viernes, 19 de diciembre de 2025
La leccion de un Nobel
Hay quienes exhiben su ignorancia con desparpajo… y además lo celebran. Pocos episodios recientes han sido tan trágicos y tan documentados como la debacle venezolana. Ser vecinos y hermanos nos obliga a algo más que a la lástima superficial: nos exige informarnos. Verlos emigrar por millones —siete millones, para ser exactos— debería bastar para despertar interés, pero aún así abundan los que opinan sin saber y pontifican sin haber hecho el mínimo esfuerzo por entender la tragedia que allí se vive día tras día. Tenemos la obligación moral de conocer cómo un país próspero terminó sometido por un régimen ilegítimo, represivo y corrupto. No se trata solo de la diáspora, sino del infierno cotidiano de quienes aún permanecen allí, atrapados entre la miseria y la violencia estatal.
Opinar sin entender el calvario de María Corina Machado resulta grotesco. Ella y sus colaboradores han sufrido persecución, cárcel, desapariciones, torturas y asesinatos, y aun así han persistido en una lucha pacífica, rigurosa y valiente para denunciar un sistema criminal. El contraste con Colombia es doloroso: aquí se tolera con benevolencia, una oposición armada destructora y asesina, mientras en Venezuela se reprime ferozmente incluso al disidente más pacífico.
Quien quiera sacudirse la cómoda ignorancia debería escuchar el discurso de Jørgen Watne Frydnes, Presidente del Comité Noruego del Nobel. No solo describió con precisión quirúrgica el horror venezolano y la resistencia de María Corina; ofreció una de las mejores lecciones modernas sobre democracia. Explicó que la democracia no elimina la confrontación, sino que la canaliza: permite que todas las ideas —desde las más extremas hasta las más moderadas— se expresen sin miedo, sin censura y sin recurrir jamás a la violencia.
Recordó algo elemental que aquí tanto se confunde: los debates vehementes no son “formas de violencia”; son el funcionamiento natural de una sociedad libre. La polarización no es una falla del sistema, sino su esencia: es el espacio donde se enfrentan visiones distintas sin que nadie tenga derecho a silenciar al otro.
El discurso debería ser lectura obligatoria para todo aquel que confunde discrepancia con odio, crítica con agresión o debate con amenaza. La democracia existe precisamente para que la diferencia pueda hablar en voz alta sin que aparezcan verdugos. 25353
viernes, 12 de diciembre de 2025
Los valores de la bolsa
Los admiradores de Trump hablan de “un hombre de resultados”. Para muchos, si la economía se movió, lo demás son minucias. En el análisis económico siempre se pueden “escoger cerezas”: se muestran solo cifras en el período y contexto que convienen y los fanáticos aplauden sin auditar.
Como lo demuestra constantemente nuestro narciso tropical, el análisis objetivo de indicadores económicos está muy afectado por ideologia y factores externos, que suelen interpretarse a conveniencia. Si se habla del PIB, todos los presidentes recientes han surfeado el mismo rango del 2–3%. Si se mira la Bolsa (el dato que a Trump le infla el ego y la chequera), Clinton y Obama le ganaron. Y si hablamos de déficit fiscal, Trump dejó uno de los más altos de la historia… y ahora con su “bella ley”, le agrega unos cuantos trillones más la deuda sin el menor sonrojo. Pero incluso si concediéramos que sus números deslumbran, la historia muestra que los liderazgos que de verdad han mejorado a la humanidad no se miden en dólares sino en valores. Y ahí es donde Mr. Orange no clasifica.
Para Trump, el único “valor” es el que se embolsilla él y su clan. Ha demostrado una y otra vez que la ética empresarial es un artilugio estorboso. Que la honestidad es asunto de tontos e inocentes condenados a la pobreza. Que la mentira, el engaño y la manipulación no sólo son válidos: son su “ciencia política”. Que el respeto a las reglas de vida en comunidad solo aplica para los seres inferiores. El flota por encima de cualquier ley, moral o Constitución. Su cosmovisión es simple: triunfar es su derecho natural; quien se interponga merece ser humillado, procesado, encarcelado. La democracia existe para coronarlo. Si gana, es prueba de su genialidad; si pierde, es fraude. Estados Unidos es un templo erigido para él, y el mundo un tablero donde solo se juega a “America First”… entendida como “Trump First”. La historia, con escalofriante consistencia, ha demostrado que líderes muy eficaces pero carentes de valores, han resultado trágicos para la humanidad Es difícil creer que en la democracia americana se logre la excepción.
La confrontación con los dos payasos airados al otro lado del caribe, afectados ambos por la misma enfermedad mental será material de futuros textos de psiquiatría. Solo hay que aspirar a que no generen mucho sufrimiento.
Como lo demuestra constantemente nuestro narciso tropical, el análisis objetivo de indicadores económicos está muy afectado por ideologia y factores externos, que suelen interpretarse a conveniencia. Si se habla del PIB, todos los presidentes recientes han surfeado el mismo rango del 2–3%. Si se mira la Bolsa (el dato que a Trump le infla el ego y la chequera), Clinton y Obama le ganaron. Y si hablamos de déficit fiscal, Trump dejó uno de los más altos de la historia… y ahora con su “bella ley”, le agrega unos cuantos trillones más la deuda sin el menor sonrojo. Pero incluso si concediéramos que sus números deslumbran, la historia muestra que los liderazgos que de verdad han mejorado a la humanidad no se miden en dólares sino en valores. Y ahí es donde Mr. Orange no clasifica.
Para Trump, el único “valor” es el que se embolsilla él y su clan. Ha demostrado una y otra vez que la ética empresarial es un artilugio estorboso. Que la honestidad es asunto de tontos e inocentes condenados a la pobreza. Que la mentira, el engaño y la manipulación no sólo son válidos: son su “ciencia política”. Que el respeto a las reglas de vida en comunidad solo aplica para los seres inferiores. El flota por encima de cualquier ley, moral o Constitución. Su cosmovisión es simple: triunfar es su derecho natural; quien se interponga merece ser humillado, procesado, encarcelado. La democracia existe para coronarlo. Si gana, es prueba de su genialidad; si pierde, es fraude. Estados Unidos es un templo erigido para él, y el mundo un tablero donde solo se juega a “America First”… entendida como “Trump First”. La historia, con escalofriante consistencia, ha demostrado que líderes muy eficaces pero carentes de valores, han resultado trágicos para la humanidad Es difícil creer que en la democracia americana se logre la excepción.
La confrontación con los dos payasos airados al otro lado del caribe, afectados ambos por la misma enfermedad mental será material de futuros textos de psiquiatría. Solo hay que aspirar a que no generen mucho sufrimiento.
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domingo, 30 de noviembre de 2025
Farsa socialista
La riqueza y los privilegios que rodean a los “elegidos por el pueblo” desmontan de entrada cualquier sustento moral de su cruzada contra la pobreza. En cuanto llegan al poder, ellos y sus allegados se convierten en parásitos de lujo: mansiones, escoltas, caravanas de camionetas blindadas, aviones y banquetes con los mismos capitalistas que decían odiar.
Quienes aún se asombran por la habilidad que han mostrado para tomarse el poder, deben admitir que lo han hecho con persistencia. No por mérito, ni trabajo, ni conocimiento —eso lo desprecian—, sino por relecturas rancias de un marxismo fósil. Su recurso no es producir, sino fabricar una narrativa de catástrofe que promete un futuro utópico. Pero todo se revela cuando, ya en el poder, superan los sueños del más ambicioso oligarca.
Nunca fomentan el trabajo: al contrario, lo castigan. Obstaculizan al sector productivo bajo el pretexto de aplicar un modelo “generoso”. Halagan al que quiere vivir del trabajo ajeno y castigan al que quiere vivir del propio. Los jóvenes, obligados a ceder la mitad de su esfuerzo al Estado, terminan por desmotivarse, producir menos o emigrar. El sector privado se encoge, mientras los pocos que resisten cargan con más impuestos. Es un desastre, sí, pero no un accidente: es el plan.
Cuando toda la energía de un gobierno se enfoca en castigar al que produce, expropiar al que ahorra y predicar el igualitarismo como dogma, se destruye el motor de la creación de riqueza: el trabajo disciplinado y creativo. Lo reemplazan por el ideal del subsidio perpetuo, financiado por un Estado imaginario que reparte milagros sin producir nada. Los promotores del adefesio se sorprenden con la pobreza generalizada, pero poco les importa porque ellos han logrado posicionarse en el curubito y a “su pueblo” lo mantienen aturdido con el discurso de la dignidad y un futuro próspero que nunca llega.
Los pocos que aún quieren emprender huyen. Los promotores del parasitismo exhiben a Europa como ejemplo, sin explicar que primero fue rica gracias al trabajo, la libertad y la responsabilidad y hoy enfrenta crisis fiscales, sistemas pensionales insostenibles, una fuerza laboral reemplazada por inmigración… y algo peor: generaciones jóvenes educadas en la idea de que esforzarse no vale la pena. Para qué trabajar, si papá Estado está obligado a resolverlo todo.
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Quienes aún se asombran por la habilidad que han mostrado para tomarse el poder, deben admitir que lo han hecho con persistencia. No por mérito, ni trabajo, ni conocimiento —eso lo desprecian—, sino por relecturas rancias de un marxismo fósil. Su recurso no es producir, sino fabricar una narrativa de catástrofe que promete un futuro utópico. Pero todo se revela cuando, ya en el poder, superan los sueños del más ambicioso oligarca.
Nunca fomentan el trabajo: al contrario, lo castigan. Obstaculizan al sector productivo bajo el pretexto de aplicar un modelo “generoso”. Halagan al que quiere vivir del trabajo ajeno y castigan al que quiere vivir del propio. Los jóvenes, obligados a ceder la mitad de su esfuerzo al Estado, terminan por desmotivarse, producir menos o emigrar. El sector privado se encoge, mientras los pocos que resisten cargan con más impuestos. Es un desastre, sí, pero no un accidente: es el plan.
