Con una estrategia muy bien diseñada y seguida al pie de la letra consistente en diseminar el relato de “país siniestro, injusto y corrupto” combinada disrupción violenta de las ciudades, se logró generar la necesidad de un “cambio radical del sistema” liderado por un salvador. Prescindiendo de los medios tradicionales y usando un ejército de influencers, se logró colonizar las mentes de la juventud, fácil de ensoñar con la paz y prosperidad garantizada por el Estado. Pero una cosa es agitar y criticar y otra es gobernar con el recurso de la ineptitud, siguiendo fórmulas desuetas y probadamente equivocadas, el régimen se desgasta, el engaño se devela y la popularidad cae. Como son dueños de la moral revelada, encuentran justificación para mantenerse en el poder. Las elecciones se convierten en un estorbo burgués que hay que acomodar con impudicia.
Ya los camaradas, claman por importar el software electoral venezolano, “el mejor del mundo”. Si se tienen suficientes cuadros en la registraduría, no importa qué reporten las mesas, pues es el iluminado quien decide por cuánto gana y de allí se reconstruyen los resultados hacia atrás. Solo que si es bien bruto, publica porcentajes con 3 decimales exactos (un imposible matemático) y pide “un tiempito” para rearmar las actas. La lección es que la vigilancia implica fotografiar cada una de las actas y establecer un sistema de recuento independiente. Bendita sea la tecnología que permite pisarle la cola a los tramposos. Es indispensable organizarse para usarla.
Se dispone además de trampas tradicionales, que definen una elección reñida. El clientelismo asegura inscritos en una determinada mesa que luego debe producir unos resultados. Aporta unos 5 millones. Quien no cumple su cuota pierde el puesto que le dio su cacique o la vida en los 300 municipios controlados por la guerrilla, donde la orden de votar por el “compañero negociador” es perentoria.
Y están las cajas que llegan de lugares remotos, donde no hay vigilancia. La “participación total y unánime” puede aportar otro millón.
Si no se aprende la lección, padeceremos elección.
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