimiento superficial. Es una convicción enseñada desde la infancia y reforzada cinco veces al día por los altavoces de las mezquitas. La peregrinación a La Meca, en teoría un acto de fe y reconciliación, se convierte en una inmersión en discursos de odio que justifican la violencia como deber religioso. El resultado está a la vista: nueve grandes guerras, dos intifadas, incontables operaciones militares, atentados suicidas, ataques con cohetes e invasiones. El propósito declarado de grupos como Hamás es la desaparición del Estado de Israel, una meta que comparten millones con distintos grados de fanatismo. Para la mayoría del mundo musulmán, Israel es una afrenta impuesta por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial.

Del otro lado, los judíos permanecen firmes en su derecho a ocupar lo que consideran su tierra ancestral. Han construido una sociedad próspera, una democracia sólida, una sociedad basada en principios y una fuerza militar que les ha permitido sobrevivir rodeados de enemigos.

El ataque de Hamás el 7 de octubre fue de una sevicia y crueldad horrenda. Seguido por ataques de Hezbolá en el norte, milicias en Siria e Irak, misiles desde Irán y hutíes atacando barcos: una coreografía de agresión, sincronizada y predecible. Israel se defiende con brutal eficacia, y el sufrimiento ocasionado a los palestinos es indescriptible lo que genera la condena fervorosa del mundo mediático. Un conflicto donde la violencia es el idioma común, no podrá terminar mientras la fábrica de fanatismo y rencor siga funcionando. El mismo proceso que aquí vivimos con la producción constante de un discurso que solo alimenta el ciclo interminable del odio.
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viernes, 17 de octubre de 2025

La bofetada del Nobel

“¡Paz, paz, paz!”, grita el artífice del fraude electoral más descarado mientras ordena reprimir a manifestantes pacíficos, encarcela y tortura a miles de jóvenes —niños, dirían por aquí— y preside una opulenta dictadura que ha llevado a la miseria al 90 % de la población y forzado la emigración humillante, de una tercera parte del país.

“¡Paz total!”clama su émulo, el hombre que prometió amor pero nos ha entregado una violencia encarnizada. Paz que incluye convocar un ejército mundial para “combatir al imperio”, o sea, una tercera guerra mundial a ritmo de vallenato.

Las contradicciones de estos colados en el poder han redefinido lo grotesco. Petro no opina sobre Maduro porque, hay que respetar la autodeterminación de los pueblos. Pero resulta legítimo insultar a los noruegos por premiar con el Nobel a una valiente que defiende la libertad y la democracia. Exhibe su ignorancia cuando añora a los Suecos que nunca lo han entregado y muestra sus dotes de estadista cósmico cuando en plaza pública de otro país incita al ejército a desobedecer a su jefe. Sostiene que la pérdida de la visa fue por el sancocho de exabruptos que soltó ante un escaso auditorio de la ONU asombrado con el nivel de ridículo. Sí logró demostrar la decencia y tolerancia de la democracia americana. En cualquier otro país, incluyendo Colombia, detienen y juzgan al extranjero que se atreva a incitar a la sedición. Debería estar agradecido de que le impidan volver, porque si lo hace, ya sin inmunidad diplomática, lo que arriesga es que su discurso sea desde una celda

“¿Cuál Ucrania ni qué ocho cuartos?”, dijo con displicencia cuando empezó el genocidio de Putin. Ese mismo “respeto” que lo hace guardar silencio ante las matanzas de Ruanda o de cualquier otro lugar donde los asesinos sean sus amigos ideológicos.

El Nobel de la Paz, es promovido y otorgado por políticos y académicos de inclinación socialista. Por eso duele tanto en los círculos de izquierda que el premio haya sido entregado a María Corina Machado: una mujer que, sin ejércitos ni discursos incendiarios, encarna mejor la dignidad que todos sus críticos juntos.

Creyeron que su descarado cinismo había contaminado incluso a la izquierda democrática europea. Pero no: todavía hay decencia que atraviesa las fronteras ideológicas. Y esa, sí, es una buena noticia para la paz.



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viernes, 10 de octubre de 2025

Periodismo 2.1

Cuando muchos periódicos del mundo han entrado en crisis económica, forzando recomposiciones accionariales o cambios de dueño, se abre inevitablemente la gran discusión: ¿hacia dónde debe evolucionar el célebre “cuarto poder”?

Por ahora, da un pequeño alivio comprobar que, a pesar de las dificultades, aún existen grandes centros de información que hacen enormes esfuerzos por mantener una línea veraz. Pero para el ciudadano común es cada vez más difícil distinguirlos en la maraña de medios convertidos en instrumentos políticos o económicos, o en simples fábricas de escándalo barato. Todo eso mientras recibe el caótico torrente de redes sociales, especialmente entre los más jóvenes, donde la frontera entre dato, chisme y propaganda desapareció como por arte de algoritmo.

Para conservar su papel central, el periodismo necesita evolucionar. La impresión diaria en gran formato ya parece un fósil; ni ecológica ni económicamente es viable. Casi todos han migrado al medio digital… para caer en la trampa de la publicidad intrusiva y las ventanitas pop-up que entorpecen la lectura y espantan al lector. El reto —logrado por muy pocos— es producir textos agradables de leer en un teléfono, algo que sí dominan los influencers, maestros de la monetización sutil y del contenido masticable en 30 segundos.

Sin embargo, la salvación del periodismo serio no puede ser el facilismo informativo. Su única ventaja competitiva real es la búsqueda obstinada de la verdad. Quien persiste termina ganando reputación como medio confiable. El viejo “síndrome de la chiva” se multiplica hoy, cuando cualquier ciudadano puede “chivear” desde su cuenta anónima.

Y hay otra evolución que conviene evitar: la idea de que “todas” las opiniones merecen plataforma. No: ni filosóficamente ni democráticamente todas las opiniones son iguales. Promover la violencia como método para resolver diferencias no debería tener micrófono. El problema es que aquí la promoción es velada, disfrazada con neolenguaje que justifica a violentos y criminales. Incluso se llega a calificar de “intolerancia” el acto de desenmascarar a quienes promueven la violencia. Es el truco perfecto: convertir la complicidad en pluralismo y la propaganda en libertad de expresión.

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viernes, 3 de octubre de 2025

La cruzada de San Petro

La humanidad parecía haber extraviado hasta el último gramo de esperanza. Los pronósticos de los analistas políticos y las cábalas de las pitonisas se disputaban quién pintaba más negro el panorama. Un cuadro tan sombrío no se veía desde la Segunda Guerra Mundial… salvo en un par de ocasiones que casi nos borran del mapa.

Tras los horrores de la guerra, los mejores cerebros del planeta —y algunos políticos con sentido común, hoy especie en vía de extinción— se sentaron a diseñar instituciones para evitar otro cataclismo, que sería más devastador y seguramente el último. Así nació la ONU, que pese a sus múltiples limitaciones y defectos ha cumplido en parte su cometido, con la OTAN como compañera de fórmula. Gracias a ese esfuerzo concertado “solo” hemos tenido unas 80 guerras mayores con “solo” 30 millones de muertos. Toda una ganga comparado con lo que pudo haber sido.

No solo han evitado que nos matemos tanto: se han creado unos 300 organismos multilaterales que mantienen algo de orden en finanzas (BM, FMI, BID), comercio (OMC), salud y educación (OMS, UNESCO, FAO, UNICEF), medio ambiente (PNUMA) y demás. Una especie de buró planetario para que la civilización no se caiga a pedazos del todo.