Cuando toda la energía de un gobierno se enfoca en castigar al que produce, expropiar al que ahorra y predicar el igualitarismo como dogma, se destruye el motor de la creación de riqueza: el trabajo disciplinado y creativo. Lo reemplazan por el ideal del subsidio perpetuo, financiado por un Estado imaginario que reparte milagros sin producir nada. Los promotores del adefesio se sorprenden con la pobreza generalizada, pero poco les importa porque ellos han logrado posicionarse en el curubito y a “su pueblo” lo mantienen aturdido con el discurso de la dignidad y un futuro próspero que nunca llega.
Los pocos que aún quieren emprender huyen. Los promotores del parasitismo exhiben a Europa como ejemplo, sin explicar que primero fue rica gracias al trabajo, la libertad y la responsabilidad y hoy enfrenta crisis fiscales, sistemas pensionales insostenibles, una fuerza laboral reemplazada por inmigración… y algo peor: generaciones jóvenes educadas en la idea de que esforzarse no vale la pena. Para qué trabajar, si papá Estado está obligado a resolverlo todo.
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viernes, 28 de noviembre de 2025
Sensibilidad social
Es casi un dogma universal: la derecha es insensible al sufrimiento humano y la izquierda la auténtica salvadora de los pobres. El mito tiene raíces históricas: durante siglos las élites acumularon privilegios a costa del trabajo de los desposeídos. Desde los señores feudales hasta los capitanes de industria hubo infinitas formas de abuso. Y no hay duda de que el socialismo clásico puso a las comunidades a pensar en que la mejor manera de vivir en armonía es cuando una gran mayoría logra resolver sus necesidades básicas y todos tienen la esperanza y posibilidad de mejorar sus condiciones de vida.
La tragedia vino cuando se adoptó la violencia como “partera de la historia”: la idea de que solo refundando de golpe la sociedad –la revolución– se obtienen cambios reales. De allí la obsesión recurrente por resucitar la constituyente y la benevolencia hacia quienes usan las armas “para lograr un cambio”.
En mi oficio médico he tenido el privilegio de tratar con miles de personas de todos los estratos, ideologías y oficios. La relativa intimidad de la relación, me permite afirmar algo obvio pero ignorado: ya no existen los señores feudales, industriales abusivos, como no hay obispos inquisidores. Hoy la gran mayoría de los ciudadanos, con una variada mezcla de ideas de izquierda y de derecha, busca aliviar el sufrimiento y abrir oportunidades.
Los datos son tozudos: los ajustes graduales y progresivos consiguen avances sociales más profundos y duraderos que cualquier revolución violenta. Sin excepción, los países que elevaron el nivel de vida de la mayoría lo lograron con mejoras graduales y diálogo democrático, bajo un Estado fuerte que garantiza orden y respeta la vida y la propiedad. El contraste es evidente: basta comparar las consecuencias de agredir a un policía o matar a un soldado en Colombia con las de hacerlo en Canadá o Singapur.
La preocupación por los desvalidos no es propiedad privada de ninguna ideología. La diferencia la marca la estrategia. O se permanece atado a las fórmulas del siglo XIX —la guerra como vía mágica para refundar la sociedad y acabar con la injusticia— o se entiende que las sociedades actuales son mucho más complejas que esa división simplista de explotadores y explotados. La modernidad exige libertad, instituciones confiables y un Estado que haga cumplir la ley.
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La tragedia vino cuando se adoptó la violencia como “partera de la historia”: la idea de que solo refundando de golpe la sociedad –la revolución– se obtienen cambios reales. De allí la obsesión recurrente por resucitar la constituyente y la benevolencia hacia quienes usan las armas “para lograr un cambio”.
En mi oficio médico he tenido el privilegio de tratar con miles de personas de todos los estratos, ideologías y oficios. La relativa intimidad de la relación, me permite afirmar algo obvio pero ignorado: ya no existen los señores feudales, industriales abusivos, como no hay obispos inquisidores. Hoy la gran mayoría de los ciudadanos, con una variada mezcla de ideas de izquierda y de derecha, busca aliviar el sufrimiento y abrir oportunidades.
Los datos son tozudos: los ajustes graduales y progresivos consiguen avances sociales más profundos y duraderos que cualquier revolución violenta. Sin excepción, los países que elevaron el nivel de vida de la mayoría lo lograron con mejoras graduales y diálogo democrático, bajo un Estado fuerte que garantiza orden y respeta la vida y la propiedad. El contraste es evidente: basta comparar las consecuencias de agredir a un policía o matar a un soldado en Colombia con las de hacerlo en Canadá o Singapur.
La preocupación por los desvalidos no es propiedad privada de ninguna ideología. La diferencia la marca la estrategia. O se permanece atado a las fórmulas del siglo XIX —la guerra como vía mágica para refundar la sociedad y acabar con la injusticia— o se entiende que las sociedades actuales son mucho más complejas que esa división simplista de explotadores y explotados. La modernidad exige libertad, instituciones confiables y un Estado que haga cumplir la ley.
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domingo, 23 de noviembre de 2025
Estadolatría
Quedan muy pocos que creen en el comunismo tal como lo concibió Marx y lo aplicaron Stalin, Mao y Fidel. La mayoría reconoce que esas propuestas crearon una gran masa empobrecida dominada por una élite violenta. Sin embargo, gran parte de la filosofía política actual sigue influida por el socialismo. “No creo en el Estado pequeño”, puede sentenciar un reconocido capitalista.
El modelo predominante es una democracia liberal con un Estado fuerte que regula todo y se responsabiliza del bienestar general. “A la manera de las socialdemocracias escandinavas”. Pero no se entiende que, aunque los principios generales sean loables, es el detalle cuantitativo lo que lleva al desastre. Tan simple como que no se puede repartir riqueza que no existe.
Un mito recurrente afirma que, si se repartiera la fortuna de los más ricos, se solucionarían los problemas. En Colombia, confiscar la riqueza de los billonarios cubriría solo tres meses del presupuesto nacional. Este mito imagina la riqueza como monedas de oro en baules , cuando en realidad está representada por empresas que generan empleos y prosperidad. Por ejemplo, las 77.000 personas que viven dignamente gracias a las empresas de Luis Carlos Sarmiento.
“El Estado tiene la obligación de garantizar la salud a todos los colombianos”, escribe una campeona de la libre empresa. Pero, ¿y eso tan bonito cuanto cuesta? ¿De dónde salen los recursos? “Del Estado”, responden Petro, gremios médicos, y hasta los más “neoliberales”. Pocos se preguntan quién es realmente el Estado: son personas que administran recursos confiscados a quienes trabajan y producen. Al no ser fruto de su propio esfuerzo, padecen la propensión a que parte de esos recursos tiendan a deslizarse hacia sus bolsillos, lo que los lleva a querer confiscar cada vez más. (léase reformas tributarias)
Las necesidades son infinitas, pero si todos creen que quien debe satisfacerlas es el Estado, la riqueza se reduce gradualmente al pasar de manos productivas a improductivas. Como no se hace el diagnóstico correcto, el remedio es cada vez más Estado, en un ciclo de pobreza comprobado por Cuba, Venezuela y Argentina. En la obsesión por la equidad se escoge ignorar que en las economías liberales, el ingreso de los pobres es diez veces mayor que en las estatizadas. No se logra entender que el exceso de Estado y la falta de libertad son los ingredientes de la pobreza.
El modelo predominante es una democracia liberal con un Estado fuerte que regula todo y se responsabiliza del bienestar general. “A la manera de las socialdemocracias escandinavas”. Pero no se entiende que, aunque los principios generales sean loables, es el detalle cuantitativo lo que lleva al desastre. Tan simple como que no se puede repartir riqueza que no existe.
Un mito recurrente afirma que, si se repartiera la fortuna de los más ricos, se solucionarían los problemas. En Colombia, confiscar la riqueza de los billonarios cubriría solo tres meses del presupuesto nacional. Este mito imagina la riqueza como monedas de oro en baules , cuando en realidad está representada por empresas que generan empleos y prosperidad. Por ejemplo, las 77.000 personas que viven dignamente gracias a las empresas de Luis Carlos Sarmiento.
“El Estado tiene la obligación de garantizar la salud a todos los colombianos”, escribe una campeona de la libre empresa. Pero, ¿y eso tan bonito cuanto cuesta? ¿De dónde salen los recursos? “Del Estado”, responden Petro, gremios médicos, y hasta los más “neoliberales”. Pocos se preguntan quién es realmente el Estado: son personas que administran recursos confiscados a quienes trabajan y producen. Al no ser fruto de su propio esfuerzo, padecen la propensión a que parte de esos recursos tiendan a deslizarse hacia sus bolsillos, lo que los lleva a querer confiscar cada vez más. (léase reformas tributarias)
Las necesidades son infinitas, pero si todos creen que quien debe satisfacerlas es el Estado, la riqueza se reduce gradualmente al pasar de manos productivas a improductivas. Como no se hace el diagnóstico correcto, el remedio es cada vez más Estado, en un ciclo de pobreza comprobado por Cuba, Venezuela y Argentina. En la obsesión por la equidad se escoge ignorar que en las economías liberales, el ingreso de los pobres es diez veces mayor que en las estatizadas. No se logra entender que el exceso de Estado y la falta de libertad son los ingredientes de la pobreza.
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viernes, 21 de noviembre de 2025
El espejo de Chile
¿Podemos mirarnos en el espejo de Chile? Intentemos: ambos países vivieron regímenes duros que, con todos sus claroscuros, dejaron paises relativamente ordenados. Chile estuvo a punto de entrar al “primer mundo”; Colombia también avanzaba en esa dirección. En ambos funcionó la alternancia democrática entre izquierdas moderadas y centros prudentes que no se metían demasiado con la economía. Y en ambos terminó llegando una izquierda más radical, ansiosa de “refundar” la nación, pero incapaz de imponer sus reformas regresivas.
El escenario electoral chileno ofrece una lección de matemáticas políticas: se presentaron ocho candidatos —tres de izquierda, dos de centro y tres de derecha— pero la derecha obtuvo el 52% frente al 28% de la izquierda. Y, por primera vez, alcanzó mayoría en el Senado. No lo lograron porque “se unieron”, sino porque los números les daban.
Podemos imaginar algo semejante aquí: una izquierda que ronda el 30%, y un abanico de candidatos en el otro 70%, posiblemente dividido entre un 40% para la derecha y un 30% para el centro. En segunda vuelta ambos finalistas crecen un poco, y la izquierda pierde.
