miércoles, 20 de julio de 2022

la Comision y la Verdad

Un tsunami de literatura surgió a raíz del informe de la Comisión de la Verdad. Parece que no la encontró porque han llovido críticas en todos los sentidos y no ha sido posible discernir una conclusión del relato recogido. Un capítulo de la historia Colombiana que ha generado tanto sufrimiento está expuesto a los filtros ideológicos de los responsables, de las víctimas, de quienes han querido contar la historia y quienes la leen.
Me refiero a tres de las conclusiones que los autores del documento han diseminado y que demuestran que la tragedia Colombiana es consecuencia de la cultura de la aceptación y justificación de la violencia
La primera es la anestesia social. ¿Cómo fue posible que hubiese tanto horror y la sociedad no hizo nada? se preguntan. Donde estaba la sociedad, las autoridades civiles y eclesiásticas, los líderes de opinión? y un largo etcétera? El interrogante parece incomprensible. Porque todos los que vivimos esa época lo sabemos muy bien. Todos los que estábamos en contra de la escalada de violencia expresamos con vehemencia nuestro rechazo,mientras trabajamos arduamente para construir país asumiendo múltiples riesgos. Miles, perdieron la vida en el esfuerzo. Algunos por escribir y hablar contra el horror y muchos por ser simples ciudadanos honestos que no huyeron. La gran marcha nacional contra las FARC, de unas dimensiones y una fuerza moral que nunca se había visto ni se ha vuelto a ver, es la prueba para la historia.


El segundo planteamiento, que se recicla con frecuencia desde Samper, es que todos somos responsables. Por acción u omisión, agregan con pontificia solemnidad . Se logra diluir la verdadera responsabilidad en toda la población y terminar absolviendo y bendiciendo a los criminales que torturaron y asesinaron sin compasión. Lo he dicho y creo que lo puedo repetir en voz alta al lado de millones de compatriotas. Yo no soy responsable de violencia alguna. Nunca he atacado a nadie por ningún motivo. Nunca he usado un arma para agredir a nadie. Nunca he justificado o promovido los comportamientos violentos. Siempre he trabajado por la solución pacífica de los conflictos. Nunca he explotado ni abusado a nadie. Siempre he procurado que las personas que me acompañan reciban un trato respetuoso y un ingreso digno.

La tercera es la prueba reina de como esa tan Colombiana cultura, está incrustada en las mentes: “mientras no haya justicia social, no habrá paz”. Y en la medida en que se repite el credo, el país sigue en guerra. No existe el país que haya logrado eliminar las injusticias. Podrán ser menos protuberantes en algunos, siempre que no muestren el horrendo trato que le dan a los inmigrantes.

Claro que indigna que una comunidad tenga personas que no comen, que no tienen techo, que mueren sin atención médica. Pero eso no es, como tantos repiten, “una forma de violencia”. Si los esfuerzos de tantos que trabajan para evitar la tragedia, no son suficientes, eso no le da aval alguno de violencia a quienes creen tener la fórmula para eliminarla. Seguir condicionando la paz a una justicia social que difícilmente será satisfactoria, es perpetuar la guerra y sus hijas predilectas: la pobreza y el hambre.

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