Todo parecía bajo control… hasta que llegaron internet, las redes sociales y el celular. Vino la oportunidad de exhibir la ignorancia en alta definición y los Narcisos colectivizaron la estupidez sembrando mentiras a granel. Como enseña la psicopatología no iban a buscar el bien común sino su show personal. Todas las instituciones que osaran cuestionar sus delirios de genialidad debían ser atacadas o eliminadas. Las pocas almas que todavía piensan —y saben algo de historia— venían advirtiendo del peligro de tanto Narciso en el poder. Basta oír los discursos en la ONU: Trump y Petro peleándose con su propia sombra y, en medio, Stubb de Finlandia intentando razonar

Pero entonces se nos reveló la “solución”. Petro anunció estar dispuesto a enlistarse como soldado para acabar a Netanyahu. Según varios informes, ya inspira a las primeras líneas, a las mingas, a las disidencias, a los elenos y a todo aquel que vive armado y con ganas de pelea, para que lo acompañen en su cruzada. Y como goza del respaldo masivo de todos los colombianos Maduro enviará una flotilla de barcos y aviones para transportarlos a Gaza. Aleluya.
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domingo, 28 de septiembre de 2025

Libertad de expresion. Hasta donde?

Los aspirantes a emperador siempre tienen manual de instrucciones para silenciar la crítica. El recurso más primitivo, y por tanto más popular, es el sicario: se contrata directamente a través de la policía política o indirectamente financiando programas que “estimulen el emprendimiento” criminal. La creatividad es infinita: Putin prefiere los calzoncillos envenenados; por acá se estilan los “niños inocentes”.
El segundo recurso es más burocrático pero igual de eficaz: atacar a la prensa con decretos y “leyes” hechas a la medida para cerrar periódicos, bloquear canales, restringir Internet y encarcelar periodistas incómodos. Es el método favorito de los dictadores maduros, curtidos en la indiferencia a las críticas del “mundo libre”.
Hay, sin embargo, un método más sutil y descarado a la vez: redefinir qué se entiende por “discurso de odio” hasta que signifique “todo lo que critique al emperador”. La democracia estadounidense era admirada justamente por la defensa de la libertad de expresión sostenida por su Corte Suprema durante décadas. Pero Trump y sus MAGA apóstoles han descubierto que pueden ampliar el concepto de odio lo suficiente, para poder cancelar cómicos y columnistas críticos. Dos humoristas famosos ya fueron sacados del aire gracias a presiones económicas y amenazas de retirar licencias a las corporaciones que los empleaban.Como aficionado al humor, los escuchaba con frecuencia: jamás oí en ellos apología del delito ni incitación a la violencia. Y, sin embargo, lograron sacarlos del aire con el método preferido de Trump. Si se comparan esos chistes con la apología rutinaria del crimen y la violencia que aquí circulan con fusil al hombro, quedarían canonizados como angelitos cuentachistes
Según la Corte Suprema de USA, para que un discurso de odio sea punible debe demostrarse conexión con actos reales de violencia. Todo lo demás está protegido. ¿Cuántos estarían presos si ese fuese el estándar en estas verdes montañas?
Mientras los gringos enfrentan la dura tarea de defender su preciada libertad de expresión, aquí seguimos midiendo hasta dónde esa libertad ha degenerado en una verbena de discursos incendiarios, una selva de homicidios y un merecido récord mundial de criminalidad. Y todavía hay quien aplaude: cada emperador tiene sus fans.
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domingo, 21 de septiembre de 2025

Universitas despectus

Universitas en latín significaba, simplemente, corporación de profesores y estudiantes. Con el paso de los siglos el concepto se ensanchó hasta convertirse en “centros de conocimiento universal”. Para proteger pensamiento, creatividad e innovación, se les dotó de autonomía: un espacio de libertad y protección para quienes enseñan y aprenden. En los últimos dos siglos ese principio se reforzó para garantizar el debate político sin interferencia gubernamental, cristalizado en el axioma de que “la policía no entra, salvo que lo soliciten las autoridades académicas”.
Es difícil hallar en la historia un ejemplo de un principio tan valioso degradado con tanta eficacia. Aunque es un fenómeno global, en América Latina —y muy especialmente en las universidades públicas— el absurdo ha alcanzado su paroxismo. Una norma concebida para blindar la libertad de pensamiento termina siendo el modus operandi de grupúsculos violentos que ni estudian, ni enseñan, ni entienden lo que es una universidad. Han sido entrenados en el arte de la estupidez destructiva y han convertido la “autonomía” en licencia para atacar y vandalizar.
Anuncian su espectáculo con bombas que llaman eufemísticamente “papas”. Destrozan manos, rostros, vehículos, oficinas, queman buses y camiones, y bloquean calles ante la pasividad de autoridades académicas y civiles que han acabado compartiendo una interpretación grotesca de la autonomía universitaria. Incapaces de llamar delito al delito, se enredan en bizantinas disquisiciones sobre “cruzar la linea” mientras profesores y estudiantes ven erosionada su libertad real para enseñar, investigar y aprender.
El caso de la Univalle roza la caricatura: todos los jueves, puntualmente, hay que convivir con trancones, bombas y quemas rituales de un puñado de patanes subvencionados y entrenados. La población universitaria y los vecinos, rehenes del espectáculo, repiten la misma pregunta: ¿cuándo surgirá una autoridad capaz de imponer orden, respeto y verdadero sentido universitario?
Hasta cuando se va a seguir aceptando el desprecio por el concepto de Universidad que tomó tantos años en desarrollarse y que tanto le ha aportado a la humanidad?
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viernes, 19 de septiembre de 2025

Periodismo 2.0

La gráfica de la evolución de la democracia en el mundo parecía una escalera al cielo… hasta 2019. Ese año no solo se detuvo el ascenso, sino que empezó a caer con la elegancia de resbalón en tobogán. Hoy, algunos centros calculan que la mitad de la población vive bajo regímenes autoritarios. ¿Culpables? Según los entendidos, no es la mala suerte ni la alineación de Marte, sino el encantador universo de las redes sociales.
Las democracias son, por definición, imperfectas. Están hechas por humanos con su caldo de defectos: egos, errores, corrupción, condimentado con pizcas de ingenuidad. Cuando la información fluye libre y sin filtro, los defectos se magnifican, se viralizan y terminan convertidos en meme. El resultado es la desconfianza y, con ella, la reacción humana más vieja que el pan: buscar un salvador. Así, el cansado ciudadano se siente aliviado: ya no necesita pensar, ni discernir, ni trabajar, ni comprometerse. Todo lo resolverá el Gran Líder, sea rey, emperador, führer, comandante, papá o “querido presidente”.
En medio de este reality global, el periodismo es la víctima más notoria. Bastó que el acceso a la información se volviera universal para que media humanidad se creyera reportera de guerra desde su sofá. Con un poco de gracia para hablar, escribir o grabar videos, cualquiera se graduó de influencer. Mientras hablaban de ropa, comida o viajes, era apenas un pasatiempo. Pero cuando se descubrió el poder de manipular con historias inventadas y venderlas como verdades absolutas, nacieron tribus irreconciliables, cada una alimentada por su propia dieta de fake news servida varias veces al día. (Por algo la llaman “feed”).
La gran masa, sobre todo los jóvenes, dejó de acudir a los medios serios. Muchos ni siquiera saben que el periodismo es una profesión, que se estudia durante años y que, gracias a él, se destapan ollas podridas en todos los campos ganando el merecido título de “cuarto poder”. El periodismo serio ha logrado mantener, a punta de terquedad, cierta coherencia con la verdad, aunque hoy esté siendo apabullado por los algoritmos. En el periodismo 2.0 el reto es seguir informando y mantener el profesionalismo que le siga demostrando a la audiencia que un buen reportaje de investigación pesa mucho más que unos twitazos de mentes trastocadas llenos de “likes”automáticos.
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domingo, 14 de septiembre de 2025

Idiotez Imposible

La cultura —en su definición pomposa— es “el conjunto de conocimientos, creencias, valores, costumbres y formas de vida que caracterizan a una sociedad”. En otras palabras: lo que creemos es lo que somos, y eso lo contamos con palabras que se vuelven costumbre y determinan comportamientos. Las repetimos, las transmitimos, las convertimos en hábitos… y, ¡zas!, un buen día descubrimos que somos pobres y violentos gracias a nuestra semántica.

Por supuesto, la evolución no es espontánea: la diseñan quienes sueñan con reprogramar cerebros. Y la “intelectualidad” —esa tropa de opinadores profesionales— repite el libreto con la banalidad de un papagayo en misa. Cualquier extranjero con dos dedos de frente lo notaría, pero aquí el neolenguaje se celebra como genialidad.

Pocas veces, sin embargo, el ardid lingüístico se había revelado con tanta transparencia como en el discurso de la “i”. El influencer supremo confesó a sus devotos que basta quitar una letra para absolver cualquier delito: ilícito pasa a lícito, y listo. ¡Reforma gramatical exprés! Revelación de un viaje sideral: el prefijo i – como sus derivados in, im, ir– significan negación.Para alguien tan familiarizado con lo ilegal y tan habituado a discursos irracionales, imprecisos, ilógicos, inexactos, irrespetuosos,irrelevantes e incultos, la cirugía de la “i” tiene que ser casi mística.Un personaje que se caracteriza por ser impuntual, incoherente, imprudente, incorrecto tendrá que apreciar la eliminaciòn de la vocal con punto.

Quien ha montado un gobierno de incompetentes e incapaces caracterizado por la impericia y la injusticia que ha resultado inaguantable para los Colombianos e incompatible con cualquier noción de decencia. Quien se ha convertido en un indeseable y ha logrado niveles altos de impopularidad que lo tienen al borde de la implosión es natural que adore la amputación de esa vocal. Lo inconcebible es la procesión de incautos que insisten en incensar tanta incongruencia y pretenden con impropiedad prolongar nuestra impaciencia.

Pero hay malas noticias para la tropa del prefijo milagroso: por mucho que manipulen la “i”, les quedará imposible corregir la idiotez y la imbecilidad que tan bien los integra.



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viernes, 12 de septiembre de 2025

Fascismo a cuentagotas

El argumento de que nuestra propensión a la violencia viene de los antepasados indígenas y los atropellos que sufrieron no tiene sustento ni en la historia ni en la lógica. Esa supuesta predisposición genética se desploma al mirar países con historias mucho más sangrientas que hoy son ejemplo de convivencia pacífica. Guerras civiles, genocidios y dictaduras no los condenaron al odio eterno; aprendieron a diagnosticar su realidad y aplicar la terapia correcta.

¿Por qué nosotros seguimos convencidos de que estamos destinados a matarnos? Porque un pequeño grupo logró instalar una narrativa cómoda y simplista, derivada del Marxismo: No existe comunidad. La sociedad no es sino un escenario de lucha por el poder. Las instituciones son solo trincheras de privilegios y por eso hay que criticarlas y eventualmente arrasarlas. Cortes, Congreso, Registraduría, Fuerzas Armadas, universidades, gremios, prensa, médicos, científicos… nadie se salva del anatema. La receta del iluminado es refundarlo todo y, para conseguirlo, todo vale.

Así surge la paradoja: una izquierda que presume de superioridad moral mientras hace simbiosis con el crimen. Se asocian para “combatir el sistema injusto” y terminan fabricando una cultura mafiosa donde políticos y capos comparten cama, y controlan la crítica con plomo. No es casualidad que Colombia ocupe hoy el segundo lugar mundial en el índice global de crimen organizado (GI-TOC) y que quienes hablan claro y duro, sean silenciados por sicarios. Según la Defensoría del Pueblo hay 790 municipios —el 71 %— con presencia o amenaza de grupos armados. Cobran impuestos, controlan bienes públicos, dictan “justicia” y administran elecciones a punta de fusil. Y todo bajo la mirada cómplice de un gobierno que retribuye los aportes en bultos de billetes y cajas electorales llenas de votos.

De un Estado que impulsa el crimen se pasa, lentamente, a un Estado criminal. No es sino mirar Venezuela. Si hubiese que definir al fascismo en dos palabras, éstas serían las más apropiadas. Pero los incautos y tontos útiles siguen clamando que “no es para tanto”. Son incapaces de ver la degradación, que aun en las revoluciones más abruptas, ha sido paulatina. La meta está bien trazada y los pasos para lograrla se dan lentamente. Las dictaduras pasan inadvertidas porque se van implantando gota a gota.

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viernes, 5 de septiembre de 2025

Madurando la coca

La fábula de la dignidad latinoamericana y el orgullo patrio ha dado para mucho. Sirve para inflar discursos, hinchar pechos y emocionar multitudes dispuestas a dar la vida contra el imperialismo. Lo curioso es que quienes promueven esas visiones jamás se detienen a explicar cómo un país, que también fue colonia, logró convertirse en una de las sociedades más prósperas de la humanidad. No dicen qué los hizo tan fuertes económicamente ni cómo alcanzaron a ser potencia militar. Prefieren la ruta fácil: ignorar que partimos de orígenes similares —indígenas invadidos por europeos— y que en apenas dos siglos unos llegaron a la luna mientras nosotros seguimos hundidos en el barro. La salida mágica: culparlos de todos nuestros males y reciclar el eterno discurso, que está precisamente en la raíz de nuestra pobreza.

De ahí el cuento de que la coca es menos dañina que el whisky. Que la hojita es sagrada, que nuestros ancestros la mascaban para hablar con los dioses. De ahí la desfinanciación del Ejército, la eliminación de la erradicación, el aumento frenético de los cultivos. Y de ahí el respaldo a Maduro, jefe del cartel de los soles, quien convirtió a Venezuela en el más exitoso de los narcoestados, mucho más de lo que Pablo Escobar hubiese podido imaginar. De ahí que sea tan tonto aconsejar que no nos metamos en el lio de Venezuela cuando la alianza es esencial a la supervivencia de ambos. Paradójicamente, la ineptitud para gobernar contrasta con la eficacia para delinquir. Son incapaces de sacar a la gente de la pobreza, pero maestros en impulsar el negocio criminal.

Han creído, fruto de su ilusoria megalomanía, que la operación podía sostenerse indefinidamente, alimentada con dólares fáciles, corrupción institucional y elecciones robadas. Pero han sido tan descarados que los vecinos del norte, recipientes de todo el veneno, resolvieron cerrar la llave del jugoso flujo que mantiene la maquinaria aceitada. los sostiene en el poder y les permite un discurso cínico y ventijuliero.

Si el bloqueo naval logra afectar el flujo verde o la presión logra liberar a Venezuela del totalitarismo criminal, veremos caer el peso como plátano maduro, convirtiendo en humo otro “logro” del gobierno. El mismo estado gaseoso de tanta mentira empacada en épica revolucionaria, mezcolanza ecológica y batiburrillo socialista.

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sábado, 30 de agosto de 2025

Falacias exitosas

Hasta los más fervorosos sacerdotes del autodenominado “progresismo” —que de progreso tiene lo que un burro de ingeniería espacial— se lamentan del fracaso de la célebre “paz total”. La receta ha sido simple: invente un término pegajoso, repítalo mil veces, póngalo en boca a periodistas, académicos y opinadores de oficio, y ¡listo! La mentira se viste de gala y todos aplauden. Así hemos engordado el diccionariol de barbarismos: “estallido social” (tradúzcase: vandalismo subsidiado), “cese bilateral del fuego” (o sea, “usted dispare menos mientras yo miro al techo”), “corredor humanitario” (“delincan a su antojo y sabremos protegerlos”), “polarizacion” (criticar a los violentos es violencia”) Y la joya de la corona: “paz total”. La promoción de la violencia con un barniz ético.