Por eso, en vez de llorar por la “falta de unión”, deberíamos enfocarnos en los factores que realmente deciden la elección. El primero: que la Registraduría y el sistema de conteo se mantengan limpios, visibles, vigilados. No se necesita unidad para eso: se necesita atención.
El segundo: que los órganos de control contrarresten las dos fuentes estructurales del voto oficialista: el millón de votos comprados por Benedetti en la costa y el medio millón de municipios donde se vota con un fusil en la cabeza.
Y el tercero: entender el poder corrosivo de las redes diseñadas para manipular. Con la estrategia adecuada, se dinamita la campaña que más crece y se construye en tiempo récord el mito de un mediocre —un Rodolfo— fabricado para perder en segunda vuelta. Si las campañas con opción real siguen en la luna, creyendo que se trata de llenar plazas y permitir que la información “fluya libremente”, repetirán la historia: unos buenos muchachos narrando su épica mientras los maquiavelos digitales moldean la opinión pública. No nos hundirá la falta de unión. Nos hundirá la falta de sagacidad para no ser arrasados —otra vez— por una avalancha de noticias falsas perfectamente orquestadas.
El escenario electoral chileno ofrece una lección de matemáticas políticas: se presentaron ocho candidatos —tres de izquierda, dos de centro y tres de derecha— pero la derecha obtuvo el 52% frente al 28% de la izquierda. Y, por primera vez, alcanzó mayoría en el Senado. No lo lograron porque “se unieron”, sino porque los números les daban.
Podemos imaginar algo semejante aquí: una izquierda que ronda el 30%, y un abanico de candidatos en el otro 70%, posiblemente dividido entre un 40% para la derecha y un 30% para el centro. En segunda vuelta ambos finalistas crecen un poco, y la izquierda pierde.
Por eso, en vez de llorar por la “falta de unión”, deberíamos enfocarnos en los factores que realmente deciden la elección. El primero: que la Registraduría y el sistema de conteo se mantengan limpios, visibles, vigilados. No se necesita unidad para eso: se necesita atención.
El segundo: que los órganos de control contrarresten las dos fuentes estructurales del voto oficialista: el millón de votos comprados por Benedetti en la costa y el medio millón de municipios donde se vota con un fusil en la cabeza.
Y el tercero: entender el poder corrosivo de las redes diseñadas para manipular. Con la estrategia adecuada, se dinamita la campaña que más crece y se construye en tiempo récord el mito de un mediocre —un Rodolfo— fabricado para perder en segunda vuelta. Si las campañas con opción real siguen en la luna, creyendo que se trata de llenar plazas y permitir que la información “fluya libremente”, repetirán la historia: unos buenos muchachos narrando su épica mientras los maquiavelos digitales moldean la opinión pública. No nos hundirá la falta de unión. Nos hundirá la falta de sagacidad para no ser arrasados —otra vez— por una avalancha de noticias falsas perfectamente orquestadas.
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domingo, 16 de noviembre de 2025
Sabrosura socialista
Que la historia la escriben quienes ganan las guerras es algo conocido. Pero podría agregarse que predomina la de quienes escriben mucho.
La intelectualidad política mundial, promueve las ideas socialistas, mientras disfruta de las ventajas del capitalismo. Sus exponentes reciben sin reparos los corrosivos billetes cuando sus libros, obras y películas se venden. Viven sabroso gracias a los sueldos de universidades y fundaciones que han prosperado en el inmundo capitalismo. Son teóricos de las ciencias sociales y les fascina elucubrar sobre modelos organizativos imaginados por grandes pensadores como ellos. Se molestan y ofenden cuando, con cifras y datos, se les demuestra que es la libertad, y no la planeación, la que más contribuye a la generación y mejor distribución de la riqueza. Desprecian e ignoran toda evidencia que haga tambalear los cimientos de su dogmático edificio ideológico.
Para seguir disfrutando de sus cómodas e intelectuales vidas, recurren al doble artificio de la transfiguración del presente y el pasado.
El relato de la actualidad se distorsiona atribuyéndole al mercado fallas que son producto del crimen, la corrupción o el intervencionismo estatal que interfiere con la libertad, limitando las leyes de oferta y demanda. Al capital se lo culpa de todos los dramas de la pobreza y la libertad económica se vuelve sinónimo de egoísmo. Cuando el bien común que promueven termina en farsa, logran corroer la solidaridad.
El segundo recurso, con el que son particularmente virtuosos, consiste en contar la historia de manera que valide su ideología. No se los ve dictando conferencias ni escribiendo libros sobre las horrendas dictaduras de Stalin, Mao, Kim, Pol Pot, Castro, Ceausescu, Hoxha, Zhivkov, Kádár o Honecker. En cambio, son prolijos en los recuentos de los horrores y atropellos de Franco y Pinochet, lo que sin duda afecta su objetividad y credibilidad, especialmente cuando evitan mencionar la transición pacífica del poder que sentó las bases de la prosperidad.
Ante las fallas de la democracia, los críticos piden un cambio de sistema. Pero cuando el cambio comienza a materializarse en forma de dictadura socialista, son los primeros en huir despavoridos.
Hay que persistir en el esfuerzo para lograr que muchos vean su entorno con objetividad y lean la historia con imparcialidad.
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La intelectualidad política mundial, promueve las ideas socialistas, mientras disfruta de las ventajas del capitalismo. Sus exponentes reciben sin reparos los corrosivos billetes cuando sus libros, obras y películas se venden. Viven sabroso gracias a los sueldos de universidades y fundaciones que han prosperado en el inmundo capitalismo. Son teóricos de las ciencias sociales y les fascina elucubrar sobre modelos organizativos imaginados por grandes pensadores como ellos. Se molestan y ofenden cuando, con cifras y datos, se les demuestra que es la libertad, y no la planeación, la que más contribuye a la generación y mejor distribución de la riqueza. Desprecian e ignoran toda evidencia que haga tambalear los cimientos de su dogmático edificio ideológico.
Para seguir disfrutando de sus cómodas e intelectuales vidas, recurren al doble artificio de la transfiguración del presente y el pasado.
El relato de la actualidad se distorsiona atribuyéndole al mercado fallas que son producto del crimen, la corrupción o el intervencionismo estatal que interfiere con la libertad, limitando las leyes de oferta y demanda. Al capital se lo culpa de todos los dramas de la pobreza y la libertad económica se vuelve sinónimo de egoísmo. Cuando el bien común que promueven termina en farsa, logran corroer la solidaridad.
El segundo recurso, con el que son particularmente virtuosos, consiste en contar la historia de manera que valide su ideología. No se los ve dictando conferencias ni escribiendo libros sobre las horrendas dictaduras de Stalin, Mao, Kim, Pol Pot, Castro, Ceausescu, Hoxha, Zhivkov, Kádár o Honecker. En cambio, son prolijos en los recuentos de los horrores y atropellos de Franco y Pinochet, lo que sin duda afecta su objetividad y credibilidad, especialmente cuando evitan mencionar la transición pacífica del poder que sentó las bases de la prosperidad.
Ante las fallas de la democracia, los críticos piden un cambio de sistema. Pero cuando el cambio comienza a materializarse en forma de dictadura socialista, son los primeros en huir despavoridos.
Hay que persistir en el esfuerzo para lograr que muchos vean su entorno con objetividad y lean la historia con imparcialidad.
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jueves, 13 de noviembre de 2025
Dialogo Molotov
No cesan los llamados de las almas bondadosas y llenas de buenas intenciones. “Seamos capaces de ver al prójimo como un ser humano, aunque piense distinto”, repiten con devoción. Hermoso. Sublime. Pero también profundamente ingenuo. Tal vez sea la ilusión de vivir en un mundo de arcoíris o la ansiedad que provoca el conflicto. No es difícil ver que, si la “ideología” de un grupo parte de la eliminación del otro, el diálogo no tiene mucho futuro.
Es lo que pasa con Hamás e Israel: el propósito fundacional del primero es borrar al segundo del mapa. Y es lo que pasa aquí, cuando quienes predican la inclusión justifican la agresión, y quienes gritan “¡paz!” hacen fila para repartir bala. No hay conversación posible cuando una de las partes valida la violencia como método. No aplica la frase de cajón —“la paz se hace con el enemigo”—, porque aquí no se trata de enemigos que piensan distinto, sino de fanáticos que consideran que el otro no debe existir. Sentarse con ellos a dialogar es como invitar a cenar a quien ya decidió comerse al anfitrión.Eso fue exactamente lo que pasó con el bochornoso “proceso de paz” que acabó en Nobel. Un espejismo vendido al mundo como epifanía democrática, mientras los beneficiarios del perdón se rearmaban y los ingenuos aplaudían.
Por supuesto que toda democracia necesita diálogo y tolerancia. Pero implica un acuerdo básico. Lo primero —y más obvio—: respetar la democracia misma, es decir, aceptar la división de poderes, los resultados electorales sin trampas ni intimidaciones, y renunciar a la tentación de manipular jueces o comprar votos. Quien no cumpla con eso, debería ser proscrito de la política de por vida, sin disfraces semánticos. Y, sobre todo, tiene que existir un compromiso inquebrantable con el rechazo a la violencia. No se puede seguir viendo con benevolencia a los grupos armados “por causas sociales”. No puede seguirse tolerando el crimen ni disimulándolo, quitándole “i’s” a lo ilícito. No se puede seguir predicando humanidad mientras se encubren asesinatos, se protegen culpables y se convocan marchas “pacíficas” que terminan a pedradas contra la policía y a fuego contra los bienes públicos.
Bienvenido el diálogo, la discrepancia y todos los puntos de vista. Pero el primer requisito para hablar es no llegar a la mesa con un cóctel molotov en la mano.
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Es lo que pasa con Hamás e Israel: el propósito fundacional del primero es borrar al segundo del mapa. Y es lo que pasa aquí, cuando quienes predican la inclusión justifican la agresión, y quienes gritan “¡paz!” hacen fila para repartir bala. No hay conversación posible cuando una de las partes valida la violencia como método. No aplica la frase de cajón —“la paz se hace con el enemigo”—, porque aquí no se trata de enemigos que piensan distinto, sino de fanáticos que consideran que el otro no debe existir. Sentarse con ellos a dialogar es como invitar a cenar a quien ya decidió comerse al anfitrión.Eso fue exactamente lo que pasó con el bochornoso “proceso de paz” que acabó en Nobel. Un espejismo vendido al mundo como epifanía democrática, mientras los beneficiarios del perdón se rearmaban y los ingenuos aplaudían.
Por supuesto que toda democracia necesita diálogo y tolerancia. Pero implica un acuerdo básico. Lo primero —y más obvio—: respetar la democracia misma, es decir, aceptar la división de poderes, los resultados electorales sin trampas ni intimidaciones, y renunciar a la tentación de manipular jueces o comprar votos. Quien no cumpla con eso, debería ser proscrito de la política de por vida, sin disfraces semánticos. Y, sobre todo, tiene que existir un compromiso inquebrantable con el rechazo a la violencia. No se puede seguir viendo con benevolencia a los grupos armados “por causas sociales”. No puede seguirse tolerando el crimen ni disimulándolo, quitándole “i’s” a lo ilícito. No se puede seguir predicando humanidad mientras se encubren asesinatos, se protegen culpables y se convocan marchas “pacíficas” que terminan a pedradas contra la policía y a fuego contra los bienes públicos.
Bienvenido el diálogo, la discrepancia y todos los puntos de vista. Pero el primer requisito para hablar es no llegar a la mesa con un cóctel molotov en la mano.
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domingo, 9 de noviembre de 2025
Los salvajes
El primer gran avance de la humanidad se dió por la capacidad para inventar historias, que permitieron la cooperación de muchos individuos. El segundo, dejar de creerlas. Así nació el método científico: observar y comprobar. Lo que se puede reproducir, es real y existe independiente de cuantos se lo crean. La Ciencia superó las explicaciones fantasiosas, y el razonamiento mágico. Gracias a sus avances, los billones que están vivos y llevan vidas cómodas, se permiten seguir creyendo en pseudociencias sustentadas en la pereza mental.
Uno de los campos donde más se nota esta contradicción es la economía. Muchos críticos acérrimos del “odioso mercado” viven felices con sus beneficios. Para justificar esa cómoda esquizofrenia, inventaron un término: “capitalismo salvaje”. Según ellos, los empresarios son bestias sin alma que explotan niños inmigrantes en minas o inmundas fábricas nocturnas. Ejemplos reales, pero marginales, que presentan como prueba de que toda libertad económica deriva en esclavitud.
No importa que esos abusos sean delitos en la mayoría de países. No importa que existan regulaciones, sindicatos, controles. Lo que importa es sostener una moral torcida donde toda empresa privada es sospechosa, y el único comercio puro es el que maneja el Estado. Aquí, el método científico desaparece. No sirve la evidencia de los 30 países más prósperos —todos con economías abiertas y políticas liberales— ni la comparación entre las dos Coreas o las dos Alemanias. Prefieren los mitos.
Cuando una actividad ilegal ocurre en una economía liberal, celebran con morbo: “¡lo sabíamos!”. Pero no alcanzan a ver que esos crímenes ocurren precisamente porque el Estado no cumple su verdadero papel de control del delito y no castiga los abusos porque anda persiguiendo la libre competencia.
El problema no es el mercado, sino los gobiernos corruptos que no cumplen su rol. Son precisamente los países gobernados por socialistas salvajes los que suelen tener Estados colapsados, cooptados por roscas de funcionarios y empresarios amigos, sin reglas claras ni garantías para nadie.
Quienes denuncian al “capitalismo salvaje” como la raíz del mal, lo que en realidad hacen es defender un modelo donde no hay libertad económica, ni innovación, ni incentivos, ni progreso. El salvaje privilegio político… y la pobreza bien repartida.
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Uno de los campos donde más se nota esta contradicción es la economía. Muchos críticos acérrimos del “odioso mercado” viven felices con sus beneficios. Para justificar esa cómoda esquizofrenia, inventaron un término: “capitalismo salvaje”. Según ellos, los empresarios son bestias sin alma que explotan niños inmigrantes en minas o inmundas fábricas nocturnas. Ejemplos reales, pero marginales, que presentan como prueba de que toda libertad económica deriva en esclavitud.
No importa que esos abusos sean delitos en la mayoría de países. No importa que existan regulaciones, sindicatos, controles. Lo que importa es sostener una moral torcida donde toda empresa privada es sospechosa, y el único comercio puro es el que maneja el Estado. Aquí, el método científico desaparece. No sirve la evidencia de los 30 países más prósperos —todos con economías abiertas y políticas liberales— ni la comparación entre las dos Coreas o las dos Alemanias. Prefieren los mitos.
Cuando una actividad ilegal ocurre en una economía liberal, celebran con morbo: “¡lo sabíamos!”. Pero no alcanzan a ver que esos crímenes ocurren precisamente porque el Estado no cumple su verdadero papel de control del delito y no castiga los abusos porque anda persiguiendo la libre competencia.
El problema no es el mercado, sino los gobiernos corruptos que no cumplen su rol. Son precisamente los países gobernados por socialistas salvajes los que suelen tener Estados colapsados, cooptados por roscas de funcionarios y empresarios amigos, sin reglas claras ni garantías para nadie.
Quienes denuncian al “capitalismo salvaje” como la raíz del mal, lo que en realidad hacen es defender un modelo donde no hay libertad económica, ni innovación, ni incentivos, ni progreso. El salvaje privilegio político… y la pobreza bien repartida.
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sábado, 8 de noviembre de 2025
Revolcar y destruir
Un personaje envanecido que sólo ve el mundo a través del prisma de su gloriosa dignidad. Toda su vida fue agitador y denunciador; jamás constructor. No tiene experiencia organizando, dirigiendo ni integrando equipos con propósito: su currículo es la crítica permanente y la queja. Eso lo dejó en evidencia en la gestión —desastrosa— de Bogotá y del país.
Claro que tiene adeptos. Lo siguen los grupos criminales que protege sin disimulo; los ineptos que comparten su ignorancia sobre economía y gerencia; los vagos y parásitos que creen que la sociedad les debe todo; y unos cuantos ilusos que, entre la maleza, logran pescar alguna promesa con apariencia de buen propósito.
No sorprende lo que ocurre ahora: ha pisado el acelerador del desorden porque siente el final cerca. Sabe que no dejará una obra, ni un avance digno de su nombre; su orgullo se alimenta de la ruina que deja. Su lista de “logros” es, por desgracia, coherente: desbarató la salud, erosionó las finanzas, asestó golpes a las exportaciones, debilitó a Ecopetrol, desestabilizó el Ejército, minó las Cortes y socavó las instancias de control. Su mayor hazaña ha sido aumentar la confrontación para exponer —dice— “las contradicciones” de la democracia que tanto aborrece.
Frente a los límites que le impiden imponer su visión estatista y autoritaria, propone ahora el “poder constituyente”: un eufemismo semántico para seducir a un pueblo sumiso y evitar la palabra “asamblea”, que se comprometió a no convocar. La táctica es elemental y desesperada: intensificar la agitación y el caos.Como el campo ya está en manos de grupos criminales, su plan es revolcar las ciudades. Financia marchas y bloqueos para torpedear la actividad productiva, generar pobreza y sembrar desconcierto —ingredientes imprescindibles de su dieta política. Insulta a potencias y amenaza la financiación de la lucha antidrogas; pone en riesgo la exportación de flores, café, petróleo y carbón; y así sazona su caldo de cultivo: más miseria, más confrontación.
Si no se muestra firmeza en los meses que quedan, el daño será irreversible. Es la defensa mínima de un país que necesita orden, trabajo y sentido común para salir del caos que él mismo cultiva.
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Claro que tiene adeptos. Lo siguen los grupos criminales que protege sin disimulo; los ineptos que comparten su ignorancia sobre economía y gerencia; los vagos y parásitos que creen que la sociedad les debe todo; y unos cuantos ilusos que, entre la maleza, logran pescar alguna promesa con apariencia de buen propósito.
No sorprende lo que ocurre ahora: ha pisado el acelerador del desorden porque siente el final cerca. Sabe que no dejará una obra, ni un avance digno de su nombre; su orgullo se alimenta de la ruina que deja. Su lista de “logros” es, por desgracia, coherente: desbarató la salud, erosionó las finanzas, asestó golpes a las exportaciones, debilitó a Ecopetrol, desestabilizó el Ejército, minó las Cortes y socavó las instancias de control. Su mayor hazaña ha sido aumentar la confrontación para exponer —dice— “las contradicciones” de la democracia que tanto aborrece.
Frente a los límites que le impiden imponer su visión estatista y autoritaria, propone ahora el “poder constituyente”: un eufemismo semántico para seducir a un pueblo sumiso y evitar la palabra “asamblea”, que se comprometió a no convocar. La táctica es elemental y desesperada: intensificar la agitación y el caos.Como el campo ya está en manos de grupos criminales, su plan es revolcar las ciudades. Financia marchas y bloqueos para torpedear la actividad productiva, generar pobreza y sembrar desconcierto —ingredientes imprescindibles de su dieta política. Insulta a potencias y amenaza la financiación de la lucha antidrogas; pone en riesgo la exportación de flores, café, petróleo y carbón; y así sazona su caldo de cultivo: más miseria, más confrontación.
Si no se muestra firmeza en los meses que quedan, el daño será irreversible. Es la defensa mínima de un país que necesita orden, trabajo y sentido común para salir del caos que él mismo cultiva.
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lunes, 3 de noviembre de 2025
El pueblo unido...
..Jamás será vencido!” gritaban, con emoción ruinosa y cadencia desgastada, los miles de manifestantes que el gobierno logró reunir en la Plaza de Bolívar a punta de mucho esfuerzo… y más dinero.
