“La calle” es uno de tantos sofismas que el lexicón Colombiano ha incorporado exitosamente, para promover y justificar la violencia en las ciudades e implantar la oclocracia o democracia de los patanes.
Los sistemas democráticos han incluido en sus mecanismos de control y balance de poder, el derecho a la protesta y aunque la democracia funciona con elecciones en muchos niveles y votaciones para muchos temas, ha previsto esa válvula de escape. Un Presidente es elegido por mayorías y en teoría todos deberían respetar ese resultado y esperar a la siguiente elección para expresar su apoyo o descontento con su ejecución.
Pero la impaciencia con los errores y los escándalos, los abusos de poder y la corrupción, que acompañan como demonios maléficos la gestión de todo mandatario, lleva a quienes perdieron la elección y unos cuantos arrepentidos, a salir a la calle a expresar su descontento. Con frecuencia toma la forma de una marcha en grandes avenidas y plazas de las ciudades. Si son pacíficas y civilizadas, y tienen un límite en el espacio y el tiempo, no pasan de ser una molestia para quienes no participan y un llamado de atención al gobernante.
El problema surge cuando “la calle” es la estrategia de unos pocos que pagan e impulsan focos de violencia, destrucción y bloqueos a la libre circulación, con el fin de intimidar a la gran mayoría de ciudadanos pacíficos e imponerles su voluntad. Ha sido la estrategia dictada desde el foro de San Pablo y aplicada con gran éxito en toda latinoamérica. Los promotores de este ardid se presentan siempre como los moralistas de la equidad y los liberadores del pueblo. Saben que su ideología no tiene apoyo y que solo la pueden imponer con engaños y a la brava.
No es posible encontrar en la historia ninguna excepción a las reales motivaciones de quienes se apropian de esta dialéctica Marxista salvadora. Una vez se adueñan del poder, los niveles de corrupción aumentan exponencialmente, como ya estamos viendo en Colombia. Se forma, allí sí, una verdadera oligarquía que se apropia de los recursos del Estado y de todo lo que puedan abarcar y los reparte entre familiares y amigos. Su obsoleta visión de las relaciones económicas y sociales conducen al empobrecimiento generalizado. En la medida en que toman conciencia de la ausencia real de apoyo popular, confirman que es solo con la perpetuación de la violencia que pueden defender el trono. La gran masa de ciudadanos pacíficos no debe caer en la trampa de “la calle” donde siempre la tienen perdida, ya que no tienen voluntad ni capacidad para el enfrentamiento físico. Hay muchos recursos pacíficos que se pueden movilizar para demostrar y exponer lo que está ocurriendo. Con la gran ventaja de que no hay que armar un tinglado de mentiras ya que solo basta con develar la verdad. Lo que se debe hacer es concentrar toda la fuerza en denunciar trampas y mentiras, destapar todas las corruptelas y robos, movilizar todos los grupos sociales que no están participando en la piñata del Estado e implementar todas las estrategias legales posibles para impedir la instalación de un Rey Eterno.
domingo, 16 de abril de 2023
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