Término no muy castizo usado en política y justicia para establecer la relación entre un discurso y unos hechos.
Se entiende que periodistas de otros lares, muchos con agenda, den informes que atropellen la verdad en forma obscena. No hacen un trabajo responsable. Van con la moda antidemocracia, anti autoridad, y difunden con entusiasmo noticias que siguen la corriente.
Pero a los que vivimos aquí, no nos enredan. Vemos los edificios quemados. Vemos las estaciones vandalizadas, los semáforos en el suelo, las cámaras de seguridad destruidas, los vidrios quebrados. Sufrimos los bloqueos y la arrogancia de sus patanes vigilantes. Vemos la ruina de empresas y la angustia del desempleo. Vemos como enfermos graves, ambulancias, carros de bomberos, alimentos perecederos, tienen que devolverse porque un malandrín con ínfulas de jefecillo guerrillero no permite el paso.
Seguir repitiendo la insulsa tontería de que este es un paro pacifico, que promueven unos muchachos inconformes que están ejerciendo su legítimo derecho a la protesta, nos está llevando a la disolución del entramado de la civilizacion.
Es difícil entender cómo la Fiscalía,no lo ve. Debería establecer la obvia conexidad entre los discursos del político incitador y los hechos de violencia. Y si eso no ocurre, parece mucho más improbable que pudiese establecerse la conexidad entre el gran número de escribientes, que han justificado y alentado el paro adornándolo cariñosamente como una pacifica protesta del pueblo inconforme.
Nadie va a negar los múltiples problemas que tiene esta sociedad. En lo que tenemos que insistir, sin cansarnos, es que ninguno de esos problemas se arregla o siquiera se mejora, destruyendo, vandalizando, quemando. Quien pregona que esos son actos independientes de la protesta y que nada tienen que ver con ella, no puede ser tildado sino de ciego, sordo, o afectado del entendimiento.
La violencia se tiene que acabar. Han logrado invalidar y limitar a la autoridad, que es la llamada a contrarrestarla. Les queda a los ciudadanos rechazar verticalmente bloqueos y marchas, confrontando con la acción pacífica a los que la apoyan. Pero sobretodo, es indispensable dejar de consumir el sancocho moral que la justifica y la sostiene. Los líderes y políticos deben ser judicializados. Su discurso está conectado con la destrucción y la muerte. Los intelectuales que describen la receta deben ser develados. Entre más relativismo y sutileza, más daño hacen.
Se tiene que restituir el respeto por la autoridad. No pueden seguir sacando a la policía para que los quemen o los maten a patadas. La fuerza tiene que estar en manos de la autoridad, como en toda sociedad que vive en paz. Entre más respeto infunde la autoridad, menos opciones tienen los criminales.
Tenemos que rechazar ese cínico discurso de que “salimos a marchar en paz”, pero “no sabemos qué pasó y nos infiltraron unos vándalos”. Quienes marchan, están prohijando el vandalismo. Son disfraz del crimen. La sociedad que aprecia la paz, se los tiene que hacer saber.
Son honestamente pacíficos? ¡No marchen más! ¡No se dejen usar más!
Pero a los que vivimos aquí, no nos enredan. Vemos los edificios quemados. Vemos las estaciones vandalizadas, los semáforos en el suelo, las cámaras de seguridad destruidas, los vidrios quebrados. Sufrimos los bloqueos y la arrogancia de sus patanes vigilantes. Vemos la ruina de empresas y la angustia del desempleo. Vemos como enfermos graves, ambulancias, carros de bomberos, alimentos perecederos, tienen que devolverse porque un malandrín con ínfulas de jefecillo guerrillero no permite el paso.
Seguir repitiendo la insulsa tontería de que este es un paro pacifico, que promueven unos muchachos inconformes que están ejerciendo su legítimo derecho a la protesta, nos está llevando a la disolución del entramado de la civilizacion.
Es difícil entender cómo la Fiscalía,no lo ve. Debería establecer la obvia conexidad entre los discursos del político incitador y los hechos de violencia. Y si eso no ocurre, parece mucho más improbable que pudiese establecerse la conexidad entre el gran número de escribientes, que han justificado y alentado el paro adornándolo cariñosamente como una pacifica protesta del pueblo inconforme.
Nadie va a negar los múltiples problemas que tiene esta sociedad. En lo que tenemos que insistir, sin cansarnos, es que ninguno de esos problemas se arregla o siquiera se mejora, destruyendo, vandalizando, quemando. Quien pregona que esos son actos independientes de la protesta y que nada tienen que ver con ella, no puede ser tildado sino de ciego, sordo, o afectado del entendimiento.
La violencia se tiene que acabar. Han logrado invalidar y limitar a la autoridad, que es la llamada a contrarrestarla. Les queda a los ciudadanos rechazar verticalmente bloqueos y marchas, confrontando con la acción pacífica a los que la apoyan. Pero sobretodo, es indispensable dejar de consumir el sancocho moral que la justifica y la sostiene. Los líderes y políticos deben ser judicializados. Su discurso está conectado con la destrucción y la muerte. Los intelectuales que describen la receta deben ser develados. Entre más relativismo y sutileza, más daño hacen.
Se tiene que restituir el respeto por la autoridad. No pueden seguir sacando a la policía para que los quemen o los maten a patadas. La fuerza tiene que estar en manos de la autoridad, como en toda sociedad que vive en paz. Entre más respeto infunde la autoridad, menos opciones tienen los criminales.
Tenemos que rechazar ese cínico discurso de que “salimos a marchar en paz”, pero “no sabemos qué pasó y nos infiltraron unos vándalos”. Quienes marchan, están prohijando el vandalismo. Son disfraz del crimen. La sociedad que aprecia la paz, se los tiene que hacer saber.
Son honestamente pacíficos? ¡No marchen más! ¡No se dejen usar más!
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