El gran líder ya aprendió —a la mala— que sus convocatorias a “tomar las calles” no llenaban más de un par de cuadras. Haber llegado al poder, así fuese con fraude o con alquimia electoral, le distorsionó la percepción de la realidad: llegó a creerse el Mesías de una multitud fervorosa lista para marchar apenas levantara la ceja. Tuvieron que recordarle sus asesores, con la suavidad que se usa ante un paciente irritable, que las plazas no las llenan con poesía sino con presupuesto. Las marchas, le recordaron, se hacen con planeación… y con plata. Así que desempolvaron la vieja receta de siempre, la que tan buenos dividendos les dio en los gloriosos tiempos del caos callejero: unos pocos energúmenos para bloquear avenidas “pacíficamente”, golpeando y bombardeando a cualquiera que ose pasar; y unos cuantos buses traídos de las zonas más deprimidas, con promesas de paseo, refrigerio y sancocho. El resto es coreografía: un puñado de muchachos estratégicamente ubicados inicia el cántico milenario y el coro obedece, repitiendo una consigna que suena a eco de museo.
Desde la juventud la vengo oyendo en los más diversos escenarios. Siempre me pareció una pieza de la arqueología política, una reliquia que sobrevivió a la extinción de las ideas. Casi nunca la entonan los que realmente son “del pueblo”, ni quienes están unidos por algo más que el rencor: la cantan grupos vencidos por su propia incapacidad de innovar, por su parálisis productiva, por la comodidad de culpar al sistema mientras el sistema les paga el almuerzo. El pueblo? Está trabajando y no tiene tiempo para cánticos insulsos. Unido? No logran apoyo sino es con chantaje a empleados oficiales? Vencido? Las guerras de veras se acabaron hace mucho con las sociedades reguladas por instituciones democráticas. Ya no se trata de vencer sino de cooperar, ver el bien común y progresar. Trabajando duro. Es en eso que está el pueblo.
Lo que sí se logró fué que se contaran. Dos y medio millones. Traducido: un seis por ciento de la masa votante. Esa es, con generosidad estadística, la realidad de la izquierda en Colombia. Con una estrategia de trampas, alianzas non sanctas y un 50% de apáticos, logran ganar elecciones.Tanta gente aún se pregunta cómo llegamos a tener un presidente que parece escapado de un hospital psiquiátrico con megáfono prestado. La respuesta es sencilla: los locos gritan más fuerte, y los cuerdos, a veces, se cansan de discutir. Pero confío en que aún quede lucidez suficiente para despertar y reaccionar antes de que el daño sea irreversible.
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El gran líder ya aprendió —a la mala— que sus convocatorias a “tomar las calles” no llenaban más de un par de cuadras. Haber llegado al poder, así fuese con fraude o con alquimia electoral, le distorsionó la percepción de la realidad: llegó a creerse el Mesías de una multitud fervorosa lista para marchar apenas levantara la ceja. Tuvieron que recordarle sus asesores, con la suavidad que se usa ante un paciente irritable, que las plazas no las llenan con poesía sino con presupuesto. Las marchas, le recordaron, se hacen con planeación… y con plata. Así que desempolvaron la vieja receta de siempre, la que tan buenos dividendos les dio en los gloriosos tiempos del caos callejero: unos pocos energúmenos para bloquear avenidas “pacíficamente”, golpeando y bombardeando a cualquiera que ose pasar; y unos cuantos buses traídos de las zonas más deprimidas, con promesas de paseo, refrigerio y sancocho. El resto es coreografía: un puñado de muchachos estratégicamente ubicados inicia el cántico milenario y el coro obedece, repitiendo una consigna que suena a eco de museo.
Desde la juventud la vengo oyendo en los más diversos escenarios. Siempre me pareció una pieza de la arqueología política, una reliquia que sobrevivió a la extinción de las ideas. Casi nunca la entonan los que realmente son “del pueblo”, ni quienes están unidos por algo más que el rencor: la cantan grupos vencidos por su propia incapacidad de innovar, por su parálisis productiva, por la comodidad de culpar al sistema mientras el sistema les paga el almuerzo. El pueblo? Está trabajando y no tiene tiempo para cánticos insulsos. Unido? No logran apoyo sino es con chantaje a empleados oficiales? Vencido? Las guerras de veras se acabaron hace mucho con las sociedades reguladas por instituciones democráticas. Ya no se trata de vencer sino de cooperar, ver el bien común y progresar. Trabajando duro. Es en eso que está el pueblo.
Lo que sí se logró fué que se contaran. Dos y medio millones. Traducido: un seis por ciento de la masa votante. Esa es, con generosidad estadística, la realidad de la izquierda en Colombia. Con una estrategia de trampas, alianzas non sanctas y un 50% de apáticos, logran ganar elecciones.Tanta gente aún se pregunta cómo llegamos a tener un presidente que parece escapado de un hospital psiquiátrico con megáfono prestado. La respuesta es sencilla: los locos gritan más fuerte, y los cuerdos, a veces, se cansan de discutir. Pero confío en que aún quede lucidez suficiente para despertar y reaccionar antes de que el daño sea irreversible.
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domingo, 2 de noviembre de 2025
IA para el fanatismo
Una niña es detenida en el aeropuerto de Londres mientras intenta volar a Ammán. Tiene 13 años y una convicción sagrada: unirse al Estado Islámico para librar la guerra santa contra la hipocresía de Occidente. Cuando le muestran los testimonios de esclavas sexuales y los horrores cometidos por los héroes que idolatraba, despierta abruptamente. Llevaba meses sumergida en videos de propaganda mística y política, con cánticos celestiales y explosiones inspiradoras. No es un caso aislado: cientos de jóvenes buscan “propósito” en montajes donde el fanatismo se ve épico, casi poético.
El drama motiva a un grupo de lúcidos programadores jóvenes a crear un sistema de inteligencia artificial capaz de sabotear los algoritmos que repiten lo mismo hasta el delirio. Lograron que, junto a los falsos videos gloriosos, aparecieran los testimonios de quienes han escapado y sobrevivieron a la pesadilla, con lo que se ha logrado reducir la migración al espejismo.
El fenómeno es universal. Aquí hemos logrado nuestra versión criolla de alienación con realidad aumentada. Jóvenes –niños, diría Petro– escriben su propio guion heroico, grabado en 4K, para proclamarse “guerreros de la justicia social”. La “Resistencia Popular Bogotá 9.0” se organiza desde cafés de autor, entre laptops relucientes, lino artesanal y pausas para el flat white. Son los hijos de la tierra, dicen, mientras coordinan con indígenas pagados y manipulados y celebran como triunfo haber atravesado el brazo de un policía con flechas ancestrales.
La marcha es pacífica, pero llevan “Capucha, vinagre, papas bomba, molotovs y actitud beligerante, no olviden grabar TODO. Sin video, no hay opresión.”
El guion es conocido: provocar, filmar y editar para que parezca defensa propia. Pero el Alcalde Galán es un tibio que les destruye su épica.
“Compañeros, esto no prende. ¿Dónde está la represión? ¡Queremos gas, no abrazos institucionales!”, “Subí clip con niños llorando.”Como no los golpean, diseminan creativos conceptos: “violencia simbólica por omisión”. Pero eso no es problema: en postproducción se añaden humo y gritos reciclados, “nos estan matando” mientras al fondo, un vendedor ambulante ofrece arepas.
¿Habrá aqui quien programe una IA para conectar a estos hijos de papi y mami, revolucionarios de Telegram con la realidad?
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El drama motiva a un grupo de lúcidos programadores jóvenes a crear un sistema de inteligencia artificial capaz de sabotear los algoritmos que repiten lo mismo hasta el delirio. Lograron que, junto a los falsos videos gloriosos, aparecieran los testimonios de quienes han escapado y sobrevivieron a la pesadilla, con lo que se ha logrado reducir la migración al espejismo.
El fenómeno es universal. Aquí hemos logrado nuestra versión criolla de alienación con realidad aumentada. Jóvenes –niños, diría Petro– escriben su propio guion heroico, grabado en 4K, para proclamarse “guerreros de la justicia social”. La “Resistencia Popular Bogotá 9.0” se organiza desde cafés de autor, entre laptops relucientes, lino artesanal y pausas para el flat white. Son los hijos de la tierra, dicen, mientras coordinan con indígenas pagados y manipulados y celebran como triunfo haber atravesado el brazo de un policía con flechas ancestrales.
La marcha es pacífica, pero llevan “Capucha, vinagre, papas bomba, molotovs y actitud beligerante, no olviden grabar TODO. Sin video, no hay opresión.”
El guion es conocido: provocar, filmar y editar para que parezca defensa propia. Pero el Alcalde Galán es un tibio que les destruye su épica.
“Compañeros, esto no prende. ¿Dónde está la represión? ¡Queremos gas, no abrazos institucionales!”, “Subí clip con niños llorando.”Como no los golpean, diseminan creativos conceptos: “violencia simbólica por omisión”. Pero eso no es problema: en postproducción se añaden humo y gritos reciclados, “nos estan matando” mientras al fondo, un vendedor ambulante ofrece arepas.
¿Habrá aqui quien programe una IA para conectar a estos hijos de papi y mami, revolucionarios de Telegram con la realidad?
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domingo, 26 de octubre de 2025
¿Narcotraficante?
“No creo que el presidente sea narcotraficante, ni creo que sea una persona involucrada en el mundo de lo ilícito”, dijo el eterno candidato de las medias tintas, pocos días después de la genial revelación de la extirpación de la i, para convertir todo en lícito. La declaración no podía ser más insípida. Porque el punto, tal como lo ha planteado el gobierno estadounidense —y como lo viven millones de colombianos—, no es si Petro es un capo mafioso, sino si ha sido facilitador del narcotráfico. Y los hechos, muchos de ellos admitidos o incluso celebrados por los protagonistas, no dejan mucho margen a la duda. Ahí están el “pacto de la Picota”, discutido y conocido; los quince mil millones de aporte fraudulento que Benedetti aseguró haber puesto; los millones que Nicolás no entregó; el maletín de Laura Sarabia; la financiación de Maduro y hasta el famoso turbante lleno de dólares. No se trata de teorías conspirativas, sino de confesiones a micrófono abierto.
Y las pruebas del cumplimiento de esos pactos están a la vista: excarcelaciones y nombramientos de condenados; rechazo a la extradición de narcos; otorgamiento de estatus político a grupos que se autodefinen como criminales; la llamada “paz total” convertida en festival de impunidad; el tarimazo con hampones; el apoyo abierto a Maduro y los acuerdos fronterizos que permiten el libre flujo de armas, coca y delincuentes. A eso se suma el debilitamiento del Ejército, el rompimiento con Israel y la provocación hacia Estados Unidos para dinamitar la cooperación antidrogas. Todo aderezado con una solidaridad conmovedora hacia los traficantes “atacados injustamente”.
