viernes, 28 de noviembre de 2025

Sensibilidad social

Es casi un dogma universal: la derecha es insensible al sufrimiento humano y la izquierda la auténtica salvadora de los pobres. El mito tiene raíces históricas: durante siglos las élites acumularon privilegios a costa del trabajo de los desposeídos. Desde los señores feudales hasta los capitanes de industria hubo infinitas formas de abuso. Y no hay duda de que el socialismo clásico puso a las comunidades a pensar en que la mejor manera de vivir en armonía es cuando una gran mayoría logra resolver sus necesidades básicas y todos tienen la esperanza y posibilidad de mejorar sus condiciones de vida.

La tragedia vino cuando se adoptó la violencia como “partera de la historia”: la idea de que solo refundando de golpe la sociedad –la revolución– se obtienen cambios reales. De allí la obsesión recurrente por resucitar la constituyente y la benevolencia hacia quienes usan las armas “para lograr un cambio”.

En mi oficio médico he tenido el privilegio de tratar con miles de personas de todos los estratos, ideologías y oficios. La relativa intimidad de la relación, me permite afirmar algo obvio pero ignorado: ya no existen los señores feudales, industriales abusivos, como no hay obispos inquisidores. Hoy la gran mayoría de los ciudadanos, con una variada mezcla de ideas de izquierda y de derecha, busca aliviar el sufrimiento y abrir oportunidades.

Los datos son tozudos: los ajustes graduales y progresivos consiguen avances sociales más profundos y duraderos que cualquier revolución violenta. Sin excepción, los países que elevaron el nivel de vida de la mayoría lo lograron con mejoras graduales y diálogo democrático, bajo un Estado fuerte que garantiza orden y respeta la vida y la propiedad. El contraste es evidente: basta comparar las consecuencias de agredir a un policía o matar a un soldado en Colombia con las de hacerlo en Canadá o Singapur.

La preocupación por los desvalidos no es propiedad privada de ninguna ideología. La diferencia la marca la estrategia. O se permanece atado a las fórmulas del siglo XIX —la guerra como vía mágica para refundar la sociedad y acabar con la injusticia— o se entiende que las sociedades actuales son mucho más complejas que esa división simplista de explotadores y explotados. La modernidad exige libertad, instituciones confiables y un Estado que haga cumplir la ley.

25330


domingo, 23 de noviembre de 2025

Estadolatría

Quedan muy pocos que creen en el comunismo tal como lo concibió Marx y lo aplicaron Stalin, Mao y Fidel. La mayoría reconoce que esas propuestas crearon una gran masa empobrecida dominada por una élite violenta. Sin embargo, gran parte de la filosofía política actual sigue influida por el socialismo. “No creo en el Estado pequeño”, puede sentenciar un reconocido capitalista.
El modelo predominante es una democracia liberal con un Estado fuerte que regula todo y se responsabiliza del bienestar general. “A la manera de las socialdemocracias escandinavas”. Pero no se entiende que, aunque los principios generales sean loables, es el detalle cuantitativo lo que lleva al desastre. Tan simple como que no se puede repartir riqueza que no existe.
Un mito recurrente afirma que, si se repartiera la fortuna de los más ricos, se solucionarían los problemas. En Colombia, confiscar la riqueza de los billonarios cubriría solo tres meses del presupuesto nacional. Este mito imagina la riqueza como monedas de oro en baules , cuando en realidad está representada por empresas que generan empleos y prosperidad. Por ejemplo, las 77.000 personas que viven dignamente gracias a las empresas de Luis Carlos Sarmiento.
“El Estado tiene la obligación de garantizar la salud a todos los colombianos”, escribe una campeona de la libre empresa. Pero, ¿y eso tan bonito cuanto cuesta? ¿De dónde salen los recursos? “Del Estado”, responden Petro, gremios médicos, y hasta los más “neoliberales”. Pocos se preguntan quién es realmente el Estado: son personas que administran recursos confiscados a quienes trabajan y producen. Al no ser fruto de su propio esfuerzo, padecen la propensión a que parte de esos recursos tiendan a deslizarse hacia sus bolsillos, lo que los lleva a querer confiscar cada vez más. (léase reformas tributarias)
Las necesidades son infinitas, pero si todos creen que quien debe satisfacerlas es el Estado, la riqueza se reduce gradualmente al pasar de manos productivas a improductivas. Como no se hace el diagnóstico correcto, el remedio es cada vez más Estado, en un ciclo de pobreza comprobado por Cuba, Venezuela y Argentina. En la obsesión por la equidad se escoge ignorar que en las economías liberales, el ingreso de los pobres es diez veces mayor que en las estatizadas. No se logra entender que el exceso de Estado y la falta de libertad son los ingredientes de la pobreza.
25327