Basta con examinar cómo se viene aplicando la fórmula: debilitar al Ejército (¿quién necesita Fuerzas Armadas cuando tenemos hashtags?), decapitar su liderazgo, desarmar su inteligencia y rellenar los cargos con cuadros partidistas recién graduados en activismo de X. Luego, bautizar a los carteles como “campesinos que buscan sustento”, reconocer a criminales con brazalete como “actores políticos”, y regalarles territorios “libres de Fuerza Pública” para negociar tranquilos…”en paz”. Y para darle el toque internacional, nada mejor que apoyar a Maduro y el cartel de los soles para facilitar la exportación de la coca cuya producción hemos incrementado con tanto orgullo. “No nos metamos con ese berenjenal que no es nuestro”, dicen los incautos. Y de donde sale la coca que les permite nadar en dólares y mantiene el valor de nuestro pesito?

Tantos intelectuales se tragan el anzuelo y se quedan con el truco infalible de los politicos: hablar del qué sin mencionar jamás el cómo. “Daremos millones de empleos, millones de viviendas”, “potencia de vida”… y en el camino, fabricamos millones de ilusos.Así que no nos confundamos: la “paz total” no fracasó. Todo lo contrario. Funcionó como se planeó: debilitar al Estado, fortalecer al crimen y distraer a la opinión con un eslogan de tarima. ¿Fracaso? No: un éxito colosal en el arte de la farsa. El crimen de Miguel Uribe, las bombas de Cali y los jovenes militares asesinados demuestran que el país está regresando a una época en la que un conocido personaje bailaba en su revolucionaria salsa.

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viernes, 29 de agosto de 2025

Del excell al exilio

Es bien sabido que una de las premisas centrales de los gobiernos socialistas es la manipulación de la información. Como se consideran depositarios de la moral revelada, creen tener derecho a retorcer las cifras para sustentar sus “logros”. Cualquiera entiende que basta con cambiar los criterios de medición para obtener un resultado distinto, sin olvidar que quienes recolectan datos son humanos que reciben órdenes. Por eso es legítimo dudar de las estadísticas de desempleo que hoy difunde el gobierno. La credibilidad de las cifras siempre dependerá de quién esté al mando. La brecha creciente entre la verdad oficial y la realidad palpable alimenta la desesperanza, la rabia y, finalmente, la emigración masiva. Podría hacerse una correlación matemática: a mayor capacidad de mentir de las autoridades, mayor es la cantidad de ciudadanos que huyen del paraíso estadístico.

Ahora bien, incluso si la reducción del desempleo fuese cierta —bandera favorita del continuismo socialista—, cuando se logra a costa de engordar la burocracia estatal es apenas una ilusión pasajera. No surge de la generación de riqueza, sino del estímulo a la pobreza que provoca el ahogo tributario. Los primeros años de aparente bonanza se transforman, invariablemente, en miseria generalizada. Y ese deterioro no pasa inadvertido para los jerarcas del sistema, que mientras tanto acumulan más poder y privilegios, “para proteger la revolución”.

Las regulaciones excesivas y leyes laborales rígidas sofocan la creación de empresas, desincentivan la inversión y fomentan la informalidad que no paga impuestos. Este ciclo se ha repetido una y otra vez: Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia… La historia latinoamericana es un museo de ilusiones rotas. Cuando la realidad azota al pueblo, se sacude la mentira siempre y cuando no hayan capturado el sistema electoral.

El verdadero progreso social ocurre cuando las personas buscan libremente la solución a su vida económica en paz. Las oportunidades y la educación —aliadas al talento— marcan la diferencia. Cuando una cultura transmite ese valor, florece la prosperidad. Por eso los colombianos que huyeron de la violencia, son apreciados en todo el mundo: recursivos, trabajadores, diligentes. Al irse, reducen el desempleo y aumentan las remesas lo que termina, en cruel paradoja sustentando el parasitismo.



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viernes, 15 de agosto de 2025

Mataron la esperanza

La izquierda se arroga el deber moral de liberar a los explotados de las cadenas que la oligarquía ha soldado con fuego y miedo. El sistema, afirman, se sostiene gracias a fuerzas armadas que imponen la justicia con pólvora. Por eso, dicen, la lucha debe estar respaldada por las armas. Grupos violentos dispersos por el país no son accidentes: son la estrategia. Y como el poder del sistema se basa en la riqueza, para combatirlo hace falta mucho dinero. El método más eficaz y rentable: el narcotráfico. Además de llenar las arcas, permite cobrarse venganza contra el “imperio” envenenando a su juventud. Así nació la aberración de las narcoguerrillas. Por eso los prontuarios en la DEA de los Maduro y tantos otros. Y por eso funcionan como relojes las donaciones de campaña que luego se pagan con intereses desde el poder.
La estrategia se logra combinar con un truco perverso: vender la ilusión de paz. Como el clima de violencia se vuelve insoportable, cualquiera que prometa paz recibe respaldo. La maniobra es brillante y cínica: culparnos a todos de la violencia. Hoy mismo, editoriales llaman a “desarmar los espíritus”. El resultado es infalible: los pacíficos se callan, los violentos se multiplican.
En 2002, el país parecía sin retorno. Tres gobiernos hablando de paz y haciéndoles concesiones a los criminales, habían dejado una nación rota. Entonces apareció un político distinto: proclamó que la seguridad es la base de la prosperidad, y que la pobreza se combate con desarrollo basado en confianza. Eso rompió el libreto, así que intentaron matarlo siete veces. Como no pudieron acuden a montajes con testimonios de delincuentes para perseguirlo judicialmente.
La historia se repite. Con el país en el abismo, surge un segundo Uribe, con el carisma y la capacidad para convertirse en una nueva esperanza. Su fortaleza para haber superado el horror sin rencor, lo mostraba como un ser excepcional.
Esta vez no fallaron: lo asesinaron gracias a la desidia para protegerlo.
Desfilan ante su féretro en un silencio que no es de paz. Para unos es triunfo, para otros es miedo. Las flores se marchitarán pronto porque también han perdido una esperanza. Y los millones que nunca hemos creído en la violencia y jamás hemos empuñado un arma, volvimos a escuchar la eterna monserga: que nos desarmemos… para que ellos puedan seguir matando.
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martes, 12 de agosto de 2025

Revolución profunda

Que los muchachos crean que Colombia necesita una revolución profunda, vale. Es natural. En la juventud muchos pensamos que todo estaba mal hecho, nos indignamos con la pobreza y quisimos revolcar el sistema para acabar con los privilegios y la injusticia. Pero algunos tuvimos la oportunidad de conocer la Unión Soviética, la Europa del Este, Cuba, China… y el desconcierto fue brutal. Las injusticias eran peores, la miseria seguía, y los privilegios eran más obscenos. Comprendimos que el problema no era solo el modelo, sino la concentración del poder.

Sí, también en las democracias liberales existe una concentración de poder económico repulsiva. Pero el mercado, cuando es realmente libre, tiende a generar equilibrio. No se trata de idealizarlo ni de renunciar al anhelo de una sociedad más equilibrada (justa, no, porque esa palabra ya se prostituyó), sino de aceptar una conclusión que salta a la vista para quien quiera observar el mundo: las sociedades donde opera la libertad económica tienen más posibilidades de progreso social.
No llegamos a esa idea por leer grandes tratados, —ni “El Capital” ni “La Riqueza de las Naciones”—, sino por observar la realidad: la humanidad progresa cuando es capaz de medir, comparar, repetir lo que funciona y desechar lo que no.

Por eso es desconcertante que pensadores ya maduros —que han construido, creado, trabajado— se entusiasmen con la “revolución profunda”. ¿Olvidaron toda su experiencia? ¿O sufren una regresión neuronal?
Quien ha intentado construir algo en serio sabe lo difícil que es: requiere conocimiento, esfuerzo, tiempo, y aun así el riesgo de fracasar es alto. Los proyectos fallan, las personas decepcionan, las circunstancias cambian. Y quien sabe construir, también sabe que levantar sobre lo ya construido es siempre más sensato que arrasar con todo para empezar de cero.

