El “fin de la era extraccionista” anunciado con tanto bombo por el Presidente y su Ministra es uno de los disparates que más promoción ha tenido, por la connotación de parecer integrado a los luchadores verdes del mundo.
Tal vez tengan la oportunidad de ver el terrible daño ocasionado por una interrupción transitoria del suministro de gas al suroccidente colombiano. La energía mueve la economía. Sin fuentes de energía, todo se paraliza y el frenazo a todas las actividades tiene consecuencias desastrosas.
Una cosa es tener las sanas intenciones de buscar fuentes renovables de energía y planear una transición ordenada y otra es salir con planes como “ni un contrato de exploración más”. Lo han dicho todos los expertos y los que manejan cifras de la generación y utilización global de energía. Si Colombia deja de extraer combustibles fósiles, a nadie afecta y en nada contribuye al cambio climático. Lo único que ocurre es que disminuye una de las principales fuentes de ingreso del Estado, con la consecuente reducción de su capacidad para la acción social y alivio de la pobreza.
Pero la peor barbaridad es creer que en algo se ayuda dejando de extraer. La contribución real consiste en dejar de consumir combustibles fósiles. Y allí lse observan propuestas contradictorias: Industrializar y desarrollar el campo, dos áreas que generan el 50% del efecto invernadero. ¿Con qué energía? ¿Dónde están los proyectos de campos eólicos? ¿Cuáles son los planes para apoyar las granjas solares? ¿La fabricación de paneles? ¿Cuáles son los nuevos proyectos hidroeléctricos? ¿Dónde está la propuesta del carro eléctrico Colombiano?
No se ha oído ni una sola iniciativa que de verdad contribuya a la transformación de fuentes de energía. La propuesta de comprarle a Venezuela lo que dejemos de producir es absurda y violatoria del compromiso de trabajar por la Nación. No se entiende como no ha merecido juicio político.
El plan es simplemente dejar de usar energía. Abandonar el materialismo egoísta y volvernos sencillos, regresando a nuestra sabiduría ancestral de movernos a pie, cultivar con palas, vestirnos con paja y comunicarnos a gritos. Porque la ambición de llevar vidas cómodas en las que aprovechamos los inventos de la modernidad, va a acabar con la humanidad.
Este discurso irrealista, lleno de falsedades dogmáticas se debe confrontar con la realidad. Aunque es verdad que la mayoría de los científicos que estudian el cambio climático están de acuerdo en que hay algún efecto generado por la actividad humana, lejos están de coincidir con mediana precisión qué tan serio y dramático es el cambio y el tiempo en que va a ocurrir. Así que montarse en la vacaloca del “fin de la humanidad” para empobrecer al país, no tiene sentido. Hay cientos de iniciativas inteligentes y creativas para ayudar a la transición. Lo que tiene que hacer el país es promoverlas con entusiasmo y dedicación y parar la repetición del insensato discurso. En vez de acción efectiva que contribuya a mitigar el cambio climático lo que recibimos es un aluvión retórico con la repetición de preceptos vacuos compartidos con sus colegas suramericanos y que el mundo hace rato, decidió archivar.
viernes, 26 de mayo de 2023
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario