Hasta los más fervorosos sacerdotes del autodenominado “progresismo” —que de progreso tiene lo que un burro de ingeniería espacial— se lamentan del fracaso de la célebre “paz total”. La receta ha sido simple: invente un término pegajoso, repítalo mil veces, póngalo en boca a periodistas, académicos y opinadores de oficio, y ¡listo! La mentira se viste de gala y todos aplauden. Así hemos engordado el diccionariol de barbarismos: “estallido social” (tradúzcase: vandalismo subsidiado), “cese bilateral del fuego” (o sea, “usted dispare menos mientras yo miro al techo”), “corredor humanitario” (“delincan a su antojo y sabremos protegerlos”), “polarizacion” (criticar a los violentos es violencia”) Y la joya de la corona: “paz total”. La promoción de la violencia con un barniz ético.
Basta con examinar cómo se viene aplicando la fórmula: debilitar al Ejército (¿quién necesita Fuerzas Armadas cuando tenemos hashtags?), decapitar su liderazgo, desarmar su inteligencia y rellenar los cargos con cuadros partidistas recién graduados en activismo de X. Luego, bautizar a los carteles como “campesinos que buscan sustento”, reconocer a criminales con brazalete como “actores políticos”, y regalarles territorios “libres de Fuerza Pública” para negociar tranquilos…”en paz”. Y para darle el toque internacional, nada mejor que apoyar a Maduro y el cartel de los soles para facilitar la exportación de la coca cuya producción hemos incrementado con tanto orgullo. “No nos metamos con ese berenjenal que no es nuestro”, dicen los incautos. Y de donde sale la coca que les permite nadar en dólares y mantiene el valor de nuestro pesito?
Tantos intelectuales se tragan el anzuelo y se quedan con el truco infalible de los politicos: hablar del qué sin mencionar jamás el cómo. “Daremos millones de empleos, millones de viviendas”, “potencia de vida”… y en el camino, fabricamos millones de ilusos.Así que no nos confundamos: la “paz total” no fracasó. Todo lo contrario. Funcionó como se planeó: debilitar al Estado, fortalecer al crimen y distraer a la opinión con un eslogan de tarima. ¿Fracaso? No: un éxito colosal en el arte de la farsa. El crimen de Miguel Uribe, las bombas de Cali y los jovenes militares asesinados demuestran que el país está regresando a una época en la que un conocido personaje bailaba en su revolucionaria salsa.
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sábado, 30 de agosto de 2025
viernes, 29 de agosto de 2025
Del excell al exilio
Es bien sabido que una de las premisas centrales de los gobiernos socialistas es la manipulación de la información. Como se consideran depositarios de la moral revelada, creen tener derecho a retorcer las cifras para sustentar sus “logros”. Cualquiera entiende que basta con cambiar los criterios de medición para obtener un resultado distinto, sin olvidar que quienes recolectan datos son humanos que reciben órdenes. Por eso es legítimo dudar de las estadísticas de desempleo que hoy difunde el gobierno. La credibilidad de las cifras siempre dependerá de quién esté al mando. La brecha creciente entre la verdad oficial y la realidad palpable alimenta la desesperanza, la rabia y, finalmente, la emigración masiva. Podría hacerse una correlación matemática: a mayor capacidad de mentir de las autoridades, mayor es la cantidad de ciudadanos que huyen del paraíso estadístico.
Ahora bien, incluso si la reducción del desempleo fuese cierta —bandera favorita del continuismo socialista—, cuando se logra a costa de engordar la burocracia estatal es apenas una ilusión pasajera. No surge de la generación de riqueza, sino del estímulo a la pobreza que provoca el ahogo tributario. Los primeros años de aparente bonanza se transforman, invariablemente, en miseria generalizada. Y ese deterioro no pasa inadvertido para los jerarcas del sistema, que mientras tanto acumulan más poder y privilegios, “para proteger la revolución”.
Las regulaciones excesivas y leyes laborales rígidas sofocan la creación de empresas, desincentivan la inversión y fomentan la informalidad que no paga impuestos. Este ciclo se ha repetido una y otra vez: Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia… La historia latinoamericana es un museo de ilusiones rotas. Cuando la realidad azota al pueblo, se sacude la mentira siempre y cuando no hayan capturado el sistema electoral.
El verdadero progreso social ocurre cuando las personas buscan libremente la solución a su vida económica en paz. Las oportunidades y la educación —aliadas al talento— marcan la diferencia. Cuando una cultura transmite ese valor, florece la prosperidad. Por eso los colombianos que huyeron de la violencia, son apreciados en todo el mundo: recursivos, trabajadores, diligentes. Al irse, reducen el desempleo y aumentan las remesas lo que termina, en cruel paradoja sustentando el parasitismo.
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Ahora bien, incluso si la reducción del desempleo fuese cierta —bandera favorita del continuismo socialista—, cuando se logra a costa de engordar la burocracia estatal es apenas una ilusión pasajera. No surge de la generación de riqueza, sino del estímulo a la pobreza que provoca el ahogo tributario. Los primeros años de aparente bonanza se transforman, invariablemente, en miseria generalizada. Y ese deterioro no pasa inadvertido para los jerarcas del sistema, que mientras tanto acumulan más poder y privilegios, “para proteger la revolución”.
Las regulaciones excesivas y leyes laborales rígidas sofocan la creación de empresas, desincentivan la inversión y fomentan la informalidad que no paga impuestos. Este ciclo se ha repetido una y otra vez: Argentina, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia… La historia latinoamericana es un museo de ilusiones rotas. Cuando la realidad azota al pueblo, se sacude la mentira siempre y cuando no hayan capturado el sistema electoral.
El verdadero progreso social ocurre cuando las personas buscan libremente la solución a su vida económica en paz. Las oportunidades y la educación —aliadas al talento— marcan la diferencia. Cuando una cultura transmite ese valor, florece la prosperidad. Por eso los colombianos que huyeron de la violencia, son apreciados en todo el mundo: recursivos, trabajadores, diligentes. Al irse, reducen el desempleo y aumentan las remesas lo que termina, en cruel paradoja sustentando el parasitismo.
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