La historia ha mostrado que las revoluciones terminan invariablemente en ruinas o cementerios.

Lo que funciona —aunque imperfecto— es la libertad para el intercambio libre de bienes e ideas en un entorno sin violencia. Perfeccionar esas herramientas debería ser la meta de toda sociedad racional. No se debe perder la ilusión de mejorar la sociedad, pero reciclar utopías no es el camino. “En tiempos de engaño universal, lo revolucionario es decir la verdad” dijo George Orwell.

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El péndulo de la Justicia

La “combinación de todas las formas de lucha” empieza a mostrar su eficacia. Al impulso de la lucha armada se suma ahora la paciente infiltración del aparato judicial. Y si para financiar tan nobles fines hay que mezclar narcotráfico, corrupción, chantaje y otros delitos variopintos, entiéndase que el fin justifica los medios. Quien se atrevió a golpear la estructura criminal que sostiene la enorme operación, debe ser perseguido y castigado . Como no lograron asesinarlo en varios atentados, ahora buscan encarcelarlo.

Decenas de abogados —debidamente financiados— arman una red de farsas, recorren cárceles incentivando a sus compañeros a imaginar historias truculentas, mientras otros trepan en el sistema judicial hasta alcanzar cargos clave. Se construyen conspiraciones, se repiten falsedades, se difunden en redes hasta convertirlas en verdad. Todo para destruir a quien, en su vida pública, solo ha dado pruebas de decencia, honestidad y vocación de servicio.Y así, se borra de la memoria colectiva el horror que vivió Colombia en 2002. Muchos que hoy repiten barbaridades ya olvidaron por qué están vivos. Y los que no vivieron esa época, con ligereza opinan sin entender el riesgo de repetirla.Se ha logrado instalar un odio emocional, alimentado por cuentos, versiones y testimonios sin pruebas. No hay un solo video, una grabación, una evidencia material que comprometa al odiado. Solo está el relato de un hampón, corroborado por otro delincuente, sobre las componendas de un criminal.

La vehemencia con que algunos se rasgan las vestiduras en defensa de la justicia, contrasta con la ridiculez del “acervo probatorio”. No puede sino concluirse que el plan ha sido ejecutado con la precisión de un asalto. Y ahora, los mismos que siempre negaron a la Justicia —esa “institución burguesa”, “instrumento de opresión de la oligarquía”— la invocan con fervor revolucionario.
No importa que el uso político de la justicia tenga doble filo. Lo aprendieron Fujimori, Pinochet y Martinelli, pero también Lula, Evo, Kirchner y Castillo y muchos otros. Porque aquí no se trata de continuar el juego democrático. El objetivo es tomarse por completo el sistema judicial, controlar el electoral y concentrar todo el poder en unos pocos, que se convertirán en los eternos defensores de la revolución, siempre rodeados de privilegios.
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sábado, 26 de julio de 2025

La Oposicion

Una de las fábulas que trata de diseminar el Petrismo y sus fieles devotos consiste en pintar la oposición como implacable. “Nunca en la historia, había tenido que enfrentar un Presidente, una oposición tan radical y despiadada¨, se atreven a decir.
Cuando la realidad, es que por primera vez en muchas décadas, el gobierno enfrenta un oposición civilizada, que argumenta con palabras, que usa los canales regulares de la opinión pública, que protagoniza debates en el Congreso, que acude a las instituciones para contrarrestar a un gobierno caracterizado por la corrupción, el nepotismo, el derroche, el atropello al sector productivo, el chamboneo y el insulto a los gremios que sostienen el país.

Por primera vez en dos a tres generaciones, la oposición es pacífica, no acude a las armas ni amenaza con violencia para oponerse a un gobierno alineado con los delincuentes, que ha logrado el récord de la mayor extensión de coca sembrada, que conoce las cárceles, no por el deber de hacerlas seguras y humanitarias, sino por los pactos que logra con los peores hampones condenados, cuya amistad exhibe con orgullo en tarimas.
Por primera vez en la historia reciente del país, la oposición ha convocado las marchas más imponentes de la historia, sin que haya ocurrido un solo incidente, un solo daño, un solo incendio o ataque a la policía.
Son muchos los años en los que el rechazo al gobierno estaba asociado con bombas, destrucción, quemas, asesinatos, ataques a poblaciones, masacres, bloqueos de carreteras. De hecho fue la oposición violenta organizada por Petro, promoviendo por debajo de cuerda todas las formas de violencia, la que llevó al terror de la población y el desconcierto generalizado que terminó en su elección. Estrategia cuidadosamente planeada y ejecutada que ha funcionado en Chile, Perú, Bolivia, Venezuela y se ha intentado en Ecuador y el resto de latinoamérica.

El relato que tratan de diseminar no puede ser más cínico. Los promotores y gestores de una oposición violenta, agresiva, destructiva, causante de un gran número de muertes y daños materiales, ahora se lamentan de una oposición muy ruda.
Hay que creer en la Fuerza de la Verdad. Seguir develando las mentiras, seguir destapando los negociados, seguir interviniendo para que la plata de nuestros impuestos no termine financiando la evolución hacia la satrapía.
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jueves, 17 de julio de 2025

Y de que lado estas?

Como todo lo susceptible de ser afectado por el mundo digital, el conflicto se reduce a dos bandos.Si tiene familiares o amigos palestinos, seguro recibe información constante sobre los atropellos sufridos por su pueblo durante los últimos 50 años, después de ser despojados de sus tierras. Una mayoría buena, trabajadora y pacífica termina bajo el liderazgo de una minoría fanática que decide que la única respuesta a la humillación es la violencia. Todo intento de entendimiento pacífico es saboteado por quienes sólo conciben las soluciones al ritmo de explosivos. La moderación de la OLP y los avances en Cisjordania parecían dar frutos. Pero en Gaza, la agresividad de Hamás solo endureció las condiciones de vida, atrapando a su propia población entre el yugo y el cañón. En ese contexto de desesperanza, muchos justifican la rebelión violenta contra un sistema que sienten injusto. Pero al hacerlo, tienden a cerrar los ojos ante atrocidades innegables. Prefieren pensar que las decapitaciones, los secuestros de mujeres y ancianos, son invenciones del enemigo. Así funciona el sesgo tribal: creemos solo lo que nuestra tribu valida.

Del otro lado, quienes conocen judíos y admiran su disciplina y talento, reconocen una nación que se construyó despues de un enorme sufrimiento. Con esfuerzo y apoyo internacional, lograron una sociedad vibrante y tecnológicamente avanzada. ¿Podrían los palestinos haber hecho algo similar con el territorio asignado en 1947 y el respaldo del poderoso mundo árabe?

Esa nación admirable ha sido atacada sin piedad por grupos que promueven el odio como ideología, y consideran que la única solución consiste en su desaparición, lo que la ha inducido a ser potencia militar. Su supervivencia, depende de su fuerza y con el liderazgo equivocado, la ha usado para perpetrar horrendas matanzas.

