No cesan los llamados de las almas bondadosas y llenas de buenas intenciones. “Seamos capaces de ver al prójimo como un ser humano, aunque piense distinto”, repiten con devoción. Hermoso. Sublime. Pero también profundamente ingenuo. Tal vez sea la ilusión de vivir en un mundo de arcoíris o la ansiedad que provoca el conflicto. No es difícil ver que, si la “ideología” de un grupo parte de la eliminación del otro, el diálogo no tiene mucho futuro.
Es lo que pasa con Hamás e Israel: el propósito fundacional del primero es borrar al segundo del mapa. Y es lo que pasa aquí, cuando quienes predican la inclusión justifican la agresión, y quienes gritan “¡paz!” hacen fila para repartir bala. No hay conversación posible cuando una de las partes valida la violencia como método. No aplica la frase de cajón —“la paz se hace con el enemigo”—, porque aquí no se trata de enemigos que piensan distinto, sino de fanáticos que consideran que el otro no debe existir. Sentarse con ellos a dialogar es como invitar a cenar a quien ya decidió comerse al anfitrión.Eso fue exactamente lo que pasó con el bochornoso “proceso de paz” que acabó en Nobel. Un espejismo vendido al mundo como epifanía democrática, mientras los beneficiarios del perdón se rearmaban y los ingenuos aplaudían.
Por supuesto que toda democracia necesita diálogo y tolerancia. Pero implica un acuerdo básico. Lo primero —y más obvio—: respetar la democracia misma, es decir, aceptar la división de poderes, los resultados electorales sin trampas ni intimidaciones, y renunciar a la tentación de manipular jueces o comprar votos. Quien no cumpla con eso, debería ser proscrito de la política de por vida, sin disfraces semánticos. Y, sobre todo, tiene que existir un compromiso inquebrantable con el rechazo a la violencia. No se puede seguir viendo con benevolencia a los grupos armados “por causas sociales”. No puede seguirse tolerando el crimen ni disimulándolo, quitándole “i’s” a lo ilícito. No se puede seguir predicando humanidad mientras se encubren asesinatos, se protegen culpables y se convocan marchas “pacíficas” que terminan a pedradas contra la policía y a fuego contra los bienes públicos.
Bienvenido el diálogo, la discrepancia y todos los puntos de vista. Pero el primer requisito para hablar es no llegar a la mesa con un cóctel molotov en la mano.
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jueves, 13 de noviembre de 2025
domingo, 9 de noviembre de 2025
Los salvajes
El primer gran avance de la humanidad se dió por la capacidad para inventar historias, que permitieron la cooperación de muchos individuos. El segundo, dejar de creerlas. Así nació el método científico: observar y comprobar. Lo que se puede reproducir, es real y existe independiente de cuantos se lo crean. La Ciencia superó las explicaciones fantasiosas, y el razonamiento mágico. Gracias a sus avances, los billones que están vivos y llevan vidas cómodas, se permiten seguir creyendo en pseudociencias sustentadas en la pereza mental.
Uno de los campos donde más se nota esta contradicción es la economía. Muchos críticos acérrimos del “odioso mercado” viven felices con sus beneficios. Para justificar esa cómoda esquizofrenia, inventaron un término: “capitalismo salvaje”. Según ellos, los empresarios son bestias sin alma que explotan niños inmigrantes en minas o inmundas fábricas nocturnas. Ejemplos reales, pero marginales, que presentan como prueba de que toda libertad económica deriva en esclavitud.
No importa que esos abusos sean delitos en la mayoría de países. No importa que existan regulaciones, sindicatos, controles. Lo que importa es sostener una moral torcida donde toda empresa privada es sospechosa, y el único comercio puro es el que maneja el Estado. Aquí, el método científico desaparece. No sirve la evidencia de los 30 países más prósperos —todos con economías abiertas y políticas liberales— ni la comparación entre las dos Coreas o las dos Alemanias. Prefieren los mitos.
Cuando una actividad ilegal ocurre en una economía liberal, celebran con morbo: “¡lo sabíamos!”. Pero no alcanzan a ver que esos crímenes ocurren precisamente porque el Estado no cumple su verdadero papel de control del delito y no castiga los abusos porque anda persiguiendo la libre competencia.
El problema no es el mercado, sino los gobiernos corruptos que no cumplen su rol. Son precisamente los países gobernados por socialistas salvajes los que suelen tener Estados colapsados, cooptados por roscas de funcionarios y empresarios amigos, sin reglas claras ni garantías para nadie.
Quienes denuncian al “capitalismo salvaje” como la raíz del mal, lo que en realidad hacen es defender un modelo donde no hay libertad económica, ni innovación, ni incentivos, ni progreso. El salvaje privilegio político… y la pobreza bien repartida.
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Uno de los campos donde más se nota esta contradicción es la economía. Muchos críticos acérrimos del “odioso mercado” viven felices con sus beneficios. Para justificar esa cómoda esquizofrenia, inventaron un término: “capitalismo salvaje”. Según ellos, los empresarios son bestias sin alma que explotan niños inmigrantes en minas o inmundas fábricas nocturnas. Ejemplos reales, pero marginales, que presentan como prueba de que toda libertad económica deriva en esclavitud.
No importa que esos abusos sean delitos en la mayoría de países. No importa que existan regulaciones, sindicatos, controles. Lo que importa es sostener una moral torcida donde toda empresa privada es sospechosa, y el único comercio puro es el que maneja el Estado. Aquí, el método científico desaparece. No sirve la evidencia de los 30 países más prósperos —todos con economías abiertas y políticas liberales— ni la comparación entre las dos Coreas o las dos Alemanias. Prefieren los mitos.
Cuando una actividad ilegal ocurre en una economía liberal, celebran con morbo: “¡lo sabíamos!”. Pero no alcanzan a ver que esos crímenes ocurren precisamente porque el Estado no cumple su verdadero papel de control del delito y no castiga los abusos porque anda persiguiendo la libre competencia.
El problema no es el mercado, sino los gobiernos corruptos que no cumplen su rol. Son precisamente los países gobernados por socialistas salvajes los que suelen tener Estados colapsados, cooptados por roscas de funcionarios y empresarios amigos, sin reglas claras ni garantías para nadie.
Quienes denuncian al “capitalismo salvaje” como la raíz del mal, lo que en realidad hacen es defender un modelo donde no hay libertad económica, ni innovación, ni incentivos, ni progreso. El salvaje privilegio político… y la pobreza bien repartida.
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