domingo, 23 de mayo de 2021

Los Buenos

En opiniones políticas existe un gran espectro de posiciones. En el afán de simplificar, la humanidad las ha venido clasificando entre izquierda y derecha. Recientemente, quienes se consideran bien ubicados en el espectro ideológico ven a todos los demás como extremos. Los de centro y derecha ven a los demás como extrema izquierda y los de centro e izquierda clasifican a los demás como extrema derecha.


Independiente de cuanto crea uno que debe ser la intervención del estado en la economía, si la educación y salud deben ser públicas, o como se enfrenta la inequidad o como se resuelve la pobreza y riqueza extremas. Independiente del nivel de tolerancia que se tenga con la diversidad sexual, de razas, de religiones, de orígenes. Independiente de cual creamos que debe ser el papel de la policía, como se maneja el orden público, que tan críticos puedan ser los medios con el gobierno o hasta donde llega la libertad para opinar.


Independiente de donde nos ubiquemos en estos y muchos otros temas que rigen la vida social,  si hay una sencilla clasificación en la que nos debemos saber ubicar: somos capaces de discutir y resolver nuestras diferencias pacíficamente y respetamos las reglas establecidas para resolver conflictos o creemos que nuestras controversias se resuelven con violencia, destrucción y muerte. Debemos ser capaces de hacer una profunda revisión de nuestra conciencia y encontrar si en realidad creemos que hay justificación para la agresión.


Esa “petit difference” es lo que realmente define nuestro lugar en la sociedad. Colombia ha sido influenciada, a través de toda su historia, por un discurso ideológico, orientado a borrar esa diferencia. Hemos tenido verdaderos maestros, expertos en la confusión moral que han logrado incorporar en nuestra formación cultural, la aceptación de la violencia.


Hemos creído que el país venía saliendo de ese sancocho ético en el que logramos confundir los principios y valores. Pero ha surgido un Gran Maestro, que lidera las preferencias de los Colombianos para regir sus destinos. Así, miles de ciudadanos salen a la calle a expresar su inconformidad, con las mejores y más pacíficas intenciones, y no logran darse cuenta que están siendo usados, por un muy bien organizado plan de destrucción. Se sorprenden y quieren diferenciarse de los vándalos y ladrones y se resisten a entender que han sido usados.

Que las marchas de “buenitos” son infiltradas por los malos?. ¿Que no tiene nada que ver la protesta social con la violencia?  Las marchas anti FARC del 2008, las más masivas que ha conocido Colombia, no generaron un solo policía agredido ni un vidrio roto. Ha sido evidente que quien convoca y organiza una marcha, es responsable de lo que allí ocurre. Todos los que participan, comparten esa responsabilidad. La pregunta que tienen que hacerse en adelante, todos los que atienden las convocatorias de protesta, es : quiero convertirme en instrumento y cómplice de un plan de violencia? 



No hay comentarios.:

Publicar un comentario