viernes, 8 de octubre de 2021
El fin de la corrupcion
Si hay una queja compartida por los ciudadanos en este planeta, es la corrupción. Toda conversación política, caerá siempre en señalarla como el principal problema del país. Entre más pobres, más perciben que su país es el peor. Candidato que haga creer que tiene la fórmula para acabarla, tiene garantizada la elección.
Por su misma naturaleza tramposa, la corrupción es difícil de medir. Lo que se mide es la percepción de corrupción con encuestas. Y resulta obvio que entre más una sociedad recicle el asunto, mayor será la percepción. Y si se percibe como alta, cualquier acto de corrupción se destaca más, empeorando la percepción.
Para darse una idea de lo que esto significa, basta con comparar dos índices: Arabia Saudita con un índice de 53 y en una honrosa posición 52; Colombia con 30 en un deshonroso puesto 92. En el reino de la familia Saud, todo se mueve a través de las omnipresentes manos de los príncipes ultramillonarios, que participan con una buena tajada en todo lo que ocurre. Así es, esa es la ley. Esa es la forma aceptada de funcionamiento del país. A nadie, que quiera conservar su integridad corporal, se le ocurre mencionar la palabreja.
Canadá nos genera admiración a todos y allí también tuve la oportunidad de convivir con sus tentáculos, hábilmente disfrazados. Combinado con un acuerdo social tácito de no tocar públicamente los asuntos que dañen la imagen del país, el resultado es un índice de 77 y un puesto 11.
En Latinoamérica, quejarse del país le gana al fútbol en popularidad. Nos pasamos tanto tiempo rajando del sistema y ansiando un cambio que no alcanzamos a percibir que el problema es cultural. Padecemos una desconcertante tolerancia con la ilegalidad. Paradójicamente cuando la vemos en otros, la magnificamos y la volvemos el eje de nuestras preocupaciones. Nos erigimos en hipercríticos jueces de todo lo malo que pasa “en este país”, en el que todo lo negativo siempre es externo a nosotros y sabemos lavar con el agua bendita de la inocencia todos nuestros pequeños actos de corrupción.
¿Por qué la corrupción es universal? En la medida en que las organizaciones sociales crecen, hay concentración de poder. Esto, unido a la aceptación generalizada del pago de porcentaje en el tamaño de los negocios, lleva a la conclusión muy natural: quien maneja grandes sumas de dinero, tiene derecho a una participación porcentual. Por eso son precisamente los regímenes socialistas, que concentran el poder económico en el estado, los que terminan siendo los más corruptos.
Y qué hacen los políticos con lo que se roban? Un porcentaje desconocido, lo irrigan de nuevo en la comunidad, vía compra de votos, creación de cargos innecesarios y prebendas a la comunidad que les garantiza la reelección para perpetuarse en el poder y seguir el ciclo de la corrupción.
¿Cuál es la salida que se nos plantea? Elegir un personaje que nos promete concentrar más poder económico en el estado y solucionarle los problemas a los desposeídos vía empleos estatales y subsidios, para que lo sigan reeligiendo. La esencia es la misma, pero estará prohibida la palabrita.
Descubriremos la fórmula para acabar la corrupción: le cambiaremos el nombre.
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