..Jamás será vencido!” gritaban, con emoción ruinosa y cadencia desgastada, los miles de manifestantes que el gobierno logró reunir en la Plaza de Bolívar a punta de mucho esfuerzo… y más dinero.
El gran líder ya aprendió —a la mala— que sus convocatorias a “tomar las calles” no llenaban más de un par de cuadras. Haber llegado al poder, así fuese con fraude o con alquimia electoral, le distorsionó la percepción de la realidad: llegó a creerse el Mesías de una multitud fervorosa lista para marchar apenas levantara la ceja. Tuvieron que recordarle sus asesores, con la suavidad que se usa ante un paciente irritable, que las plazas no las llenan con poesía sino con presupuesto. Las marchas, le recordaron, se hacen con planeación… y con plata. Así que desempolvaron la vieja receta de siempre, la que tan buenos dividendos les dio en los gloriosos tiempos del caos callejero: unos pocos energúmenos para bloquear avenidas “pacíficamente”, golpeando y bombardeando a cualquiera que ose pasar; y unos cuantos buses traídos de las zonas más deprimidas, con promesas de paseo, refrigerio y sancocho. El resto es coreografía: un puñado de muchachos estratégicamente ubicados inicia el cántico milenario y el coro obedece, repitiendo una consigna que suena a eco de museo.
Desde la juventud la vengo oyendo en los más diversos escenarios. Siempre me pareció una pieza de la arqueología política, una reliquia que sobrevivió a la extinción de las ideas. Casi nunca la entonan los que realmente son “del pueblo”, ni quienes están unidos por algo más que el rencor: la cantan grupos vencidos por su propia incapacidad de innovar, por su parálisis productiva, por la comodidad de culpar al sistema mientras el sistema les paga el almuerzo. El pueblo? Está trabajando y no tiene tiempo para cánticos insulsos. Unido? No logran apoyo sino es con chantaje a empleados oficiales? Vencido? Las guerras de veras se acabaron hace mucho con las sociedades reguladas por instituciones democráticas. Ya no se trata de vencer sino de cooperar, ver el bien común y progresar. Trabajando duro. Es en eso que está el pueblo.
Lo que sí se logró fué que se contaran. Dos y medio millones. Traducido: un seis por ciento de la masa votante. Esa es, con generosidad estadística, la realidad de la izquierda en Colombia. Con una estrategia de trampas, alianzas non sanctas y un 50% de apáticos, logran ganar elecciones.Tanta gente aún se pregunta cómo llegamos a tener un presidente que parece escapado de un hospital psiquiátrico con megáfono prestado. La respuesta es sencilla: los locos gritan más fuerte, y los cuerdos, a veces, se cansan de discutir. Pero confío en que aún quede lucidez suficiente para despertar y reaccionar antes de que el daño sea irreversible.
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