Independiente de la credibilidad de Trump, quien revise objetivamente los hechos concluiría que el actual gobierno colombiano ha sido de enorme utilidad para que la exportación de cocaína crezca y los carteles acumulen más poder, dinero y armas, con las que aseguran su influencia política. En 2010 teníamos unas 40.000 hectáreas de coca. Hoy, gracias al modelo progresista, superamos las 250.000. La producción subió un 53% solo en este gobierno, y las incautaciones, medidas como porcentaje de lo producido, están en su punto más bajo histórico. Con las mismas cifras que el gobierno exhibe con orgullo, queda claro que Colombia lanza al consumo mundial más cocaína que nunca.
Así que, aunque el presidente no sea narcotraficante, sus resultados son dignos de un gran capo. La diferencia es que éste, en lugar de huir de la justicia, da discursos sobre ética y soberanía nacional.
Y las pruebas del cumplimiento de esos pactos están a la vista: excarcelaciones y nombramientos de condenados; rechazo a la extradición de narcos; otorgamiento de estatus político a grupos que se autodefinen como criminales; la llamada “paz total” convertida en festival de impunidad; el tarimazo con hampones; el apoyo abierto a Maduro y los acuerdos fronterizos que permiten el libre flujo de armas, coca y delincuentes. A eso se suma el debilitamiento del Ejército, el rompimiento con Israel y la provocación hacia Estados Unidos para dinamitar la cooperación antidrogas. Todo aderezado con una solidaridad conmovedora hacia los traficantes “atacados injustamente”.
Independiente de la credibilidad de Trump, quien revise objetivamente los hechos concluiría que el actual gobierno colombiano ha sido de enorme utilidad para que la exportación de cocaína crezca y los carteles acumulen más poder, dinero y armas, con las que aseguran su influencia política. En 2010 teníamos unas 40.000 hectáreas de coca. Hoy, gracias al modelo progresista, superamos las 250.000. La producción subió un 53% solo en este gobierno, y las incautaciones, medidas como porcentaje de lo producido, están en su punto más bajo histórico. Con las mismas cifras que el gobierno exhibe con orgullo, queda claro que Colombia lanza al consumo mundial más cocaína que nunca.
Así que, aunque el presidente no sea narcotraficante, sus resultados son dignos de un gran capo. La diferencia es que éste, en lugar de huir de la justicia, da discursos sobre ética y soberanía nacional.
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viernes, 24 de octubre de 2025
Guerra sin fin
Tuve el privilegio de vivir cuatro años en el mundo árabe y conocer de cerca su cultura. Mi trabajo me permitió interactuar con cientos de personas de todas las condiciones: desde príncipes billonarios en jet privado hasta beduinos en lomo de camello; desde damas asustadas y sometidas hasta mujeres rebeldes y visionarias. Tuve amigos y colegas sirios, libaneses, palestinos, egipcios, kuwaitíes, saudíes, emiratíes, bahreiníes, yemenitas, omaníes y cataríes. Muchos educados en Europa o Estados Unidos, cultos, equilibrados, con vidas normales y posiciones políticas diversas. Pero todos, sin excepción, compartían un punto de unión: el odio a los judíos. No es un sentimiento superficial. Es una convicción enseñada desde la infancia y reforzada cinco veces al día por los altavoces de las mezquitas. La peregrinación a La Meca, en teoría un acto de fe y reconciliación, se convierte en una inmersión en discursos de odio que justifican la violencia como deber religioso. El resultado está a la vista: nueve grandes guerras, dos intifadas, incontables operaciones militares, atentados suicidas, ataques con cohetes e invasiones. El propósito declarado de grupos como Hamás es la desaparición del Estado de Israel, una meta que comparten millones con distintos grados de fanatismo. Para la mayoría del mundo musulmán, Israel es una afrenta impuesta por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial.
Del otro lado, los judíos permanecen firmes en su derecho a ocupar lo que consideran su tierra ancestral. Han construido una sociedad próspera, una democracia sólida, una sociedad basada en principios y una fuerza militar que les ha permitido sobrevivir rodeados de enemigos.
El ataque de Hamás el 7 de octubre fue de una sevicia y crueldad horrenda. Seguido por ataques de Hezbolá en el norte, milicias en Siria e Irak, misiles desde Irán y hutíes atacando barcos: una coreografía de agresión, sincronizada y predecible. Israel se defiende con brutal eficacia, y el sufrimiento ocasionado a los palestinos es indescriptible lo que genera la condena fervorosa del mundo mediático. Un conflicto donde la violencia es el idioma común, no podrá terminar mientras la fábrica de fanatismo y rencor siga funcionando. El mismo proceso que aquí vivimos con la producción constante de un discurso que solo alimenta el ciclo interminable del odio.
Del otro lado, los judíos permanecen firmes en su derecho a ocupar lo que consideran su tierra ancestral. Han construido una sociedad próspera, una democracia sólida, una sociedad basada en principios y una fuerza militar que les ha permitido sobrevivir rodeados de enemigos.
El ataque de Hamás el 7 de octubre fue de una sevicia y crueldad horrenda. Seguido por ataques de Hezbolá en el norte, milicias en Siria e Irak, misiles desde Irán y hutíes atacando barcos: una coreografía de agresión, sincronizada y predecible. Israel se defiende con brutal eficacia, y el sufrimiento ocasionado a los palestinos es indescriptible lo que genera la condena fervorosa del mundo mediático. Un conflicto donde la violencia es el idioma común, no podrá terminar mientras la fábrica de fanatismo y rencor siga funcionando. El mismo proceso que aquí vivimos con la producción constante de un discurso que solo alimenta el ciclo interminable del odio.
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viernes, 17 de octubre de 2025
La bofetada del Nobel
“¡Paz, paz, paz!”, grita el artífice del fraude electoral más descarado mientras ordena reprimir a manifestantes pacíficos, encarcela y tortura a miles de jóvenes —niños, dirían por aquí— y preside una opulenta dictadura que ha llevado a la miseria al 90 % de la población y forzado la emigración humillante, de una tercera parte del país.
“¡Paz total!”clama su émulo, el hombre que prometió amor pero nos ha entregado una violencia encarnizada. Paz que incluye convocar un ejército mundial para “combatir al imperio”, o sea, una tercera guerra mundial a ritmo de vallenato.
Las contradicciones de estos colados en el poder han redefinido lo grotesco. Petro no opina sobre Maduro porque, hay que respetar la autodeterminación de los pueblos. Pero resulta legítimo insultar a los noruegos por premiar con el Nobel a una valiente que defiende la libertad y la democracia. Exhibe su ignorancia cuando añora a los Suecos que nunca lo han entregado y muestra sus dotes de estadista cósmico cuando en plaza pública de otro país incita al ejército a desobedecer a su jefe. Sostiene que la pérdida de la visa fue por el sancocho de exabruptos que soltó ante un escaso auditorio de la ONU asombrado con el nivel de ridículo. Sí logró demostrar la decencia y tolerancia de la democracia americana. En cualquier otro país, incluyendo Colombia, detienen y juzgan al extranjero que se atreva a incitar a la sedición. Debería estar agradecido de que le impidan volver, porque si lo hace, ya sin inmunidad diplomática, lo que arriesga es que su discurso sea desde una celda
“¿Cuál Ucrania ni qué ocho cuartos?”, dijo con displicencia cuando empezó el genocidio de Putin. Ese mismo “respeto” que lo hace guardar silencio ante las matanzas de Ruanda o de cualquier otro lugar donde los asesinos sean sus amigos ideológicos.
El Nobel de la Paz, es promovido y otorgado por políticos y académicos de inclinación socialista. Por eso duele tanto en los círculos de izquierda que el premio haya sido entregado a María Corina Machado: una mujer que, sin ejércitos ni discursos incendiarios, encarna mejor la dignidad que todos sus críticos juntos.
Creyeron que su descarado cinismo había contaminado incluso a la izquierda democrática europea. Pero no: todavía hay decencia que atraviesa las fronteras ideológicas. Y esa, sí, es una buena noticia para la paz.
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“¡Paz total!”clama su émulo, el hombre que prometió amor pero nos ha entregado una violencia encarnizada. Paz que incluye convocar un ejército mundial para “combatir al imperio”, o sea, una tercera guerra mundial a ritmo de vallenato.
Las contradicciones de estos colados en el poder han redefinido lo grotesco. Petro no opina sobre Maduro porque, hay que respetar la autodeterminación de los pueblos. Pero resulta legítimo insultar a los noruegos por premiar con el Nobel a una valiente que defiende la libertad y la democracia. Exhibe su ignorancia cuando añora a los Suecos que nunca lo han entregado y muestra sus dotes de estadista cósmico cuando en plaza pública de otro país incita al ejército a desobedecer a su jefe. Sostiene que la pérdida de la visa fue por el sancocho de exabruptos que soltó ante un escaso auditorio de la ONU asombrado con el nivel de ridículo. Sí logró demostrar la decencia y tolerancia de la democracia americana. En cualquier otro país, incluyendo Colombia, detienen y juzgan al extranjero que se atreva a incitar a la sedición. Debería estar agradecido de que le impidan volver, porque si lo hace, ya sin inmunidad diplomática, lo que arriesga es que su discurso sea desde una celda
“¿Cuál Ucrania ni qué ocho cuartos?”, dijo con displicencia cuando empezó el genocidio de Putin. Ese mismo “respeto” que lo hace guardar silencio ante las matanzas de Ruanda o de cualquier otro lugar donde los asesinos sean sus amigos ideológicos.
El Nobel de la Paz, es promovido y otorgado por políticos y académicos de inclinación socialista. Por eso duele tanto en los círculos de izquierda que el premio haya sido entregado a María Corina Machado: una mujer que, sin ejércitos ni discursos incendiarios, encarna mejor la dignidad que todos sus críticos juntos.
Creyeron que su descarado cinismo había contaminado incluso a la izquierda democrática europea. Pero no: todavía hay decencia que atraviesa las fronteras ideológicas. Y esa, sí, es una buena noticia para la paz.
