La reciente caída de Coomeva EPS es una piedra más del derrumbe en que se ha convertido el sistema de salud en Colombia. Escrito por ángeles y vigilado por querubines, se puede resumir en: “todos tienen derecho a todo, de la mejor calidad y ya”. La advertencia que acaba de enviar la superintendencia recalca que estamos protegidos por el mejor sistema de salud del mundo. Con un adorno muy singular, respaldado por las cortes: “sin limitación por consideraciones financieras”. Inspirada insensatez. Si tenemos en papel un sistema solidario, justo y de altísimo nivel, los panes se multiplican. Sacamos pecho con el 98% de cobertura y nos repiten sin cesar los beneficios a que todos tenemos derecho. En la imaginación.
Como en todo lo que se diseña con deseos, la realidad termina siendo muy distinta: enormes contratos que estimulan corrupción, miles de enfermos agravándose, muertes prevenibles y sufrimiento indecible, generado en la dilación, estrategia central de las EPS. Todo decorado con la inutil estadística del número de atenciones que no dicen nada sobre calidad, eficiencia o resultados.
¿Cuántos más se tienen que ir por el mismo barranco? ¿Y cuántos serán los prestadores arrastrados? Hospitales y clínicas, asfixiados por la cultura del no pago, logran subsistir con una paradoja generada por el mismo malogrado sistema. La gente más pobre, sin un seguro voluntario, se desespera con la no atención y se convierte en particular.(con descuento)
El diseño de un sistema viable tiene que ser realista y asignar los recursos requeridos para dar buena salud. Actualmente, el valor de la UPC que pretende cubrir la salud básica de los colombianos es de 280 dólares al año y el gasto total per cápita se estima en 1.200. Países con sistemas socializados gastan entre 5 y 8.000 dólares, y aún así, tienen largas listas de espera con muchos procedimientos restringidos.
La libertad para escoger el médico está garantizada en el papel, pero se viola universalmente, comprometiendo la continuidad en los tratamientos. Cuando el enfermo puede decidir quien lo trate, opera la magia que ocurre en todas las demás áreas de la economía: hay competencia, bajan los precios, mejora el acceso y sube la calidad. Se argumenta que la libertad no aplica a la atención médica porque es esencial a la vida. ¿Y la comida?, el agua, el techo, el transporte y un largo etc.? ¿No son esenciales a la existencia? No hay que mirar muy lejos para ver lo que ocurre cuando un gobierno decide planificar y centralizar, asignando “con justicia” lo que cada cual requiere. Todo lo que se pretende racionar, termina escaseando o desapareciendo. Ese es el camino que estamos siguiendo. Deshacerse de contrataciones y pre aprobaciones que vuelven el sistema pesado y costoso es esencial para que los recursos lleguen a los enfermos.
Francia lo tiene resuelto. El usuario puede acudir donde quiera. Los prestadores definen sus tarifas y el paciente decide si acude al servicio que el estado le ofrece, sin costo y con calidad razonable, o si quiere asumir un copago en el sistema privado, sin perder el cubrimiento básico, que ha sido establecido en un presupuesto. La ley de la “liberté” no falla.
domingo, 6 de febrero de 2022
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