Que la historia la escriben quienes ganan las guerras es algo conocido. Pero podría agregarse que predomina la de quienes escriben mucho.
La intelectualidad política mundial, promueve las ideas socialistas, mientras disfruta de las ventajas del capitalismo. Sus exponentes reciben sin reparos los corrosivos billetes cuando sus libros, obras y películas se venden. Viven sabroso gracias a los sueldos de universidades y fundaciones que han prosperado en el inmundo capitalismo. Son teóricos de las ciencias sociales y les fascina elucubrar sobre modelos organizativos imaginados por grandes pensadores como ellos. Se molestan y ofenden cuando, con cifras y datos, se les demuestra que es la libertad, y no la planeación, la que más contribuye a la generación y mejor distribución de la riqueza. Desprecian e ignoran toda evidencia que haga tambalear los cimientos de su dogmático edificio ideológico.
Para seguir disfrutando de sus cómodas e intelectuales vidas, recurren al doble artificio de la transfiguración del presente y el pasado.
El relato de la actualidad se distorsiona atribuyéndole al mercado fallas que son producto del crimen, la corrupción o el intervencionismo estatal que interfiere con la libertad, limitando las leyes de oferta y demanda. Al capital se lo culpa de todos los dramas de la pobreza y la libertad económica se vuelve sinónimo de egoísmo. Cuando el bien común que promueven termina en farsa, logran corroer la solidaridad.
El segundo recurso, con el que son particularmente virtuosos, consiste en contar la historia de manera que valide su ideología. No se los ve dictando conferencias ni escribiendo libros sobre las horrendas dictaduras de Stalin, Mao, Kim, Pol Pot, Castro, Ceausescu, Hoxha, Zhivkov, Kádár o Honecker. En cambio, son prolijos en los recuentos de los horrores y atropellos de Franco y Pinochet, lo que sin duda afecta su objetividad y credibilidad, especialmente cuando evitan mencionar la transición pacífica del poder que sentó las bases de la prosperidad.
Ante las fallas de la democracia, los críticos piden un cambio de sistema. Pero cuando el cambio comienza a materializarse en forma de dictadura socialista, son los primeros en huir despavoridos.
Hay que persistir en el esfuerzo para lograr que muchos vean su entorno con objetividad y lean la historia con imparcialidad.
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