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viernes, 10 de octubre de 2025
Periodismo 2.1
Cuando muchos periódicos del mundo han entrado en crisis económica, forzando recomposiciones accionariales o cambios de dueño, se abre inevitablemente la gran discusión: ¿hacia dónde debe evolucionar el célebre “cuarto poder”?
Por ahora, da un pequeño alivio comprobar que, a pesar de las dificultades, aún existen grandes centros de información que hacen enormes esfuerzos por mantener una línea veraz. Pero para el ciudadano común es cada vez más difícil distinguirlos en la maraña de medios convertidos en instrumentos políticos o económicos, o en simples fábricas de escándalo barato. Todo eso mientras recibe el caótico torrente de redes sociales, especialmente entre los más jóvenes, donde la frontera entre dato, chisme y propaganda desapareció como por arte de algoritmo.
Para conservar su papel central, el periodismo necesita evolucionar. La impresión diaria en gran formato ya parece un fósil; ni ecológica ni económicamente es viable. Casi todos han migrado al medio digital… para caer en la trampa de la publicidad intrusiva y las ventanitas pop-up que entorpecen la lectura y espantan al lector. El reto —logrado por muy pocos— es producir textos agradables de leer en un teléfono, algo que sí dominan los influencers, maestros de la monetización sutil y del contenido masticable en 30 segundos.
Sin embargo, la salvación del periodismo serio no puede ser el facilismo informativo. Su única ventaja competitiva real es la búsqueda obstinada de la verdad. Quien persiste termina ganando reputación como medio confiable. El viejo “síndrome de la chiva” se multiplica hoy, cuando cualquier ciudadano puede “chivear” desde su cuenta anónima.
Y hay otra evolución que conviene evitar: la idea de que “todas” las opiniones merecen plataforma. No: ni filosóficamente ni democráticamente todas las opiniones son iguales. Promover la violencia como método para resolver diferencias no debería tener micrófono. El problema es que aquí la promoción es velada, disfrazada con neolenguaje que justifica a violentos y criminales. Incluso se llega a calificar de “intolerancia” el acto de desenmascarar a quienes promueven la violencia. Es el truco perfecto: convertir la complicidad en pluralismo y la propaganda en libertad de expresión.
Por ahora, da un pequeño alivio comprobar que, a pesar de las dificultades, aún existen grandes centros de información que hacen enormes esfuerzos por mantener una línea veraz. Pero para el ciudadano común es cada vez más difícil distinguirlos en la maraña de medios convertidos en instrumentos políticos o económicos, o en simples fábricas de escándalo barato. Todo eso mientras recibe el caótico torrente de redes sociales, especialmente entre los más jóvenes, donde la frontera entre dato, chisme y propaganda desapareció como por arte de algoritmo.
Para conservar su papel central, el periodismo necesita evolucionar. La impresión diaria en gran formato ya parece un fósil; ni ecológica ni económicamente es viable. Casi todos han migrado al medio digital… para caer en la trampa de la publicidad intrusiva y las ventanitas pop-up que entorpecen la lectura y espantan al lector. El reto —logrado por muy pocos— es producir textos agradables de leer en un teléfono, algo que sí dominan los influencers, maestros de la monetización sutil y del contenido masticable en 30 segundos.
Sin embargo, la salvación del periodismo serio no puede ser el facilismo informativo. Su única ventaja competitiva real es la búsqueda obstinada de la verdad. Quien persiste termina ganando reputación como medio confiable. El viejo “síndrome de la chiva” se multiplica hoy, cuando cualquier ciudadano puede “chivear” desde su cuenta anónima.
Y hay otra evolución que conviene evitar: la idea de que “todas” las opiniones merecen plataforma. No: ni filosóficamente ni democráticamente todas las opiniones son iguales. Promover la violencia como método para resolver diferencias no debería tener micrófono. El problema es que aquí la promoción es velada, disfrazada con neolenguaje que justifica a violentos y criminales. Incluso se llega a calificar de “intolerancia” el acto de desenmascarar a quienes promueven la violencia. Es el truco perfecto: convertir la complicidad en pluralismo y la propaganda en libertad de expresión.
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viernes, 3 de octubre de 2025
La cruzada de San Petro
La humanidad parecía haber extraviado hasta el último gramo de esperanza. Los pronósticos de los analistas políticos y las cábalas de las pitonisas se disputaban quién pintaba más negro el panorama. Un cuadro tan sombrío no se veía desde la Segunda Guerra Mundial… salvo en un par de ocasiones que casi nos borran del mapa.
Tras los horrores de la guerra, los mejores cerebros del planeta —y algunos políticos con sentido común, hoy especie en vía de extinción— se sentaron a diseñar instituciones para evitar otro cataclismo, que sería más devastador y seguramente el último. Así nació la ONU, que pese a sus múltiples limitaciones y defectos ha cumplido en parte su cometido, con la OTAN como compañera de fórmula. Gracias a ese esfuerzo concertado “solo” hemos tenido unas 80 guerras mayores con “solo” 30 millones de muertos. Toda una ganga comparado con lo que pudo haber sido.
No solo han evitado que nos matemos tanto: se han creado unos 300 organismos multilaterales que mantienen algo de orden en finanzas (BM, FMI, BID), comercio (OMC), salud y educación (OMS, UNESCO, FAO, UNICEF), medio ambiente (PNUMA) y demás. Una especie de buró planetario para que la civilización no se caiga a pedazos del todo.
Todo parecía bajo control… hasta que llegaron internet, las redes sociales y el celular. Vino la oportunidad de exhibir la ignorancia en alta definición y los Narcisos colectivizaron la estupidez sembrando mentiras a granel. Como enseña la psicopatología no iban a buscar el bien común sino su show personal. Todas las instituciones que osaran cuestionar sus delirios de genialidad debían ser atacadas o eliminadas. Las pocas almas que todavía piensan —y saben algo de historia— venían advirtiendo del peligro de tanto Narciso en el poder. Basta oír los discursos en la ONU: Trump y Petro peleándose con su propia sombra y, en medio, Stubb de Finlandia intentando razonar
Pero entonces se nos reveló la “solución”. Petro anunció estar dispuesto a enlistarse como soldado para acabar a Netanyahu. Según varios informes, ya inspira a las primeras líneas, a las mingas, a las disidencias, a los elenos y a todo aquel que vive armado y con ganas de pelea, para que lo acompañen en su cruzada. Y como goza del respaldo masivo de todos los colombianos Maduro enviará una flotilla de barcos y aviones para transportarlos a Gaza. Aleluya.
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Tras los horrores de la guerra, los mejores cerebros del planeta —y algunos políticos con sentido común, hoy especie en vía de extinción— se sentaron a diseñar instituciones para evitar otro cataclismo, que sería más devastador y seguramente el último. Así nació la ONU, que pese a sus múltiples limitaciones y defectos ha cumplido en parte su cometido, con la OTAN como compañera de fórmula. Gracias a ese esfuerzo concertado “solo” hemos tenido unas 80 guerras mayores con “solo” 30 millones de muertos. Toda una ganga comparado con lo que pudo haber sido.
No solo han evitado que nos matemos tanto: se han creado unos 300 organismos multilaterales que mantienen algo de orden en finanzas (BM, FMI, BID), comercio (OMC), salud y educación (OMS, UNESCO, FAO, UNICEF), medio ambiente (PNUMA) y demás. Una especie de buró planetario para que la civilización no se caiga a pedazos del todo.
Todo parecía bajo control… hasta que llegaron internet, las redes sociales y el celular. Vino la oportunidad de exhibir la ignorancia en alta definición y los Narcisos colectivizaron la estupidez sembrando mentiras a granel. Como enseña la psicopatología no iban a buscar el bien común sino su show personal. Todas las instituciones que osaran cuestionar sus delirios de genialidad debían ser atacadas o eliminadas. Las pocas almas que todavía piensan —y saben algo de historia— venían advirtiendo del peligro de tanto Narciso en el poder. Basta oír los discursos en la ONU: Trump y Petro peleándose con su propia sombra y, en medio, Stubb de Finlandia intentando razonar
Pero entonces se nos reveló la “solución”. Petro anunció estar dispuesto a enlistarse como soldado para acabar a Netanyahu. Según varios informes, ya inspira a las primeras líneas, a las mingas, a las disidencias, a los elenos y a todo aquel que vive armado y con ganas de pelea, para que lo acompañen en su cruzada. Y como goza del respaldo masivo de todos los colombianos Maduro enviará una flotilla de barcos y aviones para transportarlos a Gaza. Aleluya.
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domingo, 28 de septiembre de 2025
Libertad de expresion. Hasta donde?
Los aspirantes a emperador siempre tienen manual de instrucciones para silenciar la crítica. El recurso más primitivo, y por tanto más popular, es el sicario: se contrata directamente a través de la policía política o indirectamente financiando programas que “estimulen el emprendimiento” criminal. La creatividad es infinita: Putin prefiere los calzoncillos envenenados; por acá se estilan los “niños inocentes”.
El segundo recurso es más burocrático pero igual de eficaz: atacar a la prensa con decretos y “leyes” hechas a la medida para cerrar periódicos, bloquear canales, restringir Internet y encarcelar periodistas incómodos. Es el método favorito de los dictadores maduros, curtidos en la indiferencia a las críticas del “mundo libre”.
Hay, sin embargo, un método más sutil y descarado a la vez: redefinir qué se entiende por “discurso de odio” hasta que signifique “todo lo que critique al emperador”. La democracia estadounidense era admirada justamente por la defensa de la libertad de expresión sostenida por su Corte Suprema durante décadas. Pero Trump y sus MAGA apóstoles han descubierto que pueden ampliar el concepto de odio lo suficiente, para poder cancelar cómicos y columnistas críticos. Dos humoristas famosos ya fueron sacados del aire gracias a presiones económicas y amenazas de retirar licencias a las corporaciones que los empleaban.Como aficionado al humor, los escuchaba con frecuencia: jamás oí en ellos apología del delito ni incitación a la violencia. Y, sin embargo, lograron sacarlos del aire con el método preferido de Trump. Si se comparan esos chistes con la apología rutinaria del crimen y la violencia que aquí circulan con fusil al hombro, quedarían canonizados como angelitos cuentachistes
Según la Corte Suprema de USA, para que un discurso de odio sea punible debe demostrarse conexión con actos reales de violencia. Todo lo demás está protegido. ¿Cuántos estarían presos si ese fuese el estándar en estas verdes montañas?