Al final, uno escoge bando según a quién escucha más. Y lo hace creyendo que está bien informado, cuando en realidad está bien sesgado. Porque si algo es cierto en toda guerra, es que ninguna es justa, ni equilibrada, ni limpia, y quienes más sufren no son los responsables de la barbarie. Por eso, cuando un jefe de Estado toma partido con fervor —sin matices, sin dudas—, no se alinea con la justicia: se compromete con el oprobio. Un escenario más del galimatías moral que justifica la violencia.

viernes, 11 de julio de 2025

Dogma por wi-fi

La última joya del pensamiento mágico-petrista circula feliz por las redes: el atentado a Miguel Uribe fue un montaje. Así, sin rubor. Según esta hipótesis digna de Netflix, todo fue teatro: la caída perfectamente ensayada, la sangre artificial regada con pincel n°7, la ambulancia coreografiada, la clínica alquilada por horas, las cirugías simuladas, los partes médicos redactados por libretistas de RCN… hasta el sufrimiento de su familia, todo parte de un reality producido por una extrema derecha en pánico, ante los milagros que descienden de las galaxias con la fluidez del whisky. El dogma, como la fe ciega, tiene esas licencias. Para sus creyentes, cualquier cosa que no encaje con la narrativa del mesías debe ser falsa. Que haya balas, heridas, UCI y médicos no importa: es más fácil creer que todo fue organizado por Batman, con dirección de Mel Gibson y maquillaje de Tarantino.

Uno pensaría que no hay cerebro capaz de repetir tamaño disparate, pero hay miles. Y lo grave es que votan, opinan, y acumulan méritos para que los nombren en cargos del gobierno. Por eso no sobra revisar estas genialidades: no para interactuar con los fundamentalistas del dogma, sino para impedir que quienes aún poseen algo de cordura, se dejen arrastrar.

Es tan inútil escribirle cartas “fraternas” a Petro pidiéndole que respete la ley, o sea un buen demócrata, como explicarle a un tierraplanista cómo funciona un eclipse. Esta gente ve conspiraciones porque las ha hecho. Aún se pueden ver los videos de los “niños” de la primera línea revolcándose en pintura roja y lanzándose al suelo en sincronía con petardos. Un teatro tan bien actuado que mucha gente se lo tragó entero. Y el libreto funcionó: se instaló el caos, se sembró el miedo, y el “salvador” ganó.

Ahora que enfrentan el desmadre del gobierno de un poeta sin métrica, necesitan convencerse de que todo lo que no les conviene, es una farsa de la “extrema derecha”. Tiene que ser un montaje porque les resulta imposible digerir la realidad de quien hizo pactos con el hampa para obtener recursos y votos para su campaña y ahora paga cumplidamente permitiéndoles florecer.

Por eso los llamados al diálogo y al sentido común no deben dirigirse a los guionistas de estas óperas de cartón, sino a los millones de ciudadanos que aún no tienen delirio, pero sí señal de WiFi.
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viernes, 4 de julio de 2025

La improbable dictadura

Si revisamos los últimos cien años de política en América Latina, el diagnóstico es claro: las dictaduras han encontrado terreno fértil. Todos los países han sufrido alguna. En número de años bajo regímenes autoritarios, hay un amplio rango: desde apenas 4 en Colombia, hasta 60 en Nicaragua (o 71 en México, si se considera el largo monopolio del PRI). En promedio, la región ha pasado 32 de los últimos 100 años bajo dictadura. Una tercera parte de su historia reciente atrapada en el autoritarismo.
¿El campeón de la democracia? Colombia. Y en aparente paradoja también campeona en violencia. Tal vez porque la democracia, en su generosa amplitud, permitió pensar que la diversidad incluía también a quienes empuñaban las armas para llegar al poder. El resultado ha sido una cultura marcada por la transgresión: altas tasas de criminalidad, desconfianza en las instituciones y un concepto libertario que a veces se confunde con hacer “lo que se me dé la gana”.
Esa libertad mal entendida y abusada ha producido un curioso efecto: un rechazo subconsciente y persistente a cualquier intento de centralismo autoritario. Como si el país, por vivir al borde del caos, se estuviese vacunando —aunque con efectos secundarios— contra la obediencia ciega. Aquí muchos viven con miedo, sí, pero también dicen con resignado orgullo: “igual a esto no hay nada”. Un reconocimiento tácito al valor de la libertad.
Sea esa la explicación o no, la verdad estadística es que Colombia ha resistido mejor que otros países los encantos de las dictaduras. Y por eso resulta poco probable que acepte mansamente la que ahora se cocina, entre discursos populistas y reformas impuestas a golpe de megáfono.
Ya son varios los periodos de la historia en que el país ha sufrido incrementos en la capacidad violenta de grupos criminales. Se ha resuelto llamar guerra a este proceder como si fuese un recurso válido para dirimir las diferencias. El resultado ha sido siempre el empeoramiento de la condición que supuestamente se pretende mejorar con la generación de más pobreza, sufrimiento, desolación y muerte.
Por eso resulta tan equivocada la pretensión de solucionar “en la calle” las diferencias que existen con relación a nuevas leyes. Prender la mecha en un país que se enciende fácil es peligroso para todos, incluyendo el dueño del fósforo.

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lunes, 30 de junio de 2025

No más reyes

La institución de la Presidencia es una herencia directa de la monarquía. Quienes escribieron las primeras constituciones aún sentían el aliento de los reyes en la nuca. Por eso inventaron una figura similar: lo pusieron a vivir en un palacio y le dieron categoría de reina —“Primera Dama”— a la esposa.

La concentración de poder y privilegios en estos nuevos reyezuelos explica, en parte, el pobre desempeño de muchas democracias modernas. Existen contrapesos que, aunque imperfectos, funcionan. Trump no ha llevado a EE. UU. al abismo porque lo han contenido tribunales, medios y sociedad civil. Petro no ha logrado desbaratar a Colombia porque también lo han parado las Cortes, el Congreso, la prensa y los ciudadanos organizados han frenado muchas de sus regresivas iniciativas.

Pero la realidad es aún más contundente: pese al enorme poder simbólico del Presidente, su capacidad para modificar la vida de los ciudadanos es limitada. El país sigue andando por inercia, indiferente a las barbaridades que diga o haga quien ocupa el palacio, mientras abusa de los micrófonos para imponer su narrativa, justificar errores y mantener la ilusión de que todo lo bueno le pertenece. La vida continúa. Las empresas y la agroindustria siguen produciendo, los arquitectos diseñan, los ingenieros construyen, los médicos atienden, los plomeros destapan, los tenderos venden, los asaderos de pollo alimentan. La gigantesca maquinaria económica no se detiene, y por eso las cifras resisten, incluso con una conducción errática. Ni siquiera sus partidarios le paran bolas y se resisten a responder a sus llamados que buscan convertirlos en carne de cañón.

Los áulicos del poder, claro, usan los pocos datos positivos para defender lo indefendible. La inflación no se ha disparado gracias a la firmeza del Banco de la República. El desempleo ha bajado por el rebusque, única opción ante una formalidad asfixiante que va a empeorar. La devaluación no es alta por la narcoeconomía. La productividad se sostiene por el dinamismo empresarial, no por gestión estatal. Lo poco bueno que ha ocurrido en estos años ha sido a pesar del gobierno, no gracias a él. Tal vez ha llegado el momento de que la figura del Presidente —como las monarquías que la inspiraron— empiece, por fin, su camino hacia la extinción. “No al Rey” es la respuesta a los cultos que eligen a los Mesías.
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viernes, 20 de junio de 2025

