domingo, 9 de noviembre de 2025

Los salvajes

El primer gran avance de la humanidad se dió por la capacidad para inventar historias, que permitieron la cooperación de muchos individuos. El segundo, dejar de creerlas. Así nació el método científico: observar y comprobar. Lo que se puede reproducir, es real y existe independiente de cuantos se lo crean. La Ciencia superó las explicaciones fantasiosas, y el razonamiento mágico. Gracias a sus avances, los billones que están vivos y llevan vidas cómodas, se permiten seguir creyendo en pseudociencias sustentadas en la pereza mental.
Uno de los campos donde más se nota esta contradicción es la economía. Muchos críticos acérrimos del “odioso mercado” viven felices con sus beneficios. Para justificar esa cómoda esquizofrenia, inventaron un término: “capitalismo salvaje”. Según ellos, los empresarios son bestias sin alma que explotan niños inmigrantes en minas o inmundas fábricas nocturnas. Ejemplos reales, pero marginales, que presentan como prueba de que toda libertad económica deriva en esclavitud.
No importa que esos abusos sean delitos en la mayoría de países. No importa que existan regulaciones, sindicatos, controles. Lo que importa es sostener una moral torcida donde toda empresa privada es sospechosa, y el único comercio puro es el que maneja el Estado. Aquí, el método científico desaparece. No sirve la evidencia de los 30 países más prósperos —todos con economías abiertas y políticas liberales— ni la comparación entre las dos Coreas o las dos Alemanias. Prefieren los mitos.
Cuando una actividad ilegal ocurre en una economía liberal, celebran con morbo: “¡lo sabíamos!”. Pero no alcanzan a ver que esos crímenes ocurren precisamente porque el Estado no cumple su verdadero papel de control del delito y no castiga los abusos porque anda persiguiendo la libre competencia.
El problema no es el mercado, sino los gobiernos corruptos que no cumplen su rol. Son precisamente los países gobernados por socialistas salvajes los que suelen tener Estados colapsados, cooptados por roscas de funcionarios y empresarios amigos, sin reglas claras ni garantías para nadie.
Quienes denuncian al “capitalismo salvaje” como la raíz del mal, lo que en realidad hacen es defender un modelo donde no hay libertad económica, ni innovación, ni incentivos, ni progreso. El salvaje privilegio político… y la pobreza bien repartida.

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