Mientras los gringos enfrentan la dura tarea de defender su preciada libertad de expresión, aquí seguimos midiendo hasta dónde esa libertad ha degenerado en una verbena de discursos incendiarios, una selva de homicidios y un merecido récord mundial de criminalidad. Y todavía hay quien aplaude: cada emperador tiene sus fans.
El segundo recurso es más burocrático pero igual de eficaz: atacar a la prensa con decretos y “leyes” hechas a la medida para cerrar periódicos, bloquear canales, restringir Internet y encarcelar periodistas incómodos. Es el método favorito de los dictadores maduros, curtidos en la indiferencia a las críticas del “mundo libre”.
Hay, sin embargo, un método más sutil y descarado a la vez: redefinir qué se entiende por “discurso de odio” hasta que signifique “todo lo que critique al emperador”. La democracia estadounidense era admirada justamente por la defensa de la libertad de expresión sostenida por su Corte Suprema durante décadas. Pero Trump y sus MAGA apóstoles han descubierto que pueden ampliar el concepto de odio lo suficiente, para poder cancelar cómicos y columnistas críticos. Dos humoristas famosos ya fueron sacados del aire gracias a presiones económicas y amenazas de retirar licencias a las corporaciones que los empleaban.Como aficionado al humor, los escuchaba con frecuencia: jamás oí en ellos apología del delito ni incitación a la violencia. Y, sin embargo, lograron sacarlos del aire con el método preferido de Trump. Si se comparan esos chistes con la apología rutinaria del crimen y la violencia que aquí circulan con fusil al hombro, quedarían canonizados como angelitos cuentachistes
Según la Corte Suprema de USA, para que un discurso de odio sea punible debe demostrarse conexión con actos reales de violencia. Todo lo demás está protegido. ¿Cuántos estarían presos si ese fuese el estándar en estas verdes montañas?
Mientras los gringos enfrentan la dura tarea de defender su preciada libertad de expresión, aquí seguimos midiendo hasta dónde esa libertad ha degenerado en una verbena de discursos incendiarios, una selva de homicidios y un merecido récord mundial de criminalidad. Y todavía hay quien aplaude: cada emperador tiene sus fans.
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domingo, 21 de septiembre de 2025
Universitas despectus
Universitas en latín significaba, simplemente, corporación de profesores y estudiantes. Con el paso de los siglos el concepto se ensanchó hasta convertirse en “centros de conocimiento universal”. Para proteger pensamiento, creatividad e innovación, se les dotó de autonomía: un espacio de libertad y protección para quienes enseñan y aprenden. En los últimos dos siglos ese principio se reforzó para garantizar el debate político sin interferencia gubernamental, cristalizado en el axioma de que “la policía no entra, salvo que lo soliciten las autoridades académicas”.
Es difícil hallar en la historia un ejemplo de un principio tan valioso degradado con tanta eficacia. Aunque es un fenómeno global, en América Latina —y muy especialmente en las universidades públicas— el absurdo ha alcanzado su paroxismo. Una norma concebida para blindar la libertad de pensamiento termina siendo el modus operandi de grupúsculos violentos que ni estudian, ni enseñan, ni entienden lo que es una universidad. Han sido entrenados en el arte de la estupidez destructiva y han convertido la “autonomía” en licencia para atacar y vandalizar.
Anuncian su espectáculo con bombas que llaman eufemísticamente “papas”. Destrozan manos, rostros, vehículos, oficinas, queman buses y camiones, y bloquean calles ante la pasividad de autoridades académicas y civiles que han acabado compartiendo una interpretación grotesca de la autonomía universitaria. Incapaces de llamar delito al delito, se enredan en bizantinas disquisiciones sobre “cruzar la linea” mientras profesores y estudiantes ven erosionada su libertad real para enseñar, investigar y aprender.
El caso de la Univalle roza la caricatura: todos los jueves, puntualmente, hay que convivir con trancones, bombas y quemas rituales de un puñado de patanes subvencionados y entrenados. La población universitaria y los vecinos, rehenes del espectáculo, repiten la misma pregunta: ¿cuándo surgirá una autoridad capaz de imponer orden, respeto y verdadero sentido universitario?
Hasta cuando se va a seguir aceptando el desprecio por el concepto de Universidad que tomó tantos años en desarrollarse y que tanto le ha aportado a la humanidad?
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Es difícil hallar en la historia un ejemplo de un principio tan valioso degradado con tanta eficacia. Aunque es un fenómeno global, en América Latina —y muy especialmente en las universidades públicas— el absurdo ha alcanzado su paroxismo. Una norma concebida para blindar la libertad de pensamiento termina siendo el modus operandi de grupúsculos violentos que ni estudian, ni enseñan, ni entienden lo que es una universidad. Han sido entrenados en el arte de la estupidez destructiva y han convertido la “autonomía” en licencia para atacar y vandalizar.
Anuncian su espectáculo con bombas que llaman eufemísticamente “papas”. Destrozan manos, rostros, vehículos, oficinas, queman buses y camiones, y bloquean calles ante la pasividad de autoridades académicas y civiles que han acabado compartiendo una interpretación grotesca de la autonomía universitaria. Incapaces de llamar delito al delito, se enredan en bizantinas disquisiciones sobre “cruzar la linea” mientras profesores y estudiantes ven erosionada su libertad real para enseñar, investigar y aprender.
El caso de la Univalle roza la caricatura: todos los jueves, puntualmente, hay que convivir con trancones, bombas y quemas rituales de un puñado de patanes subvencionados y entrenados. La población universitaria y los vecinos, rehenes del espectáculo, repiten la misma pregunta: ¿cuándo surgirá una autoridad capaz de imponer orden, respeto y verdadero sentido universitario?
Hasta cuando se va a seguir aceptando el desprecio por el concepto de Universidad que tomó tantos años en desarrollarse y que tanto le ha aportado a la humanidad?
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viernes, 19 de septiembre de 2025
Periodismo 2.0
La gráfica de la evolución de la democracia en el mundo parecía una escalera al cielo… hasta 2019. Ese año no solo se detuvo el ascenso, sino que empezó a caer con la elegancia de resbalón en tobogán. Hoy, algunos centros calculan que la mitad de la población vive bajo regímenes autoritarios. ¿Culpables? Según los entendidos, no es la mala suerte ni la alineación de Marte, sino el encantador universo de las redes sociales.
Las democracias son, por definición, imperfectas. Están hechas por humanos con su caldo de defectos: egos, errores, corrupción, condimentado con pizcas de ingenuidad. Cuando la información fluye libre y sin filtro, los defectos se magnifican, se viralizan y terminan convertidos en meme. El resultado es la desconfianza y, con ella, la reacción humana más vieja que el pan: buscar un salvador. Así, el cansado ciudadano se siente aliviado: ya no necesita pensar, ni discernir, ni trabajar, ni comprometerse. Todo lo resolverá el Gran Líder, sea rey, emperador, führer, comandante, papá o “querido presidente”.
En medio de este reality global, el periodismo es la víctima más notoria. Bastó que el acceso a la información se volviera universal para que media humanidad se creyera reportera de guerra desde su sofá. Con un poco de gracia para hablar, escribir o grabar videos, cualquiera se graduó de influencer. Mientras hablaban de ropa, comida o viajes, era apenas un pasatiempo. Pero cuando se descubrió el poder de manipular con historias inventadas y venderlas como verdades absolutas, nacieron tribus irreconciliables, cada una alimentada por su propia dieta de fake news servida varias veces al día. (Por algo la llaman “feed”).
La gran masa, sobre todo los jóvenes, dejó de acudir a los medios serios. Muchos ni siquiera saben que el periodismo es una profesión, que se estudia durante años y que, gracias a él, se destapan ollas podridas en todos los campos ganando el merecido título de “cuarto poder”. El periodismo serio ha logrado mantener, a punta de terquedad, cierta coherencia con la verdad, aunque hoy esté siendo apabullado por los algoritmos. En el periodismo 2.0 el reto es seguir informando y mantener el profesionalismo que le siga demostrando a la audiencia que un buen reportaje de investigación pesa mucho más que unos twitazos de mentes trastocadas llenos de “likes”automáticos.
Las democracias son, por definición, imperfectas. Están hechas por humanos con su caldo de defectos: egos, errores, corrupción, condimentado con pizcas de ingenuidad. Cuando la información fluye libre y sin filtro, los defectos se magnifican, se viralizan y terminan convertidos en meme. El resultado es la desconfianza y, con ella, la reacción humana más vieja que el pan: buscar un salvador. Así, el cansado ciudadano se siente aliviado: ya no necesita pensar, ni discernir, ni trabajar, ni comprometerse. Todo lo resolverá el Gran Líder, sea rey, emperador, führer, comandante, papá o “querido presidente”.
En medio de este reality global, el periodismo es la víctima más notoria. Bastó que el acceso a la información se volviera universal para que media humanidad se creyera reportera de guerra desde su sofá. Con un poco de gracia para hablar, escribir o grabar videos, cualquiera se graduó de influencer. Mientras hablaban de ropa, comida o viajes, era apenas un pasatiempo. Pero cuando se descubrió el poder de manipular con historias inventadas y venderlas como verdades absolutas, nacieron tribus irreconciliables, cada una alimentada por su propia dieta de fake news servida varias veces al día. (Por algo la llaman “feed”).
La gran masa, sobre todo los jóvenes, dejó de acudir a los medios serios. Muchos ni siquiera saben que el periodismo es una profesión, que se estudia durante años y que, gracias a él, se destapan ollas podridas en todos los campos ganando el merecido título de “cuarto poder”. El periodismo serio ha logrado mantener, a punta de terquedad, cierta coherencia con la verdad, aunque hoy esté siendo apabullado por los algoritmos. En el periodismo 2.0 el reto es seguir informando y mantener el profesionalismo que le siga demostrando a la audiencia que un buen reportaje de investigación pesa mucho más que unos twitazos de mentes trastocadas llenos de “likes”automáticos.
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