martes, 12 de agosto de 2025

Revolución profunda

Que los muchachos crean que Colombia necesita una revolución profunda, vale. Es natural. En la juventud muchos pensamos que todo estaba mal hecho, nos indignamos con la pobreza y quisimos revolcar el sistema para acabar con los privilegios y la injusticia. Pero algunos tuvimos la oportunidad de conocer la Unión Soviética, la Europa del Este, Cuba, China… y el desconcierto fue brutal. Las injusticias eran peores, la miseria seguía, y los privilegios eran más obscenos. Comprendimos que el problema no era solo el modelo, sino la concentración del poder.

Sí, también en las democracias liberales existe una concentración de poder económico repulsiva. Pero el mercado, cuando es realmente libre, tiende a generar equilibrio. No se trata de idealizarlo ni de renunciar al anhelo de una sociedad más equilibrada (justa, no, porque esa palabra ya se prostituyó), sino de aceptar una conclusión que salta a la vista para quien quiera observar el mundo: las sociedades donde opera la libertad económica tienen más posibilidades de progreso social.
No llegamos a esa idea por leer grandes tratados, —ni “El Capital” ni “La Riqueza de las Naciones”—, sino por observar la realidad: la humanidad progresa cuando es capaz de medir, comparar, repetir lo que funciona y desechar lo que no.

Por eso es desconcertante que pensadores ya maduros —que han construido, creado, trabajado— se entusiasmen con la “revolución profunda”. ¿Olvidaron toda su experiencia? ¿O sufren una regresión neuronal?
Quien ha intentado construir algo en serio sabe lo difícil que es: requiere conocimiento, esfuerzo, tiempo, y aun así el riesgo de fracasar es alto. Los proyectos fallan, las personas decepcionan, las circunstancias cambian. Y quien sabe construir, también sabe que levantar sobre lo ya construido es siempre más sensato que arrasar con todo para empezar de cero.

La historia ha mostrado que las revoluciones terminan invariablemente en ruinas o cementerios.

Lo que funciona —aunque imperfecto— es la libertad para el intercambio libre de bienes e ideas en un entorno sin violencia. Perfeccionar esas herramientas debería ser la meta de toda sociedad racional. No se debe perder la ilusión de mejorar la sociedad, pero reciclar utopías no es el camino. “En tiempos de engaño universal, lo revolucionario es decir la verdad” dijo George Orwell.

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