Niños asesinos

Asesinos de niños! Es el grito que con frecuencia se dirige a quienes piden seguridad. En la retorcida moral de ciertas galaxias ideológicas, se refiere a que, cuando el Ejército o la Policía actúan, matan “niños”.
Desde hace décadas, la estrategia de los mal llamados revolucionarios ha sido el reclutamiento de menores para usarlos como carne de cañón. Así ha operado la guerrilla, secuestrando hijos de campesinos e indígenas. Así funcionan las “primeras líneas” en las ciudades, contratando menores. Manipulan mentes jóvenes, inexpertas, con una mezcla de sueños y amenazas. Con ellos se planean tomas de pueblos, atentados, bloqueos, incendios de buses y bancos. Cuando las fuerzas del orden reaccionan y hay muertes o excesos, se activa el libreto: “terrorismo de Estado”, “asesinos de niños” y los uniformados se inmovilizan. En Cali, es bien conocida la estrategia que destruyó y paralizó la ciudad dos meses. Pero fueron ellos —los que hoy se toman fotos con sus pelos canosos y sus barrigas prominentes— quienes los reclutaron. Ellos los entrenaron, los armaron, los lanzaron al frente y ahora ahogan su culpa con whisky, coca y discursos poéticos incoherentes. Son quienes los involucran en la adrenalina de la violencia, los responsables de su muerte. El Código de Infancia y Adolescencia de Colombia define que niño es menor de 12 años y adolescente de 12 a 18. Calificar de “niño” a un grandulón de 17 años cuya madurez física le da toda la capacidad para agredir no sólo es equivocado e ilegal sino que distorsiona la realidad. No tendrá la madurez mental para que sus actos se juzguen como los de un adulto pero no es un niño. Igual error se comete al llamar “niña” a una joven de 16 años con madurez biológica, mientras se ignora que ese tratamiento infantilizante contribuye a más de cien mil embarazos adolescentes en Colombia, y quince millones en el mundo.
Los 18.000 menores reclutados por la guerrilla, las “primeras líneas” y los “niños sicarios” que con tanta petulancia justifica y protege el compañero presidente, invalidan cualquier autoridad moral de quienes los abusan desde la comodidad de sus cargos. No hay niños asesinos ni asesinos de niños. Hay criminales cobardes instigando adolescentes en la danza de la muerte. Logran esconderse bajo una ampulosa oratoria gracias a una justicia distraída en el palabrerío. 25172

sábado, 14 de junio de 2025

Abatir una estrella

A los cuatro años, Miguel Uribe Turbay vivió el secuestro y asesinato de su madre, Diana Turbay, a manos de Pablo Escobar, aliado del M-19. A los once, fué separado de su padre, encarcelado injustamente. Lo cuenta sin dramatismo ni autocompasión, con serenidad, frente a un grupo que lo escuchó con atención y asombro hace pocos días en Cali. Salimos impresionados por su coherencia, madurez, claridad mental y entusiasmo carismático. Lejos de la promesería política, sus propuestas son modernas, concretas y realizables.Con preparación, experiencia y firmeza, transmite una convicción clara: no puede haber bienestar sin seguridad, ni vida social sin control de la violencia. Propone un país donde emprender no sea un vía crucis, donde la educación sea competitiva y FECODE un aliado, no un obstáculo; donde la salud mejore fortaleciendo lo privado, que hoy responde por la mayoría de atenciones. Insiste en que defender la democracia exige vigilancia ciudadana activa. Por eso ha organizado redes de veeduría electoral, como hizo María Corina Machado en Venezuela.

Su discurso no es de odio, sino de responsabilidad. Por eso resulta obscena la esquizofrenia oficial tras el atentado que sufrió. No es difícil imaginar un Bogotazo si el candidato baleado hubiera sido del Pacto Histórico y el presidente Iván Duque. Tampoco se puede negar la cadena causal entre el ambiente que ha promovido este gobierno —odio, desacato a la ley, deslegitimación de las instituciones— y el clima de violencia. ¿Dónde están ahora los colectivos de abogados que antes hallaban “conexidad” entre la vía institucional de un Presidente que busca dar seguridad y los excesos de los militares? Hoy, quienes ven una relación causal entre el discurso incendiario, que llama al alzamiento general, violando la constitución, y el atentado contra el nieto de “Turbay, torturador de diez mil”, son tildados de “ratas de alcantarilla”.

En realidad lo que huele a alcantarilla es el oportunismo de usar el sufrimiento de una familia para congraciarse con Hamás, su condolencia con la “madre árabe”, (re-Colombiana, nieta de libanés), su preocupación con el “niño” asesino (un gradulón bien armado) y su afán por culpar a los de seguridad, repitiendo la narrativa de victimizar a los atacantes que tan bién le ha funcionado desde el holocausto del Palacio de Justicia.

viernes, 6 de junio de 2025

Bodegueros, Unios!

“Bodeguero” es el desafortunado término que se ha popularizado para referirse a esos “influencers” —otro mal término— que han perfeccionado el arte de manipular el pensamiento político. Los recursos que usan son tan variados como astutos: se inventan historias, las “sustentan” con clips de video editados, actuados, sacados de contexto o generados por inteligencia artificial. Deben ser escandalosos, emotivos o indignantes, para que el consumidor desprevenido o ingenuo se convierta en replicador gratuito. Manipulan cifras, tergiversan hechos, editan declaraciones… todo vale con tal de “hacerse viral”, es decir, lograr que un chisme se esparza instantáneamente gracias a las redes sociales. Nunca había sido tan real aquello de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad.

A quienes todavía les sorprende que una ciudad de tres millones sea sitiada por dos mil adolescentes, les falta entender el verdadero poder de la manipulación organizada en redes. De ahí el concepto de “bodegas”: no se trata de opiniones espontáneas, sino de estrategias centralizadas, donde decenas de cuentas comparten al mismo tiempo el mismo mensaje para lograr un efecto multiplicador. Dirigen y ajustan la estrategia según los resultados medidos cada minuto. Es como sembrar un virus en varios puntos a la vez, no esperar a que se propague espontáneamente a partir de un infectado. Este mecanismo —basado en la nueva realidad social que crearon las redes— lo ha entendido y usado a la perfección la izquierda internacional. Solo han modernizado los preceptos de Lenin. Mientras tanto, la “derecha” —rótulo donde cabe cualquiera que no participe en la manipulación— ni se entera. Solo se lamenta cada vez que constata que una minoría gana elecciones. No se trata de usar los mismos trucos y engaños sino de diseñar una estrategia para que la verdad y el pensamiento racional le llegue a las mentes veleta.

“Mis bodegueros son todos ustedes”, dijo Uribe a un grupo, desconociendo que la verdad espontánea queda pisada por la mentira dirigida. En reiteradas ocasiones he hecho la misma pregunta a excelentes candidatos: ¿cuál es su estrategia digital y cuántas personas componen su equipo de redes? La evasiva o ausencia de respuesta me lleva siempre a la misma conclusión: escalar una montaña con los pies amarrados debe ser realmente difícil.

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jueves, 29 de mayo de 2025

Ni unidos, ni hundidos

Nos unimos o nos hundimos! Es el eslogan que repiten quienes advierten una nube negra sobre el horizonte colombiano. Pero la pregunta inevitable es: ¿nos unimos en qué? Podríamos ensayar una respuesta: respeto a la democracia, rechazo a la violencia como medio de acción política y defensa de la economía de libre mercado. Hasta ahí, el consenso parece posible. Pero apenas se rasca la superficie, aparecen las grietas. Si hablamos de "progresismo social" —término que la izquierda pretende monopolizar—, encontramos creyentes devotos y ateos furibundos, homofóbicos irredentos y expertos en cada letra del LGBTIQ+++, defensores de una educación y salud estatales y otros que prefieren modelos mixtos; ambientalistas apocalípticos frente a escépticos del cambio climático, feministas militantes junto a machistas tradicionales, guardianes de las costumbres frente a entusiastas de los cambios. La democracia está diseñada, precisamente, para contener esa pluralidad: para que se exprese, se debata y se controvierta sin que nadie saque un arma ni invoque al “pueblo” como pretexto para la barbarie. Las controversias no deben alarmar si se dirimen con palabras, no con piedras o balas. Una sociedad civilizada expone sus diferencias, las discute con argumentos, resuelve algunas y tolera las irresolubles. En medio del actual proceso político, con el variado menú de candidatos, esta expresión múltiple es sana. Las propuestas se decantan y se diferencian unos pocos perfiles.

