lunes, 7 de marzo de 2022

Cuál Ucrania

“Ni qué ocho cuartos” fue el comentario de un aspirante a tirano. Título que se diferencia claramente de estadista en muchos aspectos significativos. Un estadista es una persona ilustrada que conoce la historia universal y la geografía mundial. Que es capaz de distinguir una democracia vigorosa y organizada del remedo vulgar donde chapotean los tiranos. Un estadista es un auténtico hombre de paz, que rechaza categóricamente todos los intentos por dominar con la fuerza a sus ciudadanos u otras naciones. Un estadista sabe distinguir entre pantomima de paz y paz real. El tirano vomita una verborrea pacifista mientras manda a asesinar, a quemar, a destruir y se abraza fraternalmente con todos los de su misma calaña.

Un estadista es capaz de calificar la invasión de Ucrania como un acto criminal, abusivo, prepotente, que solo puede ser ordenado por un psicópata a quien lo tiene sin cuidado las miles de muertes que genera en hombres, mujeres y niños, por el solo hecho de no ser sus obcecados súbditos, o las de los jóvenes de su nación, a quienes disfraza de camuflaje para mandarlos a matar y hacerse matar.
Un tirano se regodea con las canalladas del “tovarisch” porque demuestran cómo la voluntad de los déspotas se impone.

Un estadista trabaja incansablemente para mejorar las condiciones de los habitantes de su país, oyendo y sopesando las diversas opiniones y tratando de sacar la síntesis que parezca más acertada. Un tirano obedece solo a su genial e iluminado instinto, y la única medida que le vale es su gloria personal y el peso de las arcas de su leal camarilla.

Un estadista sabe que un país sale adelante contagiando la voluntad colectiva hacia un propósito común y superior. Un tirano cree que por tener suficientes tanques, puede adueñarse de un país para imponer su voluntad. Putin, un tirano, podrá aplastar a Ucrania con la bota militar, pero no la va a dominar, porque los Ucranianos han demostrado un temple, que es ejemplo para todo el mundo. Están dando lecciones de valentía que inspiran a los europeos, quienes tanto sufrieron con los líderes pusilánimes que no fueron capaces de llamar a Hitler por su nombre.

Un estadista entiende que el resultado de la guerra desatada por el gélido narciso es crucial para el mundo porque todos sufriremos las consecuencias del triunfo de los matones.
Igual que el despistado aprendiz de tirano, muchos Colombianos han caído en la superficialidad de asumir que Ucrania nos importa dos rublos, o que Putin tiene “razones geopolíticas”. Convertirse en caja de resonancia del maquiavelo ruso es ignorar que Kyiv fue metrópoli mucho antes que Moscú y que Ucrania tiene más de mil años de historia e identidad cultural. La única posición coherente que nos cabe a los distantes Colombianos, es ser solidarios con el sufrimiento del pueblo Ucraniano, que va a ser largo y doloroso. Que su sacrificio nos impulse a actuar rechazando la infame invasión ante todas las embajadas rusas del mundo reales y virtuales. Podemos tener la certeza de que aun si los rusos logran imponerse matando a la mitad de la población, la otra mitad seguirá erguida y rebelándose.

Su determinación está probada y vale mucho más que ocho cuartos.

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