Es muy romántico el discurso que nos muestra el progreso de las sociedades a punta de guerras. Qué son los bombazos, la carne quemada, la sangre, el sufrimiento y el dolor, los que nos han dado los derechos. En lo que se refiere a las guerras de independencia del siglo 18, puede tener alguna validez y de hecho los himnos, textos de historia y monumentos están llenos de bella literatura exaltando el sacrificio que hicieron nuestros antepasados para darnos libertad.
Pero ver a un actor trasnochado queriendonos vender que el progreso social en el siglo 21 solo se logrará con “jóvenes mutilados, cabezas rodando, mujeres ardiendo en las llamas de las hogueras”, no solo tiene la perfidia de graduar de heroico todo el asesinato y vandalismo, sino que demuestra que los ideólogos detrás de toda esta destrucción estan terriblemente desinformados de la historia moderna.
El primer supuesto, absolutamente falso, es que las guerras son gloriosas y es gracias a ellas que nos hemos ganado los derechos. Hitler, Mussolini y los generales japoneses, fueron diligentes parteros de la historia. Para no mencionar a Stalin, Mao y la dinastía Kim, que en conjunto aportaron más de 100 millones de muertes, execrable sufrimiento a sus respectivos países, y tremendo retraso en el avance en derechos de la humanidad.
Pero peor es la ignorancia de desconocer a Gandhi, quien logró la independencia de la India sin empuñar un arma y sin invocar a nadie a hacerlo. A Marin Luther King, quien logró la eliminación de las odiosas leyes discriminatorias en Estados Unidos, contando un sueño. A Nelson Mandela, quien después de una juventud equivocada, fue capaz de invocar la fuerza de la razón para terminar firmando con sus carceleros y peores enemigos. A Desmond Tutu quien fue catalizador de la transformación en Suráfrica y figura apaciguadora en otros conflictos. A Gorbachov quien logró acabar con la Unión Soviética, tumbó el muro de Berlín, con el solo ruido de los martillos. A Lech Walesa y Juan Pablo II que liberaron a Polonia y Europa oriental del yugo comunista, con la fuerza de la palabra y la fe. A Deng Xiaoping quien logró la transformación de China con la implantación del “glorioso” liberalismo económico.
Todas, enormes e importantísimas transformaciones sociales, que han producido indudables beneficios en sus respectivos países, y con indiscutibes avances en los derechos humanos. Sin poesía y sin melodrama revolucionario desueto, el mundo ha evolucionado hacia la mejoría. Ninguno de esos grandes líderes ha invocado “empalados, o chimeneas de campos de concentración, o cuerpos destrozados”, para lograr que en sus países se respeten derechos humanos, se logren derechos laborales, se implanten servicios de educación o salud. Ninguno ha acudido al efecto redentor del humo de bancos y mercados quemados, o al liberador olor de la leche fluyendo por las alcantarillas o la piel de policía ardiendo con bombas molotov.
¿Habrá quien nos ayude a dilucidar, porque el mundo escogió el camino de prosperar en paz, mientras en latinoamérica florece esta versión tan anacrónica y brutal de la izquierda? ¿Cómo cabe la palabra “humana” al lado de semejante apología del horror?
jueves, 3 de junio de 2021
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