Con los días veremos a quienes siguen teniendo devoción en las rancias ideas que definen la democracia como una farsa útil al privilegio, el mercado como una herramienta de opresión, y promueven veladamente la violencia. En ese momento no podremos seguir distraídos con diferencias menores. Allí si la viabilidad del país va a depender de que sepamos unirnos en lo esencial. Ese compromiso lo están mostrando ya los candidatos que entienden lo que significa subirse al tren del Socialismo del Siglo XXI. Y el “pueblo” que demostró que no le copia al promotor de una confrontación civil. No hay que preocuparse vaticinando naufragios. Si hay que buscar que el voto se sustente en información seria y no en emociones manipuladas con habilidad y muchos recursos. La participación entusiasta en ese esfuerzo es la herramienta para generar optimismo.

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viernes, 23 de mayo de 2025

Nihao Zonghuo

Hola, China. ¡Tantos temores infundados con la opción de hacer negocios contigo, China querida! Algunos se aterran por la ofensa a Trump, el magnate que solo se interesa por los negocios. Tian na! Si representamos el 0,01 % del comercio global de EE. UU. que tiene con nosotros un superávit que es apenas un 0,1 % del déficit que tienen contigo. Seamos realistas: no existimos.
Luego vienen otros con el susto de quedar amarrados por tu “correa” (Yi dai,Yi lu– la famosa Belt and Road). Es obvio que, siendo grande y poderoso, vas a tener influencia. Es lo normal. Los países que supieron aprovechar la influencia del Tío Sam se volvieron ricos. Aquí, en cambio, parece que nos esforzamos por seguir siendo chiquitos, desconocidos y pobres, repitiendo la vieja cantaleta del “imperialismo”.

Negociar contigo podría traer grandes proyectos de infraestructura, tecnología y un mercado inmenso para nuestras tímidas capacidades productivas. Si tuviésemos olfato, te entregaríamos en concesión el diseño, construcción y operación de toda la red vial y ferroviaria del país. Total, lo que tenemos es una combinación de ingeniería rudimentaria con una visión pichicata que nos impide hacer una obra que no se caiga al año siguiente. Aquí culpamos a la “difícil geografía” cuando se derrumban las carreteras o un túnel demora décadas. Para ti, eso sería un cuento chino.
Podríamos aprovechar la excusa ecológica para traer a BYD, fabricar “el carro eléctrico colombiano”, barato, pequeño, copiable. Tal vez así podríamos parar el genocidio motociclista y aprender lo que significa autoridad y orden en el tránsito.

Pero duibuqi, China. Discúlpanos. Ni este ni ningún plan concreto llevaba el Gran Líder Galáctico. Estaba convencido de que bastaba con darle un gran abrazo comunista y revolucionario a Xi, quien ignora el concepto. No sabía —como tampoco lo sabe la izquierda latinoamericana— que allá lo único que queda de comunista es el nombre y que operas el más salvaje de los capitalismos , lleno de billonarios que ya alcanzan a los gringos.
Lo devolviste con el rabo entre las piernas, sin tren transoceánico, con el cerebro hinchado por una ideología caduca y el pecho inflado en su convicción de haber asombrado al mundo. Y en efecto fueron muchos los noticieros de este verde planeta donde se burlaron de las burradas que fué a soltar allá.

sábado, 17 de mayo de 2025

La farsa ambiental

Visitar el Parque Nacional de las Smoky Mountains es una lección viva sobre cómo proteger el medio ambiente sin aislarlo del ser humano– lección que se repite en los 59 que tiene el país. Allí, la conservación no se logra con exclusión, sino con orden, respeto y educación. Las carreteras que lo cruzan son de una calidad envidiable, diseñadas para integrarse al paisaje. El acceso es libre, pero regulado por la disponibilidad de parqueo. No hay vehículos fuera de lugar, ni basura, ni negocios invadiendo el entorno.
El turismo es masivo, pero silencioso. Los visitantes —de todas las edades y razas— caminan entre bosques frondosos, ríos cristalinos y cascadas poderosas por senderos impecables y señalizados. Los hay para todos los niveles: desde accesibles para sillas de ruedas y coches de bebé hasta desafiantes para los más aventureros. Múltiples centros de información, integrados con sobriedad al paisaje, orientan al visitante, educan, y ofrecen materiales de lectura y actividades formativas.
Los encuentros con animales salvajes son frecuentes, pero casi nunca terminan en incidentes. Nadie se acerca, ni los molesta. La fauna convive con el visitante como si supiera que ese espacio les pertenece a ambos. La limpieza es absoluta; el respeto, palpable. La financiación proviene de donaciones, ventas de artesanías locales y material educativo, y del boyante turismo que se desarrolla alrededor del parque. La comunidad cuida el parque porque lo disfruta y le genera el sustento.

Qué contraste con nuestra realidad. Aquí, proteger significa prohibir. Se cierra el acceso a la naturaleza o se reduce a números ridículos y requisitos fastidiosos. Y lo que no se conoce ni se ama, se abandona. Así, sin recursos para cuidarlos, nuestros parques terminan ocupados por mineros ilegales contaminando ríos, taladores que deforestan sin piedad y grupos de criminales y secuestradores que encuentran refugio. Lo que se había logrado en la primera década de este siglo se está acabando por desatención y descuido. Se pierde la educación ambiental que significa admirar y ver la naturaleza. Si en vez de ilusos discursos que imaginan a América Latina convertida en Amazonía, aplicáramos un modelo real de conservación con acceso abierto y regulado, podríamos convertir nuestra biodiversidad en motor de educación, turismo y orgullo.
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jueves, 8 de mayo de 2025

El Sistema

Siempre que alguien se lamenta de la inequidad, concluye que hay que cambiar el sistema. Una palabra poderosa, usada con una ligereza desconcertante. Tras años de ensayo y error, de confrontación de ideas y sacrificios, vivimos bajo un sistema que, aunque imperfecto, hemos construido colectivamente: democracia liberal y economía de mercado. El mismo modelo hacia el cual ha evolucionado buena parte del mundo civilizado, alcanzando niveles inéditos de prosperidad y libertad.
Claro que existen defectos: inequidad, pobreza extrema, corrupción, violencia. Pero estas no son consecuencia del sistema en sí, sino del mal uso de la libertad que este ofrece y de la incomprensión de sus principios. Confundir fallas de funcionamiento con defectos estructurales ha llevado a muchos a abrazar la verborrea revolucionaria, esa que insiste en revolcarlo todo, arrasar con las instituciones imperfectas, destruir el aparato productivo y estatizar los servicios. El Estado —ese ente mágico que, por arte de burocracia, nos dará salud, educación, comida, vivienda y felicidad.

Y cuando el “iluminado” de turno promete la utopía, entonces sí nos asustamos. Ahí es cuando recordamos que la democracia, con todo y sus defectos, vale oro. Y que la economía de mercado, con todas sus inequidades, sigue siendo el mejor generador de riqueza que ha conocido la humanidad. Porque cambiar el sistema no es limpiar la casa: es incendiarla.
Cambiar el sistema implica recorrer un camino ya muy transitado, uno que ha demostrado no llevar a la ansiada equidad, sino a la miseria repartida y a la concentración de poder y privilegios en unos pocos. Un camino que pocos desean recorrer, salvo quienes sueñan con instalarse en la cúpula y vivir del esfuerzo ajeno, recurriendo a la represión disfrazada de justicia social.
Si de verdad queremos reducir la pobreza y la desigualdad, dejemos de pedir sandeces. No hay que cambiar el sistema. Hay que cambiar la ignorancia, la pereza mental, el desprecio por el mérito. Con educación en ética y controles reales se reduce la corrupción. Con educación en no-violencia se invalidan discursos armados. Con educación en Ciencia, se reducen las fantasías y los mitos que nos llevan a creer en las soluciones milagrosas. Y todo se puede hacer con el sistema de libertad económica, diversidad de opiniones e instituciones que nos rige.
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