viernes, 30 de agosto de 2024

El valor de la mentira

Todos tendemos a creer que las mentiras buscan engañar y hacer creer lo que no es verdad. Pero cuando las mentiras tienen la marca presidencial, y son tan repetidas que se vuelven costumbre, tienen un provechoso efecto que sus productores valoran y utilizan con inigualable cinismo.

Cuando Trump dice que por la frontera sur han entrado 20 millones de delincuentes y locos, cuando Maduro dice que Maria Corina tiene un plan para matarlo (“magnicidio” dice y entendemos que se refiere a su voluminosa anatomía), cuando Petro dice que quienes lo critican, son asesinos de niños, hay que saber que, con la excepción de los lisonjeros zombies que los rodean, no pretenden que les crean.
Lo que buscan es implantar una cultura en la que ya nadie sabe que es verdad y que es mentira. Qué está bien o qué está mal. Si la figura máxima de un país, que muchos han respetado precisamente por ser modelo de moderación y prudencia, suelta toda clase de barbaridades en forma consuetudinaria, sin ningún esfuerzo por aportar pruebas, atenerse a datos o al obvio registro de la realidad, se logra un estado de desconcierto generalizado.

Ya la socióloga Hannah Arendt describió con claridad el fenómeno que permitió que una gran masa de la población alemana acogiese el nazismo con regocijo y emoción.
“Cuando al pueblo se le priva del poder de pensar y juzgar, queda, sin saberlo ni quererlo, sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”.
La mentira repetida, con la plena conciencia de estar mintiendo, apoyado en el peso de la autoridad, lleva al colapso de la “sociedad honorable”.

Cuando se combina con la habilidosa relatividad moral que tanto eco recibe, se logra la perfecta sumisión al poder. “Todos somos culpables, por acción u omisión del narcotráfico, los asesinatos, la corrupción, la miseria” es una pieza que vemos incrustada en gran cantidad de discursos políticos, cuando pretenden ser filosóficos, espirituales o ponderados..
Donde todos son culpables, no lo es nadie. Se logra acabar con principios y valores que permiten detectar la maldad. En aras de la tolerancia se promueve la adaptación a la mentira que en realidad termina destruyendo los fundamentos de la convivencia pacífica y el progreso.

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domingo, 25 de agosto de 2024

Pobres Ricos

Antes de leer, hágase la pregunta: ¿soy rico? o pobre. Seguramente su respuesta será: “depende”. Porque la riqueza es relativa. Depende con quien me compare. Si miro a todos los que están por debajo de mi, soy muy rico, pero si miro a todos los que están por encima, resulto miserablemente pobre.

Se plantean sesudas deliberaciones de cómo acabar con la pobreza. Cuando se aplican las fórmulas, resultan invariablemente equivocadas, porque ese es el estado natural del hombre cuando llega a este mundo sin padrinos, educación o trabajo. Nadie tiene la capacidad, y menos el interés, de crear pobreza.
Lo que sí se puede, es crear riqueza. Todo grupo que coopere disciplinadamente en cualquier actividad, genera riqueza. Ese ha sido el secreto repetido de las comunidades judías en todo el mundo en su larga historia. Y es el secreto de la prosperidad de los 30 países más ricos. Sea produciendo alimentos, fabricando cosas o prestando servicios, todos tienen en común que han podido cooperar, bajo un estado que da seguridad, libertad y garantiza igualdad de condiciones para competir. Sin embargo, por este trópico se sigue repitiendo la falacia que explica la pobreza como consecuencia de la riqueza.

Y claro que nos tiene que molestar la convivencia de inmensamente ricos con los solemnemente pobres. Cuesta mucho digerir que en el juego libre de la economía se generen diferencias tan abrumadoras. El problema es que cada vez que el estado ha asumido el papel de justiciero social absoluto, ha terminado empeorando la pobreza, concentrando la riqueza en un círculo todavía más pequeño que lo controla todo, y que ya no se llaman ricos, sino camaradas. Eso ha llevado a los pragmáticos, a los que prefieren actuar con la realidad, a tratar de definir qué constituye una “justa” intervención del estado para generar el equilibrio. Si se le va la mano en restricciones, normas, impuestos, aranceles y controles, se frena la economía y la poca riqueza que se genera es acaparada por los funcionarios del estado. Si se llega al libertinaje, aparecen los monopolios, los abusos, las ambiciones desmedidas En ambos casos se dan aberrantes carencias para los que quedan por fuera.

Como su medición está tan influida por la ideología, no siempre es fácil saber la verdad de la miseria. Se arman grandes engaños y se crean mitos cuidadosamente publicitados como el de Cuba, donde logran envolver la miseria masiva en un hipócrita ropaje de dignidad. O se desconoce la labor de fundaciones, empresas solidarias y cooperativas con el bálsamo social que logran.
Entonces, ¿qué es riqueza exagerada? Segunda pregunta: conoce a alguien con menos riqueza que la suya, que Ud haya evaluado como poseedor de una riqueza exagerada? ¿Acaso la suya no es exagerada?. Decidir dónde está el límite resulta fútil y quienes se empeñan en límites arbitrarios, terminan también golpeando la generación de riqueza. Con candor se denuncia al “neoliberalismo” como causante de las asimetrías, y se oculta que toda concentración de poder en manos del estado termina generando unos personajes que superan en lujos y privilegios a los vilipendiados “ricos”.