jueves, 17 de julio de 2025

Y de que lado estas?

Como todo lo susceptible de ser afectado por el mundo digital, el conflicto se reduce a dos bandos.Si tiene familiares o amigos palestinos, seguro recibe información constante sobre los atropellos sufridos por su pueblo durante los últimos 50 años, después de ser despojados de sus tierras. Una mayoría buena, trabajadora y pacífica termina bajo el liderazgo de una minoría fanática que decide que la única respuesta a la humillación es la violencia. Todo intento de entendimiento pacífico es saboteado por quienes sólo conciben las soluciones al ritmo de explosivos. La moderación de la OLP y los avances en Cisjordania parecían dar frutos. Pero en Gaza, la agresividad de Hamás solo endureció las condiciones de vida, atrapando a su propia población entre el yugo y el cañón. En ese contexto de desesperanza, muchos justifican la rebelión violenta contra un sistema que sienten injusto. Pero al hacerlo, tienden a cerrar los ojos ante atrocidades innegables. Prefieren pensar que las decapitaciones, los secuestros de mujeres y ancianos, son invenciones del enemigo. Así funciona el sesgo tribal: creemos solo lo que nuestra tribu valida.

Del otro lado, quienes conocen judíos y admiran su disciplina y talento, reconocen una nación que se construyó despues de un enorme sufrimiento. Con esfuerzo y apoyo internacional, lograron una sociedad vibrante y tecnológicamente avanzada. ¿Podrían los palestinos haber hecho algo similar con el territorio asignado en 1947 y el respaldo del poderoso mundo árabe?

Esa nación admirable ha sido atacada sin piedad por grupos que promueven el odio como ideología, y consideran que la única solución consiste en su desaparición, lo que la ha inducido a ser potencia militar. Su supervivencia, depende de su fuerza y con el liderazgo equivocado, la ha usado para perpetrar horrendas matanzas.

Al final, uno escoge bando según a quién escucha más. Y lo hace creyendo que está bien informado, cuando en realidad está bien sesgado. Porque si algo es cierto en toda guerra, es que ninguna es justa, ni equilibrada, ni limpia, y quienes más sufren no son los responsables de la barbarie. Por eso, cuando un jefe de Estado toma partido con fervor —sin matices, sin dudas—, no se alinea con la justicia: se compromete con el oprobio. Un escenario más del galimatías moral que justifica la violencia.